Ese día el actor Egoitz Sánchez (Donostia, 1985) no respondía cuando se le llamaba por su nombre. Era un 16 de mayo de un año indeterminado de la década de los 90 y estaba celebrando la fiesta de cumpleaños de su mejor amiga. Como era habitual, se hizo con los vestidos dispuestos para la fiesta en el patio de la casa, escenario de la celebración, y se convirtió en una integrante más de las Mama Chicho. O en Lola Flores, o en cualquiera de las divas televisivas de aquella España en la que La Veneno cruzaba el Mississippi cada noche. Cámara en mano, el progenitor de la cumpleañera grababa la estampa. “¡Egoitz!, ¡Egoitz!”, le llamaba, tratando de captar su atención. Sin embargo, en ese momento él no era Egoitz, sino Erreka Mari

Este es el título de la pieza que el intérprete lleva hoy a escena en la Sala BBK. Escrita a cuatro manos (por el propio Egoitz y el cordobés Javier Lara, también director de la pieza), se trata de una autoficción “onírica-colpera y queer” en la que el actor repasa alegrías, dolores y opresiones. Se sitúa en la Euskadi de los noventa, hostil con las disidencias sexuales y de género. 

“A Erreka Mari le intentaron matar por diferente, porque decían que era monstruosa”, cuenta Egoitz sobre la identidad del personaje que motiva el título de la obra, la última lamia de Euskal Herria, según las leyendas. Agrega que, al repasar los minutos de metraje grabados en aquella fiesta de cumpleaños, le pareció muy llamativo que de niño se sintiera interpelado por esa figura. Y es que, como Erreka Mari, el actor también sabe lo cruda que puede llegar a ser la vida cuando uno vive al margen de las normas: ella fue apaleada por ser lamia y casarse con un mortal; él tuvo que sortear obstáculos por ser un niño marica en un contexto violento.

Carne de cañón: un niño que juega con barbies e imita a Lola Flores "en el recreo de la ikastola"

“Estamos hablando de un niño que juega con barbies e imita a Lola Flores en el recreo de una ikastola de los años 90, cuando había un ambiente bastante convulso. Ese niño era carne de cañón”, apunta Egoitz. Así, en Erreka Mari se sube al escenario un infante perdido ante “la perversa normatividad imperante”. También se da cita la Sirenita. Eso sí, la de Christian Andersen, mucho más interesante que la de Disney, a juicio del actor. “Y por eso la pregunta que más retumba la función es: ¿Quieres desprenderte de tu cola de pez?”, planeta Egoitz. 

La cola es una alegoría de la esencia identitaria a la que el personaje de Andersen renuncia para ser amada. Dice el donostiarra que a los niños y las niñas que no se ajustan al canon también se les exigen renuncias, menguando de esta manera el proceso de construcción de su propia identidad. “¿Cómo podemos saber quiénes somos cuando desde pequeños nos obligan a identificarnos con etiquetas? Tú, que eres un niño, no puedes vestirte de Lola Flores, nos dicen. Entonces, ¿qué espacio me queda para construir mi identidad?”, desliza el actor.

La importancia de "cuidar y tratar bien" a las criaturas

En el mismo orden de cosas, Egoitz reconoce que habrá quienes cedan, porque “un niño no puede renunciar al amor”. Para conseguirlo, “va a hacer todo lo que sea posible, va a renunciar a todo lo que sea preciso”. Porque un niño está programado para obtener amor, según el intérprete. Por todas estas razones, el mensaje principal que Egoitz pretende transmitir al patio de butacas es que es urgente “cuidar y tratar bien” a las criaturas, darles espacio con el fin de que puedan decidir quiénes son en libertad.

Cuenta, asimismo, que esta idea se conecta con un final alternativo de La Sirenita de Christian Andersen. El tercero escrito hasta el momento, porque, como desvela Egoitz, el autor danés tuvo un amante con el que se carteaba frecuentemente. En una de las misivas, le desveló que había pensado otro cierre para la historia. “En el nuestro decimos que deberíamos volar. En el cuento hay un momento en el que la sirena se tira del barco y se convierte en espuma para ir al reino de los cielos”, relata el actor. “Agregamos a eso que dentro de 300 años vamos a entrar a ese mismo lugar, pero, para ello, antes debemos volar sobre los hogares donde hay niños y perfumar de brisa sus habitaciones. Es una manera poética de decir que tenemos que educar con amor”, reivindica. 

Honrar la memoria

El intérprete donostiarra transmite estas ideas a través de una propuesta onírica que ficciona la vida verdadera. Y, por eso, aunque la pieza se estrenó en Madrid en castellano bajo el título Cola de pez, ha apostado por traducirla al euskera: “Para mí la versión definitiva del espectáculo es es en euskera, porque el idioma es una parte fundamental de mi biografía”, asegura.

Sobre el escenario el folclore vasco se entremezcla con la televisión de los noventa y con una educación férrea. Fuera de él, el público interactúa con todos estos elementos, ya que es constantemente interpelado por el actor. Egoitz no quiere una obra de espectadores, sino una pieza en la que el patio de butacas sea partícipe de lo que está ocurriendo sobre las tablas: un homenaje a ese niño-lamia que no estaba dispuesto a perder su cola de pez. Ni por el forro.