Pablo Berger (Bilbao, 1963) es un realizador insólito en el cine estatal; de 2003, cuando presentó Torremolinos 1973, a Robot Dreams, esta carta de amor al Nueva York que arropó al joven vasco mientras crecía como persona y como cineasta en EE.UU., solo ha hecho dos películas, Blancanieves (2012) y Abracadabra (2017).

Pero esta, basada en la popular novela gráfica de Sara Varon del mismo título y convertida en cine a través de sencillísimos dibujos antropomórficos, es “la más íntima y personal”. Es la historia del perro Dog, un tipo solitario que vive en Manhattan en los años 80 y que un día decide construirse un robot, un amigo. Se vuelven inseparables hasta que un accidente obliga a Dog a abandonar a Robot en una playa.

“Incluí muchísimos personajes, hice muchísimos cambios, la hice mía, Dog soy yo”, explica el realizador en una entrevista con Efe con motivo del estreno hoy.

Y no sólo en lo superficial, agrega, “la casa en la que vive Dog es el último apartamento en el que vivimos Yuko (Harami, su pareja) y yo en Nueva York, la planta de la esquina, el sofá, son los nuestros”. “Yo fui un perro solitario en Nueva York. Allí encontré el amor, me destrozaron el corazón, me volví a enamorar, hice amigos, y sin duda la película es también la carta de amor que Yuko y yo escribimos a esa ciudad, por eso digo que es la película más íntima y más personal”.

Harami, su colaboradora más cercana, es la music editor de Robot Dreams, el enlace entre el director y el compositor. “Si yo soy el padre de Robot Dreams, Yuko es la madre”, se ríe el vasco, también de familia de músicos (es sobrino de los miembros originales de Mocedades), y que confiesa que no se dedicó a ello, aunque le encanta, porque no tiene oído.

“La animación te permite contar otro tipo de historias; si hubiera querido hacer esta historia en imagen real hubiera necesitado doscientos millones, porque contiene un musical con miles de bailarinas tipo Busby Berkely, tiene una secuencia de acción que ya la quisiera James Bond, hay secuencias surrealistas u oníricas que no las hubiera podido contar de otro modo”, explica. “Espero hacer algún día un musical con todo”, dice. Y sus productores piensan: Ojalá.

Tras defender Blancanieves (diez Goyas de 18 nominaciones) como representante de España en Hollywood en 2012, Berger planea volver, esta vez por su cuenta para tratar de que los académicos consideren Robot Dreams como mejor película de animación, y más, si se puede: Mejor dirección o montaje, por ejemplo, como cualquier otro filme, sea o no de animación. Porque Berger defiende que la animación “no es un género, es un medio”.

Los académicos españoles le han dado la razón nominando su película a mejor guion adaptado, montaje y música original, compitiendo por con el resto de películas de ficción, y también como mejor cinta de animación. “Hay un techo de cristal que hemos logrado romper un poquito con estas nominaciones, algunas no habituales en el mundo de la animación y es una maravilla. Creo que hay prejuicios aún y los que nos dedicamos a esta profesión repetimos constantemente que hay buenas y malas películas, y ya”, zanja.

La sencillez de Robot Dreams, y su profundidad, o el modo en que hace reflexionar y zambullirse en asuntos importantísimos a partir de pequeños trazos, hace inevitable recordar cintas como Arrugas (2011), de Ignacio Ferreras, con dibujos de Paco Roca, cuyo productor, Manuel Cristóbal, “es la persona que más ha hecho por la animación española”, considera Berger. Y añade que si Ferreras tuvo a Paco Roca, y “Trueba tiene a Mariscal, yo tengo a José Luis Ágreda”.