El arte se ha expandido esta semana por Alzuza generando intercambios de conocimientos, críticas, preguntas y planteamientos escritos y sonoros que, seguro, llevarán a nuevas posibilidades creadoras. Con Oteiza como paisaje, los 16 creadores participantes en la cuarta edición del programa de estudios artísticos del proyecto JAI (Instituto de Actividades Artísticas), promovido por Tabakalera y Artium y con el que la Fundación Museo Oteiza colabora por segundo año consecutivo, han convivido y creado en una intensa residencia de cuatro días.

Este viernes regresaban a Tabakalera, donde continuarán el programa hasta el 25 de agosto. Con ellos y ellas viajaron múltiples experiencias activadoras, las que han vivido Alzuza en común y junto a tutores –y creadores– como Xabier Erkizia e Ibon Aranberri. En la residencia en el Museo Oteiza, los 16 artistas participantes han explorado posibilidades creadoras de la escritura musical partiendo de una idea de partitura de Jorge Oteiza que Xabier Erkizia encontró buceando en los archivos sonoros del escultor de Orio.

“Les he propuesto imaginar una partitura que pueda ser interpretable en directo por otras personas. Me parecía un punto de inicio interesante, ver dónde empieza y dónde termina una partitura; si todo puede ser una partitura interpretable por un músico o tiene que tener ciertas instrucciones, cuánta libertad dejas al intérprete, cuánto concretas.... Cada artista ha tomado diferentes caminos y ahí está la riqueza”, cuenta Erkizia sobre esta propuesta que ha llevado a los participantes a crear una lectura-performance en un bosque quemado como auditorio, idear una partitura para ver las estrellas, a inventarse instrumentos o usar objetos del Museo Oteiza, como libros, para hacer música.

PRÁCTICA NOVEDOSA

Para la artista navarra Idoia Leache Olagüe ha sido “una práctica novedosa y muy enriquecedora”. Ella, que conoce desde niña el Museo Oteiza, considera “una suerte” poder trabajar en ese entorno “y tener otro acercamiento” a todo eso que proyecta un creador tan polifacético como Oteiza. La experiencia en Alzuza se le ha quedado “corta”, aunque ha sido “muy intensa, trabajando, durmiendo y comiendo juntos”, dice Leache, quien volverá el año que viene a la Fundación Museo Oteiza para realizar una acción puntual como artista invitada, entre los meses de marzo y abril, protagonizará allí Maite Vélaz.

El artista sevillano afincado en Bilbao, Bruno Delgado Ramo, también habría prolongado la estancia en Alzuza. Arquitecto que trabaja en el mundo audiovisual, para él ha sido “especial” trabajar en el entorno del Museo Oteiza, por el que ha transitado varias veces como visitante y como investigador. “Siempre hay novedades en este lugar”, decía. El programa JAI es para este artista “una experiencia expandida muy bonita; cuanto más tiempo estamos juntos, más eres capaz de salir un poco de ti y mirar a través de otros. Y eso es muy interesante”, comentaba, apreciando la manera de trabajar de Xabier Erkizia e Ibon Aranberri “porque dan tiempo para que las cosas ocurran, para pensar, y se abren posibilidades de investigar cosas que te interesan a través de otros formatos”.

Junto a Idoia Leache y Bruno Delgado, integran la selección de artistas de la cuarta edición del programa de JAI: Imanol Abad Martínez, Mikel Adán Tolosa, Ingrid Blix, Mar Cubero, Alicia Disandolo, Jonathan Escapa Etxaniz, Hildegard Hansen, Hodei Herreros Rodríguez, Mariem Imán Carames, Ainhoa Gutiérrez del Pozo, Mayra Alejandra Morán Vásquez, Sofia Albina Novikoff Unger, Jara Roset Camarero y Marta van Tartwijk Crespo. De muy diversas procedencias y de edades comprendidas entre los 22 y 40 años, los creadores y las creadoras cuentan con tres tutores: los artistas Asier Mendizabal, Ibon Aranberri e Itziar Okariz. Y en la inmersión de cuatro días en Alzuza, el profesor invitado ha sido el artista sonoro Xabier Erkizia.

