Imagino a Alex Turner, el líder chulazo, sobrado y sexy de los británicos Arctic Monkeys, corroído por las dudas a la hora de plantear la gira actual, que congregó a una multitud en la despedida del 17º Bilbao BBK Live. ¿Tirar de los clásicos efervescentes y eléctricos de su juventud, actualizados con los ecos rockistas y negroides que añadió con los años, o defender su último repertorio, ya adulto plácido, sensual y casi cinemático? Esa es la cuestión. Se levantó del diván y optó mayoritariamente por la primera opción, pero no importó a los más de 40.000 fans rendidos ante Turner, a ratos Elvis, otras Bowie, Josh Homme o Nick Cave, siempre sexy, sobrado de voz, encanto y repertorio, que lideró un concierto inolvidable en el festival bilbaino.

Si Turner tiene que ir al psicólogo para aclarar su debate interno no importó a nadie en Kobetamendi. Allí se había ido a botar, saltar y corear el repertorio de los de Sheffield, que se comieron el mundo con su debut, en 2006, y que han ido evolucionando a medida que su líder –compositor, cantante y guitarrista autor de la mayoría de solos– dejaba la adolescencia e iba incorporando influencias foráneas y picando de proyectos paralelos hasta llegar a sus dos últimos discos, Tranquility Base Hotel & Casino y el reciente The Car, de sonido templado, elegante, con ecos cinemáticos y de pop clásico, y con más piano que guitarras.

Puede que para poder dormir por las noches, Turner optara por abrir el concierto con Sculptures of Anything Goes, fiel a su traje actual de crooner adulto; pero sin olvidar sus dudas. El verso “¿cómo se supone que debo manejar mis creencias infalibles?”, fue lo primero que soltó. Y aunque el público había ido a divertirse y desfogarse, solo le faltó repetir el “Hallelujah” del tema. Embobado y expectante ante la estrella –pelazo, gafas de sol, traje oscuro, camisa blanca y pie al monitor–, que movía su cadera sexy como el Elvis juvenil, se desató rápido, con la llegada de Brainstorm, mirada atrás década y media con un vendaval sónico y guitarra enloquecida.

Ya sin el traje de crooner y bien ajustado el de rockero, se centró en rescatar el fondo de armario más guitarrero y eléctrico de su repertorio, especialmente el extraído de AM, su disco de hace una década, el de su periodo intermedio, con el que parece sentirse más cómodo. Al menos en directo. Y ahí, sobre las tablas, ni un pero al chaval…que ha cumplido ya 37 años, por cierto. Envuelto por un sonido excelso tan prístino como potente, con un juego de luces espectacular y una pantalla en el fondo del escenario que enmarcaba las imágenes en un círculo, Turner demostró a partir de Snap Out of It, con su nervio negroide soul, que es una estrella, un tipo que, bien secundado por unos instrumentistas resultones hasta en los magníficos coros, entona y canta con estilo y elegancia, y posee una prosodia excelsa.

De Elvis a Cave y Homme

El aluvión de canciones incuestionables que llegó después –Don't Sit Down 'Cause I've Moved Your Chair, Crying Lighting, The View From the Afternoon...– solo aceleró la entrega del público ante un repertorio inmaculado, sobrado de genio y ejecutado con maestría y sin un fallo vocal o instrumental a lo largo de hora y media. Turner jugó con el stoner rock, con guiños hasta hard rock, los que aprendió de Jack White y su colega Josh Hommer, líder de QOTSA, y se zambulló, entre guiños recientes como Four Out Five, con un novedoso arreglo de bossa nova, en pasajes negroides, rescatando inflexiones y ritmos entre funk y soul a lo Bowie.

Chulazo y jugando con la cámara al tipo sexy, de lejos, con su melena, actitud y movimientos, nos recordó al Nick Cave juvenil de The Birthday Party; y otras al Elvis maduro de Las Vegas. Así fueron cayendo, sin mácula alguna y entrega total, Arabella, Flourescent Adolescent, Do I Wanna, Why'd You Only Call Me When You're High?… Protagonista tanto a la guitarra eléctrica como al micrófono, Turner cogió la acústica y, con su falsete haciendo diabluras, emocionó a una multitud extasiada con There´d Better Be a Mirrorball, a la que se unió la inevitable bola de espejos y a la que solo le faltaron los arreglos orquestales para convertirla en memorable.

Cuando parecía que el estremecimiento no podría incrementarse llegó Body Paint, otro himno reciente y estremecedor que, curiosamente, logró fundir madurez crooner con un final juvenil de pose y sonido rockista. ¿Mejorar esa recta final? El bis lo hizo posible con I Wanna Be Yours, nuevo masaje soul antes del desfogue final con la energía adrenalítica y punk de I Bet You Look Good on the Dancefloor y la rockera de R U Mine. Pues eso, de sobresaliente e inolvidable. Sin dudas. ¿Las tendría Turner al bajar de Kobetamendi?