Podría decirse que la vida de Eva García Sáenz de Urturi cambió en 2012, cuando su primera novela, La vieja familia –la primera entrega de La saga de los longevos–, dio el salto de la autopublicación a la editorial La Esfera de los Libros. A partir de entonces, poco a poco, comenzó a seducir a los cuatro millones de lectores que ha logrado acumular. Esa primera obra, que hoy está descatalogada y ha llegado a alcanzar precios estratosféricos en el mercado de segunda mano, vuelve a publicarse ahora, en una nueva versión completamente revisada, con la editorial Planeta. Los seguidores de la autora alavesa podrán redescubrir a Iago del Castillo, el carismático longevo de más de 10.000 años, y a su atípica familia, para escudriñar su vínculo con Adriana Alameda, una talentosa prehistoriadora con su propia batalla. En esta ocasión no hará falta que los más impacientes pregunten cuándo se publicarán las siguientes entregas de la saga ambientada en Cantabria: Los hijos de Adán y El camino del padre –inédita– llegarán en 2025. “Es un ciclo que había que cerrar”, reconoce la novelista.

Sus personajes dan cuenta de lo que podría suponer la inmortalidad.

Pero cualquiera de ellos, si tiene un accidente, puede morir. De hecho, uno de los personajes muere delante de nuestros ojos en la novela. El tema no es la inmortalidad, sino la longevidad. ¿Qué sucede si siempre vas cumpliendo años y no solo no los aparentas, sino que siempre pareces joven? Esa es la gran pregunta. Todos ellos saben que pueden morir y que se tienen que cuidar. No son personas que se metan en guerras porque sí.

Son un ejemplo de lo que es adaptarse continuamente al contexto.

“Si a los que tenemos 50 años nos cuesta adaptarnos al pensamiento de los de la generación Z… ¡imagina a alguien con 10.000 años!”

Cada diez años tienen que crear una nueva identidad, muy lejos de la última, para que no los localicen. Si a los que tenemos 50 años nos cuesta adaptarnos al pensamiento de los de la generación Z y solo nos llevan 30 años… ¡imagina a alguien que tiene 10.000 años! Siempre he pensado en esos cerebros que se van adaptando a una cultura tras otra, a una moralidad tras otra. Hay un personaje que ahora mismo lo definiríamos como sociópata, porque no muestra ninguna empatía si mata a alguien. Él no se ha adaptado porque en su primera vida la violencia estaba muy presente y era su manera de sobrevivir: el mostrarte más fuerte y más violento que los demás. Si no te adaptas desde ese primer contexto cultural, el resto de tu vida vas a ser un inadaptado.

¿Como es reencontrarse con una novela publicada en 2012?

No ha sido un reencuentro, escribí sobre los longevos en Kraken 2, Los ritos del agua. Todos ellos estaban en Los señores del tiempo, que eran los longevos en el asedio de Vitoria. Han estado muy presentes a lo largo de estos años también de manera emocional. Para mí son como mi consejo de sabios, como mis mentores de vida.

Pero la novela ha sido completamente adaptada.

Reescribirlo fue todo un reto y menos mal que la labor fue con las editoras, porque queríamos aligerarlo mucho. Era una novela que tenía 765 páginas y muchas subtramas, como el día a día del Museo de Arqueología, lo que no tenía continuidad en la segunda parte ni en la tercera. Entonces eran muchos los personajes, como los compañeros arqueólogos de Adriana, que después no continuaban en los siguientes libros. Ha sido como podar tramas que en su momento sirvieron para el world building pero que no aportaban al tema central, que es con lo que he seguido la segunda y la tercera.

¿Le ha resultado fácil soltar lastre?

“La gran literatura siempre ha ido de los conflictos familiares. La familia es la célula básica de la sociedad y del conflicto”

Al principio, a nivel emocional, fue muy duro quitar escenas enteras que en mi cabeza están fosilizadas, porque como se autopublicó lo tuve que revisar varias veces. He realizado hasta ocho revisiones. Pero una vez que empecé a quitar páginas fue más fácil. Ahora la novela es mucho más ligera y compacta. Va a lo que va, los conflictos entre ellos y el choque con el personaje de Adriana. Imagínate si a un arqueólogo, dogmático, alguien le dice: “Tengo 10.000 años”. Le volaría la cabeza. La novela trata de eso, de cómo lo llevaríamos si alguien que no tiene ningún problema de salud mental, nos hiciera una afirmación así.

Reconocía que ‘La saga de los longevos’ despistó a los libreros porque no pertenecía a un género concreto. ¿Cree que esta vez ocurrirá lo mismo?

Por suerte tengo cuatro millones de lectores y, como mínimo, un porcentaje lo leerá. Hay gente que quiere leerlo. Cuando ya llevas muchas novelas empiezas a tener lectores no de novelas, sino de autores. Ha habido una labor por parte de esa gente que quería leerlo todo de mí y decía que no encontraba los longevos. Por eso en el mercado de segunda mano estaban alcanzado unos precios de 700 y pico euros. No me parecía bien que la gente lo leyera a esos precios. Me parece bien que lo lean a 20 euros.

