Las Juntas Generales de Bizkaia editan este 8 de marzo –Día Internacional de la MujerCargueras, un oficio a reivindicar, el ensayo en que las historiadoras Amaia Apraiz Sahagún y María Romano Vallejo reivindican a aquellas mujeres que llegaban a los puertos de Bizkaia para descargar fardos de mercancías. Según las expertas, desempeñaban un oficio lastrado por el estigma, mal pagado e invisibilizado: “Queremos traer a todas esas mujeres del pasado al presente para que las condiciones laborales de todas nosotras sean mejores en el futuro”, ha reclamado este lunes Apraiz en la presentación que tuvo lugar en la sede de la Cámara vizcaina. Situada en la Calle Hurtado Amezaga de Bilbao, acoge hasta el próximo 27 de mayo una exposición basada en la obra de las historiadoras. 

Ambas se han enfrentado a un extenso trabajo documental para poder rescatar a las cargueras del olvido. Un trabajo que se ha desarrollado en instituciones tan diversas como el Ayuntamiento de Bilbao, el Museo de Bellas Artes o el Archivo Histórico de Euskadi. También han consultado los periódicos de la época en busca de referencias que puedan arrojar algo de luz sobre las vidas de las descargadoras. Consultando las cabeceras, encontraron un reportaje de 1960 firmado por Elíseo Valle Poblador, periodista que abordó las condiciones laborales de los trabajadores del norte en un reportaje que recoge la voz de Nieves. 

Nieves a secas. Esa era su única filiación porque, o bien carecía de apellido, o este no ha trascendido. Contaba que “aquello, el trabajo de carguera, sí era duro”. Tanto como las minas o el transporte de mercancías, espacios en los que también trabajaron muchas mujeres. Dijo, además, que “quisieron en alguna ocasión suprimir a las descargadoras”, pero que los armadores protestaron: “Si nos marchábamos, las mujeres, no tendrían hombres suficientes para sustituirnos”, explicó. 

Maltratadas e incluso asesinadas

Como ella, miles de mujeres pisaron los puertos de Bizkaia en busca de una carga de sal o de bacalao que les permitiera ganar un exiguo jornal con el que calmar el hambre. Muchas veces jugándose la vida, dadas las inexistentes medidas de seguridad, y bajo el yugo de unos patrones que las despreciaban. Y es que la relación con estos siempre fue difícil. Apraiz recuerda que las cargueras, hasta bien entrado el siglo XX, no tenían un puesto fijo. Formaban largas colas en los muelles con sus cestas de mimbre a cuestas. Eran dirigidas por el embalador y, en función de qué relación tenían con él, podían ganar unos reales o no. Estaban a su merced, en una situación de desprotección en la que se producían no pocos abusos: “Uno de los documentos dice que un embalador maltrató a una carguera de Bilbao hasta matarla”, asegura María Romano. “No solo había capataces, también existieron capatazas que dirigían”, apostilla su compañera. Cuenta que la violencia también se producía dentro del grupo: “Tenían reyertas. Cuando se sindicaron obligaron a las recién llegadas a afiliarse y a pagar la cuota. Si no lo hacían, no podían trabajar”.

La sociedad y las instituciones de la época también detestaban a estas mujeres, que se veían abocadas al ostracismo. De hecho, se llevaron a cabo varias iniciativas para expulsar a las descargadoras del espacio público. Así lo muestran algunos de los documentos a los que han accedido las historiadoras: “Las quejas de los vecinos, que no querían tenerlas en las calles, fueron constantes”.

La antítesis de 'El ángel del hogar'

Muchos bilbainos del siglo XIX consideraban que era indigno que las cargueras hablaran entre ellas, en voz alta, mientras esperaban a que los navíos atracasen en El Arenal. “Existía la percepción de que la mujer molestaba cuando estaba trabajando”, dicen las expertas. Es en este mismo contexto cuando el género femenino asume los valores de los que el movimiento feminista está intentando despojarse. Las sociedades burguesas ese siglo dibujaron a El ángel del hogar. Este término define a la mujer ideal del siglo XIX, una mujer relegada al espacio privado cuyo único cometido es cuidar de la familia. Las cargueras no cabían en este modelo de feminidad, y eso “molestaba a la burguesía en general y a los hombres en particular”. La transgresión no fue intencionada. Las cargueras sólo buscaban un modo de ganarse la vida. “Muchas ni siquiera eran de Bilbao, venían de todos los municipios de Bizkaia, de Cantabria e incluso de Nafarroa a buscar trabajo”, desvela Apraiz. El origen algunas de las trabajadoras también fue motivo de rechazo. Además de por ser mujeres trabajadoras, también fueron discriminadas por ser foráneas, maquetas. “Estos problemas que consideramos actuales ya existían en el siglo XIX”, lamentan las historiadoras. 

El incipiente movimiento obrero también marginaba a las cargueras. Así, las mujeres que se desempeñaban como tal vivían a espaldas de todas las instituciones de la época. Apraiz y Romano dicen que los principales sindicatos de la época no fomentaban su participación en las asambleas ni en las huelgas. “Esto no quiere decir que no se movieran”, aclaran. “Tanto ellas como las trabajadoras de Artiach fueron muy luchadoras y pelearon por sus derechos a pesar de lo que dijesen los hombres”, se admiran.

Las reivindicaciones fueron sucediéndose a lo largo de las décadas. Fueron una constante. cambió, eso sí, su espacio de trabajo. Fueron moviéndose de los muelles a los mercados. “Cuando Franco llegó al poder ya se desempeñaban como descargadoras en estos espacios ”, apunta Apraiz. Además, en esa época el oficio se regularizó: “Cada una trabajaba con un carné”, destaca Romano. Dice, además, que hoy día siguen existiendo mujeres que se desempeñan como cargueras. El 5% de las personas que trabajan en la estiba en el Estado español son mujeres. Y siguen reuniéndose para hablar de los mismos problemas que enfrentaron sus predecesoras al filo del siglo XX.