Todo lo que cocina Arturo González-Campos (Madrid, 1969) lleva el punk como aderezo. El humorista y podcaster se guía por el espíritu de las crestas rojas, el do it yourself (hazlo tú mismo) que impulsó a tantos chavales a coger una guitarra, un bajo y una batería y montar una formación sin tener la mínima idea de que lo estaban haciendo. A él no le amedrentan las barreras. Las salta para, justo después, hacerles un corte de mangas. Y, por eso, a pesar de ser un pésimo escritor –no lo dice un servidor, es González-Campos quien lo confiesa– encara su debut literario: Cine con cosas (Somos B, 2024). Se trata de un canto de amor al séptimo arte que reivindica un consumo cultural que trascienda la oferta de las grandes plataformas. En sus páginas recomienda aquellas películas que, si bien no figuran en ninguna lista, él considera indispensables, porque le han hecho sentir algo especial. Además, dice que su libro es puro punk: “Hay que follarse al algoritmo, impedir que éste domine nuestras vidas”.
‘Cine con cosas’. Cuénteme, ¿por qué ese título?
Porque el libro no va solo de cine, sino de todo lo que éste provoca en cada uno de los seres humanos que se acercan a una película que, además, arroja diferentes resultados. Y es que hay una especie de alquimia que se produce con la suma de la obra y la experiencia del espectador. Por eso, es absurdo que las películas se puntúen. Esa puntuación sólo habla de nosotros. Me explico, cuando vas a ver el Guernica de Picasso lo haces junto a 5.000 personas. El cuadro es el mismo para todas y, sin embargo, éste arroja 5.000 resultados diferentes. Eso es lo que intento explicar en el libro.
Se confiesa como un mal escritor y dice que el suyo es un mal libro. Eso sí, aclara que la narración es amena y que incluso puede arrancar “alguna que otra sonrisa” al lector.
Es que creo que es verdad, no hay falsa modestia. Yo sé lo que es escribir bien porque soy un gran lector. Y también sé que yo no soy capaz de eso. A cambio ofrezco lo que tengo: pasión. Eso es lo que puedo aportar y quien lo lea va a recibir ese amor desmedido que siento por el cine.
¿Y qué le motivó a teclear? ¿Quizá un espíritu un poco punk? ¿Ese ‘hazlo tú mismo’ que los Sex Pistols llevaban por bandera?
El punk es lo más importante en todo lo que hago. De hecho, este libro surge con el espíritu más punk del mundo que se sintetiza así: hay que follarse al algoritmo, hay que impedir que éste domine nuestras vidas. Y creo que no hay nada más punk que prescindir de las opiniones ajenas, de que te digan qué es lo que te tiene que gustar o cuál es la película que debes ver. En las plataformas hay secciones en las que un cartel reza especialmente para ti. No, perdona, no saben ni quiénes somos ni qué nos gusta.
En ese sentido, dice que los títulos que propone no son afines al algoritmo. ¿Hasta qué punto condiciona esta herramienta la experiencia cinematográfica? Y, por otro lado, ¿hace una peineta literaria a los ‘streamings’ con este libro?
Es un corte de mangas, pero no a Netflix ni al resto de plataformas, sino a nosotros mismos. Es una peineta a nuestra obligación de oponernos a las cosas, a no dejarnos llevar y no ser objetos pasivos que encienden una plataforma, la que sea, ven las 15 primeras películas que aparecen ahí y deciden que una va a ser su objeto de entretenimiento durante esa tarde.
Es decir, usted se opone a esa forma de consumo cultural.
Hay dos maneras de enfrentarse a cualquier producto cultural: la pasiva, es decir, quedarte en coma durante dos horas para no pensar en nada, y la activa, que supone enfrentarse a una película que, de primeras, exige una atención mayor. Esto se entiende muy bien con la alimentación. Hay días que te apetece una hamburguesa, pero sabes que no puedes alimentarte con procesados siempre. Eres consciente y te tomas una ensalada.
Le mueve la cinefilia, pero no habla de grandes clásicos. Propone cintas que, de alguna manera, le han marcado. Además, ninguna (o casi ninguna) ha entrado en las grandes listas. ¿Está desafiando al canon?
Sabemos que esos clásicos son buenas películas. Estamos hablando constantemente de 300 cintas y no sabemos salir de ahí, aunque la producción cinematográfica es enorme, abarca más de cien años. Sentí miedo, porque pensé que estas películas están desapareciendo, se están desvaneciendo como los hermanos Martin McFly en la fotografía. Mi reto fue ese: hablar de otras películas que, para mí, deberían ser igual de conocidas que esas de las que siempre hablamos.
¿Por ejemplo?
Hablo de 2010, porque 2001 es una de esas películas que siempre vas a encontrar en las listas de las que hablamos, pero ésta es una obra maestra de Kubrik.
Tampoco aparecen en los catálogos de los ‘streamings’. ¿Qué opinión le merecen estas plataformas?
Son negocios. Obviamente, los señores que los manejan quieren que funcionen, y eso es absolutamente honesto. Quienes tienen zapaterías ponen las zapatillas más caras en el escaparate, pero tu trabajo es entrar a la tienda y probarte diferentes modelos.
Hay que bucear en la red para hallar las películas que propone.
Si quieres ver una película eres tú, y no otro, quien tiene que llegar a ella. Si las plataformas no te las ofrecen, tendrás que entrar en el trastero. Y eso implica buscarlas, tenerlas en físico... Hay que hacer ese trabajo personal y dejar de culpar a agentes externos. La responsabilidad ni es de Tik Tok, ni de internet, ni de las plataformas.
Cierra el libro con ‘Magical Girl’, de Carlos Vermut. El cineasta ha sido acusado de ejercer violencia sexual. ¿Cree que se puede separar a la obra del artista? Cuénteme...
Hay que hacerlo. Hay algo problemático en una sociedad que no lo hace. Pensé mucho si era conveniente hablar de Magical Girl, precisamente por este condicionante, y lo hice porque creo que es obligatorio separar la obra del artista. Yo no sé lo que ha hecho este señor, como tampoco sé lo que ha hecho Woody Allen o un montón de gente. No he estado allí y no les conozco. Si aplicamos esa ley con todo, también tendríamos que prohibir los cuadros de Caravaggio.