El disco-libro de Maia propone “un concepto de país y una forma de entender la identidad vasca y los valores humanos”.

Reincide, ¿se quedó con ganas de más?

—Kantu bat gara fue una celebración de mis canciones de 30 años. Algo muy bonito, tanto en ventas como en conciertos. Era la primera vez que la gente acudía a verme a mí, personalmente, lo que me dio mucha fuerza. Cuando hice el primer concierto, en el Arriaga, pensé que igual iban a verme 80 personas. Fue como debutar en el Athletic con 50 años. Y llené; y 40 bolos más.

El disco llegó hondo a mucha gente.

—No tengo necesidad de sacar un disco, solo de hacerlo si siento una motivación especial, pensar que sirve para algo o alguien. Quien me vio sabe que no fueron conciertos al uso, sino eventos. No propongo canciones, sino un concepto de país y una forma de entender la identidad vasca y los valores humanos. Hago una propuesta a través de la emoción y de la belleza, de las canciones y la palabra. Propongo una identidad e idea cultural en transformación constante, que viene de la esencia milenaria de nuestra canción hasta la Euskal Herria actual.

Un país y propuesta mestizas.

—Soy hijo de inmigrantes y lo introduzco en mis canciones y conciertos. Sé de dónde vengo y quién soy gracias a decisiones tomadas por mis padres y abuelos, a su viaje de Albacete a aquí, a que ellos decidieran que fuera euskaldun. En este disco también es así, vuelven a estar presentes Lorca y Lauaxeta, iconos de las dos culturas y ambos muertos por los mismos fusiles. Desde ahí hasta la emigración actual,

Esa identidad pasa por las canciones, que nos sobreviven y son parte de nosotros mismos, algo personal, pero también colectivo.

—Son un engranaje imprescindible para la creación de una identidad colectiva. Son íntimas y colectivas, personales e históricas al mismo tiempo. Son capaces de unirnos a una emoción, de hacernos llorar, de representar a naciones con los himnos, de acompañar a la publicidad, de todo… Tienen superpoderes. Soy consciente de ello y esa es mi intención, vertebrar una identidad vasca inclusiva y en transformación constante para que puedan seguir en el futuro, más allá de mi propia existencia. Busco contribuir a ese proceso que tanto me ha dado a mí.

¿Cantamos poco? En un tema suplica: “kantatu, kantatu…”.

—Esa es una canción que habla de mi vida personal y de los acontecimiento históricos de Euskal Herria. Soy consecuencia de todo ello. Si no hubieran bombardeado Gernika, si mi abuelo no hubiera cogido aquel tren, si no hubiera fracasado en algún proyecto, si Oskorri no le hubiera cantado a Aresti, ¿cantaría esa canción? Soy producto de las causalidades y las causalidades, de los sucesos históricos personales y de los de esta tierra. Hacer esa autopsia me fascina.

Todo es política, pero usted le canta a la República, el ejército, las raíces, la identidad, la memoria, el euskera… ¿Es un disco político?

—Diría que es íntimo y colectivo. Es una de mis señas de identidad, tejer ambos mundos con la emoción.

En esta segunda parte hay más canciones nuevas que versiones.

—Una de las grandes diferencias es esa, que solo hay cuatro antiguas, las que hice para Gozategi, Pello Reparaz, Negu Gorriak y Gari. Es un salto, una apuesta. El anterior, una antología de grandes éxitos, era más fácil, pero creo que hay en el actual algunas canciones que se van a quedar. Me hace sentir más orgulloso.

Repite músicos, estilos...

—Es una puesta particular, orquestal, coral, de folk y jazz. Y hasta rock, aunque sin guitarras ni batería. Tengo una banda que es la selección de Euskal Herria: Pello Ramírez (violonchelo), Gorka Hermosa (acordeón) y Nacho Soto (piano).

Y vuelve a contar con muchos colaboradores.

Silvio Rodríguez canta en euskera

—Todos son especiales, pero lo de Silvio Rodríguez... Lo escuchaba de niño en cassetes con Milanés y Aute. Y ahora canta algo escrito por mí. Surgió de ir a por todos mis sueños. ¿Con quién me gustaría más cantar? Era él; y me dijo que sí. Ha sido un regalo para el euskera que una voz universal como la suya lo hiciera. l