Alguien busca libros en la Plaza Elíptica. Es en uno de los edificios que bordean la glorieta donde ese alguien ha decidido pegar un cartel rosáceo para amplificar su voz. “Se buscan libros, cómics y tebeos”, reza el pasquín. A un paso de cebra del anuncio, sentada en uno de los salones del Hotel Carlton, la filóloga Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) cuenta que hace más de 2.000 años el primer rey egipcio de la dinastía ptolemaica consagró su vida precisamente a ese fin: buscar escritos. En El infinito en un junco Vallejo precisa que Ptolomeo I ambicionaba crear en la recién fundada Alejandría la biblioteca más espléndida del mundo conocido.

En el mismo texto apunta que el cómic se retrotrae a las abadías medievales. Cerca de 1.300 años después del reinado del primer monarca griego de Egipto, los monjes copiaban a mano algunos de los volúmenes que se pudieron salvar de la desaparecida (o, más bien, arrasada) biblioteca. En los márgenes de las copias dibujaban imágenes donde se pueden apreciar unos primitivos globos de texto. El cómic, además, es el formato que ha elegido la escritora para la reedición de su ensayo (Debate, 2023), que presentó el pasado martes en Bilbao junto al artista que se ha encargado de ilustrarlo, Tyto Alba (Badalona, 1975).

El infinito en un junco embarca al lector en un viaje que recorre la historia de los libros, una travesía que ya se ha traducido a más de 40 idiomas –entre ellos, al euskera– y vendido cerca de un millón de ejemplares. Sobre el formato elegido para su reedición, Vallejo explica que puede servir para acercar el ensayo a quienes “un libro de 500 páginas pueda resultar algo terrorífico”. “A través de esta adaptación al cómic, mayor cantidad de público se puede sentir bien recibida”, sostiene. También apunta que le gusta jugar a que esta obra, “un ensayo sobre los orígenes de los libros”, se convierta en un tebeo que, a su vez, repasa los orígenes de esta forma de expresión artística en la que se desempeña Tyto Alba, que agrega que la versión ilustrada ofrece una visión distinta de las historias que Vallejo ofrece en esta obra. Esta mirada, además, se traduce en el uso de múltiples técnicas como la acuarela –su sello como historietista– la tinta, el lápiz e incluso el collage. “A lo largo de todo este proceso, Irene insistía mucho en que me tomara la libertad de experimentar. Decía que un ensayo es eso: un experimento ”, apostilla Alba. “Es que precisamente en eso se basa un ensayo, en ensayar”, insiste Vallejo.

Alba destaca que la colaboración ha estado marcada por la libertad. Paradójicamente, a lo largo de su historia la literatura ha tenido que enfrentar una asfixiante falta de esa facultad. Así lo afirma la autora en esta conversación a tres. También lo cuenta en este cuaderno de viajes ilustrado, que dibuja una travesía en ocasiones azarosa, y se detiene en momentos como la destrucción de la biblioteca impulsada por aquel rey bibliófilo, perpetrada por los cristianos en el siglo IV de nuestra era, o en la devastación de la Biblioteca Nacional de Bosnia-Herzegovina (Sarajevo), que quedó arrasada en la Guerra de los Balcanes. Vallejo tampoco se deja la censura en el tintero, que pone de relieve cómo la violencia ha acompañado a los libros desde siempre. “Ese es uno de los grandes temas. Desde que existen libros existen registros de intentos de censura”, lamenta. Y es que la intención de la escritora no es presentar una oda edulcorada a los libros. Los enaltece (y mucho, y en muchas ocasiones) a lo largo de los pasajes. Pero también exhibe las costuras de la historia para subrayar que, a veces, han tenido que correr ríos de sangre para conseguir ciertas libertades que continúan estando bajo amenaza. “En Estados Unidos están ahora dando la voz de alarma porque muchas personas exigen que se retiren libros del préstamo público en las bibliotecas públicas”, recuerda.

Voces disidentes

Muchos de los volúmenes que causan controversia en ese país hablan del movimiento feminista, las identidades LGTBIQ+ o el conflicto racial. En ese sentido, Vallejo apunta que las mujeres y las disidencias han enfrentado serios problemas para hacer carrera en la literatura. “A las mujeres muchas veces las sofocaron, las enterraron muy conscientemente”, asiente. En este ensayo ilustrado que proponen Vallejo y Alba también se honra a aquellas autoras de textos perdidos por censura u omisión. Y es que la literatura escrita por mujeres no se ha considerado importante. Según Irene Vallejo, se ha relegado a una categoría secundaria. “Durante mucho tiempo se ha creído que lo que escribíamos las mujeres era un subgénero destinado a otras mujeres. No era universal, porque se consideraba que quienes escribían del ser humano en mayúsculas eran los hombres”, asegura. Cuenta, también, que en El infinito en un junco “se ve cómo los extranjeros, los esclavos o las personas de clases inferiores” también se las han visto para contarse a sí mismas y para que su historia forme parte del canon literario.

El canon literario –u occidental– es el corpus de obras de arte y literarias que han formado la denominada alta cultura en el norte global. Y el cómic se ha excluido de ese corpus, según Alba y Vallejo. “Se han perdido muchísimos. No se han guardado, se han desechado por considerarlos no importantes”, lamenta la filóloga. Tyto Alba, por su lado, reivindica los tebeos como puerta de entrada a la lectura: “Son una herramienta para habituarse a leer. Yo siempre he pensado que los niños que leen cómics tienen más facilidad para leer libros, aunque el tebeo, en sí mismo, ya es un medio que tiene su valor”, expone el artista. Vallejo también cree que hay que reivindicar los cómics como un vehículo para conocer imaginarios. “Para mí Tintín fue una iniciación a la política, por todas sus tramas, los dictadores, el espionaje... También Mortadelo y Filemón, a su manera un poco enloquecida”, precisa.

Nivelar desigualdades

Decía antes Vallejo que son muchos los tebeos perdidos. No se han conservado porque en los custodios de los libros, las bibliotecas, los han desechado. Estos espacios también ocupan un lugar importante –casi protagónico– en un ensayo que se detiene a explicar su evolución. En sus orígenes eran lugares para la erudición y la ostentación regia, una forma de poder blando para que los monarcas exhibieran su riqueza y poder. Sin embargo, hoy día las bibliotecas no tienen nada que ver con la fuerza y la opulencia. “Su evolución ha sido maravillosa. Se han convertido en centros en los que se nivelan desigualdades, donde la gente que no tiene acceso a los libros puede acceder al conocimiento”, se regocija Vallejo. También cuenta que en determinados lugares del mundo actúan como parapeto que protege de una caída a la espiral de la violencia. “Hace poco estuve en Colombia, donde las bibliotecas son espacios seguros en contextos de muchísima violencia”, apunta la autora. Explica que en estos lugares se protege a los niños, a menudo reclutados por las guerrillas para que se asesinen entre sí. Asimismo, destaca el esfuerzo realizado en ciertas iniciativas por llevar la cultura a territorios de difícil acceso. En su ensayo pone un ejemplo, el de las amazonas bibliotecarias. En los años más oscuros de la Gran Depresión de la década de los 30 del caduco siglo XX, cabalgaron hasta los Montes Apalaches cargadas de libros por puro altruismo. Nada que ver con Ptolomeo y su biblioteca para unos pocos.