Una de las virtudes de la novela fue que logró aglutinar a lectores de diferentes edades.

Sí, el más joven tenía entonces 12 y ahora tiene 24 años. Y tuve como lectores a padres de catedráticos de la universidad de 98 años. Era un libro que removía y planteaba preguntas a gente de muy distintas edades. Con los longevos siempre me ha pasado que ha sido 50% de lector masculino y 50% femenino, y de todas las edades. Hay mucha gente que me comenta: “Mi hijo empezó a leerte tras leer los longevos”.

Es un ‘target’ diferente al del resto del sus novelas.

Es más homogéneo. Normalmente el 60% son mujeres y están aglutinadas en una franja de edad entre los 30 y los 50 y pico. Kraken es para un tipo de lector más homogéneo y de thriller. Los longevos tocaba la fibra a muy diferentes generaciones.

¿Por qué funcionan tan bien las novelas con rencillas familiares?

Tolstoi decía: “Todas las familias felices se parecen unas a otras pero cada familia infeliz lo es a su manera”. La gran literatura siempre ha ido de los conflictos familiares. La familia es la célula básica de la sociedad y del conflicto. En cuanto hay dos progenitores y un hijo ya tienes una familia y ya tienes conflicto entre tres.

Sobre todo si conviven a lo largo de miles de años...

Mete a cada uno de nosotros con su correspondiente familia y ponlos a convivir miles de años sobreviviendo y ocultándose cada diez años, adaptándose a culturas diferentes. Ahí tienes una semilla infinita para crear conflictos.

En la novela se consigue un equilibrio entre la ciencia, lo que sí se sabe, pero se deja abierta la puerta a las preguntas sin respuesta.

“No puedo escribir 200 páginas en dos días, ni tú querrías leer algo escrito en dos días. No me exijas que lo escriba en dos días”

Había una parte de fabulación, porque un arqueólogo o alguien estudioso siempre se va a centrar en que no puede demostrar el para qué, por ejemplo, del arte, porque no pueden meterse en el cerebro de las personas que habitaron la Prehistoria. ¿Era parte de una ceremonia para marcar la pertenencia? Podía haber miles de interpretaciones. Yo tenía que elegir una, porque Iago había vivido ahí, aun sabiendo que los arqueólogos me dirían es imposible que nos metamos en su cerebro. Esa labor es difícil porque yo me siento muy científica: soy óptico. Mi punto de vista sería muy parecido al de Adriana.

Durante la escritura contó con la revisión del director del Museo de Arqueología y Prehistoria de Cantabria, Pedro Ángel Fernández Vega, lo que permitió que no hubiera ningún fallo histórico.

Sí, se lo pasé a él y también (Juan Luis) Arsuaga lo leyó en su momento y le encantó. Para mí era importante. De todas formas, en la Universidad en la que trabajaba yo estaba en la biblioteca de Historia, al lado del Departamento de Historia, por lo que les iba pasando algunos fragmentos a los arqueólogos y les iba consultando si sería factible. Quería que hubiese una verosimilitud, porque para mí era importante compensar el hecho de que no fuese novela histórica, que no se fuese a lo fantástico.

Recalca que no hay fantasía...

Parto de una premisa que es imposible. Vale. Pero todo lo demás que sucede no es que se base en un superpoder de los personajes. No hay nada fantástico más allá de esa premisa que es imposible. Es decir, quería reflejar algo que es imposible, que haya personas de 10.000 años con apariencia de 30, para analizar cómo se comportarían si viviesen ahora. Esa fue mi manera de pensar durante los tres años del proceso de escritura.

¿Imaginaba cuando escribió esta ópera prima que años después terminaría editándose con Planeta?

No pensaba ni convertirme en escritora ni que iba a tener tantos lectores. Me acababa de sacar la plaza y bastante me había costado sacarla. No contaba con que iba a cambiar de profesión. Todo esto fue sobrevenido y, después, seguí por este camino porque me hacía mucho más feliz ser escritora y escribir que trabajar en la universidad, donde mis funciones eran súper repetitivas y monótonas.

¿Echa de menos poder escribir sin la dictadura de la inmediatez impuesta por el mercado editorial a los escritores exitosos?

Sí, absolutamente. Existe una presión por parte de los lectores, lo que conlleva que haya una presión por parte de los editores. Cuesta gestionarlo. El que escribas una novela y la gente se lo lea en dos días es un halago, pero que desde el segundo día ya estén: “¿Eva, para cuándo la siguiente?”... Es una presión impuesta por miles de personas que consumen el libro que acabas de publicar como si fuera un yogur. No puedo escribir 200 páginas en dos días, ni tú querrías leer algo escrito en dos días. No me exijas que lo escriba en dos días. No sería bueno. l