“Para mí ha sido fantástico. Me picaba la curiosidad proponerles un ejercicio de escritura musical porque en el grupo apenas hay músicos, así que sabía que iba a llevar a gente que trabaja en unas disciplinas a otros lenguajes y formatos”, valora Erkizia, apuntando que “la experiencia tiene mucho que ver con el nivel de convivencia de los y las artistas y el poco miedo a enfrentarse a situaciones que para la mayoría resultarían muy ajenas. Ha sido un placer de grupo”, concluye. En cuanto al ejercicio que les propuso, dice que “no se trata de que salgan de aquí con su primera composición, pero sí de que sean conscientes de lo que sucede en esa traslación del compositor al intérprete. Porque uno compone desde una soledad y abstracción, y en la traslación de eso a otras personas tienes que tener muchísimo cuidado y pensar hasta qué punto las instrucciones condicionan”.

POCA LIBERTAD

Tradicionalmente los compositores han dejado muy poca libertad a los intérpretes. Pero el siglo XX y la época en que Oteiza estuvo más activo han supuesto una ruptura: se otorga al intérprete una libertad; eso sí, atada a una responsabilidad. Es decirle: de ti depende que la composición final tenga sentido o no; yo te voy a dar unas instrucciones, pero a partir de aquí tú tienes el mismo peso que yo”, reflexiona Erkizia, quien valora muy positivamente la práctica artística que promueve JAI. “Aquí se obliga a hacer y en ese hacer hay un proceso en el que pasan de sentirse observados, a dar el paso de compartir las críticas, utilizar todo y nutrirse de los demás. A través de la práctica hay ciertos conocimientos que luego saldrán. Y eso en situaciones más regladas de educación es difícil; ahí hay juicios claros de esto no se debe hacer. Aquí hay una crítica constante y en estos momentos esa actitud crítica se echa de menos, no solo en el ámbito artístico sino en el mundo en general, porque está todo tan polarizado... Esta convivencia, este intercambio de conocimientos y opiniones, no tiene precio”, asegura Erkizia.

Para Ibon Aranberri, tutor de JAI, este programa “entiende los recursos de la práctica artística no solo a un nivel utilitario o material, sino también conversacional, y generan experiencias únicas en cada caso”. Sobre la residencia en el Museo Oteiza, dice, “es maravilloso poder trabajar desdibujando los límites de lo que es público y lo que es privado en un museo, lo que es pedagógico o lo que es expositivo, y también el propio paisaje que nos rodea, el núcleo de Alzuza, los bosques... Es algo completamente distinto a una experiencia de ciudad donde todo está limitado, los espacios están normativizados y difícilmente se pueden resignificar”.

Para la Fundación Museo Jorge Oteiza esta colaboración con el Instituto de Actividades Artísticas es “importante” porque “por un lado supone la posibilidad de aproximar la obra de Oteiza a un colectivo de artistas, y por otro lado nos permite dar respuesta a una de las grandes demandas que hizo Oteiza en vida: una formación estética de calidad para los artistas”, comenta su subdirector, Juan Pablo Huércanos. Además del trabajo con Erkizia, los 16 artistas han mantenido esta semana un encuentro especial con Xabier Salaberria –artista que expone actualmente en el Museo Oteiza– y que compartió su proyecto con los jóvenes creadores, y también han realizado una salida para conocer el Centro de Arte Contemporáneo de Huarte. Aunque la intención no era aprender sobre Oteiza, seguro que los 16 artistas que se despidieron ayer de Alzuza se han llevado algo de la enorme proyección del genial escultor, poeta, investigador y agitador.

“Oteiza puede generar afinidades y antagonismos. Aquí ha estado como síntoma, como paisaje”, dice Ibon Aranberri. “Hay muchas maneras de revisitar a Oteiza sin que necesariamente aceptemos su personaje. Y es interesante cómo alguien que igual no acepta una ideología artística como la que marcó Oteiza, puede visitar a Oteiza desde otros lugares menos esperados, y menos conscientes”, apunta.