Un tour de force narrativo, plagado de acción y desafíos deductivos es lo que propone María Oruña para mantener la intriga del lector hasta el final. “El truco para seguir siendo imprevisible está en la honestidad”, asegura la novelista gallega, que ayer martes presentó su novela en el balneario de Puente Viesgo, donde ambienta un ataque masivo, con armas químicas, que la protagonista Valentina Redondo deberá resolver.

¿Cómo termina una abogada laboralista escribiendo novela negra?

—La vida, que da volteretas y a veces te ves envuelto en ellas. No fue algo premeditado, algo que hubiese planeado. Tampoco tenía afición a escribir ni acudía a cursos de escritura creativa. Un día me surgió la chispa, porque quería ver si era capaz de escribir una historia... y hasta hoy.

Entonces fue como un reto.

—Había cambiado de trabajo porque justo había sido mamá y, por fin, tenía un ratito para hacer algo que realmente me apetecía. Después de mucho esfuerzo, de pensar que no iba a poder terminar, lo conseguí. Creo que todos los escritores, una vez pasan el umbral de la mitad del libro, como se dice en Galicia, malo será, seguro que son capaces de terminar.

Tardó años en autodenominarse escritora. ¿Le parecía muy presuntuoso, acaso?

—Supongo que había algo del síndrome de la impostora. De pronto te encuentras en eventos, con autores consolidados, y te preguntas “¿qué demonios hago yo aquí?”. Esa inseguridad, al final, va pasando; no porque te inunde la soberbia, sino porque en mi caso sé muy bien todo lo que me ha costado llegar hasta aquí y mantener el oficio y, sobre todo, crear cada una de las historias. Soy muy consciente de que ahora me dedico a esto de forma profesional y ahora digo que soy escritora, pero al principio me daba apuro y esquivaba la respuesta.

A pesar de ser gallega eligió Cantabria como escenario de sus novelas.

—Mi padre es cántabro y conozco muy bien la zona, los usos, las costumbres… El primer misterio surgió aquí y después seguí encadenando otros misterios.

Hay muchos escritores que radican sus historias en un territorio concreto y las enraízan.

—En mi caso no sé si es así, utilizo diferentes enclaves de Cantabria. Sobre todo recurro a Suances, porque es a donde yo iba de pequeña. La infancia te acompaña siempre en el recuerdo. Pero puedo ambientar mis novelas en otros espacios, como ya lo hice con el Bosque de los cuatro vientos, que está enmarcada en Ourense. Creo que los enclaves rurales dan un juego muy interesante por el contraste entre su aparente apacibilidad y la posibilidad de un crimen. No es una cosa tan oscura como antes se presuponía en el Bronx o en una zona oscura de la gran ciudad.

Emplea prácticamente un año en documentarse para escribir sus novelas. ¿De dónde extrae aquello de lo que se nutre?

—Como la novela trata temas tan diferentes y tengo que recurrir a profesionales tan dispares, cada una es diferente. Siempre suelo acudir a forenses o a guardia civiles que ahora ya son amigos, no solo confidentes. En cada circunstancia recurro a una fuente distinta. Me puede tocar hablar con un arqueólogo, un investigador paranormal o un profesor de tenis. Los entrevisto a todos y voy extrayendo impresiones.

Entonces, antes de ponerse a escribir, realiza una labor periodística.

—Me lleva mucho más tiempo documentarme, hacer la escaleta, el mapa y el plano de intenciones que ponerme a escribir la novela en sí.

¿Es de las que tiene la pared del escritorio lleno de apuntes?

—Sí, tengo el típico panel de corcho con una escaleta, con apuntes de aquí y de allá, con flechas disparando de un lado a otro. La clave está en que no se note el andamiaje, que parezca fácil, que sea fluido y creíble para el lector. Para que eso suceda hay que trabajarlo mucho antes.

En ‘Los Inocentes’ Valentina Redondo se enfrenta a un atentado perpetrado con armas químicas.

—Se junta un IBM, un International Business Network, una reunión de empresas autónomas del ámbito inmobiliario. Se reúnen una vez al año y cierran el templo del agua en Puente Viesgo para ellos. En uno de los regalos, al abrir la caja, todos comienzan a caer y a morir. Se genera la incertidumbre de qué es lo que los está matando. Y por qué, con qué finalidad. Este es el arranque.

La protagonista logra relacionarlo con un crimen ocurrido en Escocia a principios del siglo XX.

—Sin hacer muchos spoilers, podemos decir que Valentina logra establecer una posible explicación a lo que ha sucedido con un crimen real que sucedió en Escocia. Pero no sabe si va a tener razón.

A nivel narrativo, ¿qué retos supone dar continuidad a una saga literaria?

—El reto principal es que el nuevo lector pueda empezar por ese nuevo libro, el sexto de la serie, sin necesidad de haber leído los anteriores. Esto podría ser muy normal o natural en una serie de Sherlock Holmes o del detective Poirot, porque cada libro es independiente y autoconclusivo. En mi caso, Valentina y los personajes fijos, los investigadores, no son tan planos o estáticos como estos dos citados, que simplemente van envejeciendo. En mi caso vemos cómo los personajes se casan, tienen hijos... El lector aprecia esa evolución a la vez que descubre nuevos misterios, pero no pasa nada por leer el quinto o el cuarto y luego el primero.

¿Cuál es el truco para seguir siendo imprevisible?

—Está en la honestidad, en intentar hacer un trabajo que no te defraude a ti ni a los demás. Entonces eso se nota en el resultado. Por eso luego muchos lectores me dicen que a lo mejor el tema no era santo de su devoción, no le apetecía una historia de fantasmas o, en este caso, un crimen masivo, pero aún así quieren saber por dónde voy a salir esta vez.

Sus textos están plagados de referencias literarias.

—Más bien son guiños a clásicos que hacen referencia a novelas. En Donde fuimos invencibles había guiños a novelas góticas; en El camino del juego a románticos ingleses; y aquí nos encontramos a dos referencias básicas porque hablamos de Crimen y Castigo, de Dostoyevski, y El conde de Montecristo, de Alexandre Dumas, porque en la novela se habla de la venganza y se examina quién es culpable. También añadimos alguna cita de Agatha Christie para recordar que estamos ante un juego.

¿Llegará el momento en el que la novela negra toque techo?

—No es que se esté escribiendo novela negra purista, sino mucho híbrido. Mientras el género se pueda seguir diversificando creo que va a seguir manteniéndose. Ya no se siguen los parámetros estrictos de las novelas tipo Raymond Chandler: el investigador no tiene que ser un misógino o un drogadicto, ni el ambiente urbano, ni el lenguaje soez. Hay tantas variables que al final se amplia mucho el género negro para llegar a una mezcolanza antes inconcebible. El lector aprecia y busca el sentido de justicia, el equilibrio entre el bien y el mal. En este tipo de novela lo va a encontrar.

Parte de su éxito se basa en el boca oreja. A nivel comercial, ¿favorece más que tener el favor de la crítica?

—La crítica es importante pero también la promoción. Los fuegos artificiales se terminan y cada cual tiene que tener su propio criterio. Si de mil lectores uno o dos te dicen algo negativo es una opinión parcial, pero si te lo dice 200 a lo mejor tienes que valorar que hay algo mal. De la crítica también se aprende, pero reconozco que soy hija del boca oreja de los lectores, pero también de los bibliotecarios y los libreros, porque son muchos los que han prescrito mi trabajo y estoy muy agradecida.