El exilio tiene un fuerte impacto en todas las esferas de la vida de quien, por sus convicciones políticas, se ve obligado a huir de su país. Existen innumerables artículos que abordan cómo inciden los destierros en la salud mental y en la física, en la formulación de proyectos de vida, en la familia del exiliado o en su estatus jurídico en el país de acogida. La experta en arte vasco Alfonsina Leranoz también forma parte de esta conversación: investiga sobre cómo influye el exilio en la producción artística de aquellos artistas nacidos entre el Ebro y los Pirineos. Ayer jueves, en una conferencia celebrada en el Euskal Herria de Gernika, abordó los casos de Nestor Basterretxea y Arturo Acebal Idígoras.
El evento, inscrito en las actividades de homenaje del programa Basterretxea 3 taupadetan (Basterretxea en tres latidos), comenzó a las 18.00 horas con el objetivo de arrojar luz sobre la influencia del destierro en la producción artística de estos y otros autores. “En lo que respecta a Basterretxea, ponemos el foco en ese periodo menos conocido del artista, que es su estancia en Argentina”, contó a este periódico Leranoz. El bermeotarra fue el eje de toda la charla ya que este 2024 se celebra el centenario de su nacimiento. Eso sí, la historiadora del arte quiso “vincular constantemente al círculo de artistas exiliados” en el país sudamericano. Fue un grupo numeroso, porque el Gobierno de Ortiz Lizardi, quien en 1940, apuntó Leranoz, facilitó el exilio de muchos artistas vascos “a través de un marco legislativo favorable”. Permitió a los vascos acceder al país sin documentación con la condición de que un comité certificara que provenían de Euskadi. Asimismo, la migración vasca a Argentina siempre fue habitual desde la época colonial, según al experta.
Allí transcurrieron los primeros años de Basterretxea, cuyo padre tuvo que escapar de Bermeo por su militancia jeltzale. Según Leranoz, uno de sus periodos artísticos tempranos está basado en la Guerra. “Podría definirse como un expresionismo tenebrista, plagado de escenas muy oscuras y muy inspiradas en un pintor español: Gutiérrez Solana”. Este es el contexto en el que el autor obtiene en 1942 la beca Altamira para artistas noveles. Años más tarde, en 1949, consigue el Premio Único de Pintura a Extranjeros en el Salón Nacional de Buenos Aires y en 1950 realiza su primera exposición individual en la Sala Peuser de Buenos Aires. Eso sí, muchos de los pintores exiliados “intentaron seguir dibujando una visión idílica de su tierra”, aunque en distintos medios se expresaban de manera diferente, dijo Leranoz, quien también destacó “el buen humor” con el que Basterretxea combatía las adversidades.