“Un espectador me dijo que acabó en el hospital porque se le había desencajado la mandíbula”. Así responde José Corbacho cuando se le pregunta sobre los efectos en el público de su monólogo Ante todo mucha calma, que presenta el sábado en Barakaldo Antzokia, a las 20.30 horas, con entradas a 23 y 26 euros, y la colaboración de DEIA. “Haremos risaflexión. La comedia y el humor deberían depender del Ministerio de Sanidad porque la vida es más tragedia que comedia”, apostilla.

Olvidados ya los problemas de salud, imagino.

—Se cumplen esta semana tres años desde mi trasplante de riñón. Desde entonces, celebro con mucho gusto en julio mi segundo cumpleaños.

No veo que haya bajado el pistón.

—Voy con un plato y piñón alto siempre (risas). Llevo mucho tiempo en esto y hay veces que parece que estás en todos los lados, y periodos más tranquilos. Esta semana he terminado el rodaje de una serie y ahora recupero la gira del monólogo, que es muy terapéutico, a lo que se junta otro espectáculo con una orquesta. Pero hoy he tenido un día tranquilo (risas).

¿No sabe decir que no?

—Ostras… Me cuesta. Antes me apuntaba a un bombardeo, pero estoy aprendiendo, más que nada para poder disfrutarlo todo. Soy muy disfrutón y ya no me meto tanto en jardines en los que acabo agobiado. Quiero tener tiempo para cada trabajo.

Andreu le llamó vividor, pero sería un vividor muy currante. Mire, sería un buen epitafio.

—Totalmente (risas). ¿Cuál es la alternativa? No hay antónimo, no existe moridor. Iré a Barakaldo a trabajar, pero me daré una vuelta, tomaré un pintxo… Y están en fiestas. Llevaré al escenario cosas que puede que hagan que el monólogo sea diferente.

¿Improvisa, añade ‘morcillas’?

—Me gusta, aunque existe una estructura porque no tengo capacidad para improvisar 80 minutos. Pero añado cosas, sí. Como si alguien te pide antes una foto y se lía. Llevo anécdotas al texto, que se vuelve más vivo aunque sin dejar su núcleo. Hablo y me río de mí, de mi familia, de la actualidad...

¿El sábado no toca reflexionar?

—Pues haremos risaflexión, un paréntesis de hora y media para reflexionar riéndonos o reír reflexionando.

La diversión puede aliviar al ser humano en tiempos de tragedia.

—La comedia y el humor deberían depender del Ministerio de Sanidad, aunque bastante cargado está ya (risas). Son muy necesarios, ya que la vida es más una tragedia que una comedia. Reírnos de todo es sano, que cada uno lo haga de lo que quiera porque la comedia es subjetiva. No nos reímos de lo mismo, y cambiamos con los años, pero reír es necesario.

¿Se sale más relajado tras verlo?

—Creo que sí. Un espectador me dijo que había acabado en el hospital porque se le había desencajado la mandíbula. Esa es la mejor publicidad aunque me dio un poco miedo. Pensé, a ver si la gente se acojona y no viene a verme por temor a reírse demasiado (risas). Me gusta pensar que la gente sale mejor de lo que ha entrado.

¿El monólogo es fruto del covid?

—Se me juntó con el trasplante y estuve ocho meses en casa. Pero la cabeza no para, así que escribí la historia de la serie que acabo de dirigir –Un nuevo amanecer, con Yolanda Ramos y tanto tragedia como comedia–, y al ver tanta comedia en casa me apeteció crear el monólogo, coger el micro y contar cosas sin la parafernalia técnica del anterior, donde me reía de la tecnología. Es comedia de la palabra y desnuda. Me río de la realidad.

Es un ‘todoterreno’, pero se siente muy cómodo en el monólogo.

—Llegué tarde a él, como Gila, que decía que cuando nació no había nadie en casa. Surgí del teatro de La Cubana, después llegó El Terrat de Buenafuente… Pero sí, tenía referentes como Pepe Rubianes y me apeteció estar solo en el escenario; y no porque hubiera estado mal acompañado. Quería hacer lo que me daba la gana, y empecé a hacerlo, como la gimnasia, y aprendiendo. Me lo paso muy bien, es sostenible y ecológico, con un solo artista que gasta poca agua y luz, y que da mucho a cambio. Me gusta el formato y me dicen que se me ve como más yo. Y es porque eres más libre, defectos incluidos.

La pregunta del millón. ¿Le ponemos límites al humor?

—Nos tenemos que reír de todo. El primer mandamiento de este oficio es hacer reír, no ofender o hacer daño. Eso sí, te puedes equivocar, pasarte de frenada y perder el sentido común.

El cómico, si no es provocador…

—Claro, venimos de los bufones. Decían cosas y, a lo peor, el rey les cortaba la cabeza. Si te equivocas, pides perdón, o lo intentas con otro chiste. Tampoco somos cirujanos cardiovasculares, que menuda putada si se equivocan. Es solo un chiste o una broma.

O acabar en el juzgado.

—El Código Penal es un buen límite y, por suerte, las demandas suelen archivarse. Otra cosa es el ruido que se monta y que te hace pensarte las cosas dos veces. Está bien tener libertad, luego el público es soberano y decide verte o no. Pasa que en el monólogo se contextualizan mucho las cosas, al contrario que en redes sociales, que se ve una frase o un chiste sin su contexto. Y ahí se hace la pelota.

¿Tiene algún método para mantener la calma a propósito de la censura y las cancelaciones?

—Lo de la calma me viene de la pandemia y aquella frase de que saldríamos mejores. Sería el que ya era bueno; el malo saldría peor. A veces es difícil mantenerla. Cuando alguien decide de forma unilateral censurar y quitar a la gente la libertad de elección, algo falla. Se puede ir a una película de Pixar y si a alguien no le gusta que dos personas del mismo sexo se besen en ella, pues no volver a ver otra de esa compañía. O se censura una revista en catalán por el idioma; o en castellano, que en todos los sitios cuecen habas. Hay que tener la mentalidad abierta, hay muchos colores y culturas para decir esto sí y esto no. Es algo que no debería corresponder nunca a los políticos e instituciones. El territorio de la cultura y el espectáculo debe ser libre.

Si actuar es jugar, ¿usted lleva haciéndolo desde niño?

—Puede ser, hay que jugar siempre. En las grabaciones de niño siempre salgo haciendo el idiota y el payaso. Para mí eran palabras muy dignas porque siempre he jugado. No quiero perder esa capacidad delante de una cámara, en un escenario o una entrevista. Jugar ayuda a sobrevivir.

¿El payaso sabe reírse cuando baja del escenario?

—Hay muchos ejemplos de gente divertida que es muy tímida en lo personal. Yo, como siempre juego, me veo como Jim Carrey en El Show de Truman, me imagino que hay cámaras que me graban siempre, así que trato de estar bien y no estar triste al bajar del escenario (risas). No siempre es posible, la vida no está para hostias, pero el humor es terapéutico.

Hablaba antes de la serie que ha rodado, pero está de gira también con ‘Love Love Love’.

—Es un musical maravilloso que comparto con Ramón Gener, un grupo de rock y una orquesta. Yo solo hago chascarrillos ¿eh?

El título del monólogo evoca un disco de Siniestro Total.

—Y a su acidez, sí. Últimamente dudo qué está por encima, si el humor o la música. l