En su cada vez más apretada agenda, Luis Zahera (Santiago de Compostela, 1966) encuentra un hueco para atendernos por teléfono mientras toma un taxi de camino a los Premios Fotogramas en Madrid. El eterno actor secundario está viviendo uno de los momentos más dulces de su carrera tras conseguir el Goya por su soberbia interpretación en As Bestas. A pesar de ello, no aspira a acaparar más minutos frente a la cámara. “Los secundarios estamos para que brille todo el conjunto, y arropar al protagonista”, afirma con humildad. A lo que no se aferra es a dar vida siempre al malo malísimo. “Que nos saquen de la zona de confort cada vez que se pueda”, alienta el gallego poco antes de alzarse también con el Fotograma de Plata a mejor actor de cine.

¿Cuánto hay de Luis Zahera en el espectáculo ‘Chungo’?

—Opté por partir de una premisa simpática: de cómo no entendía por qué no hacía películas de morrear y, en cambio, acababa haciendo todos los terribles. Pero luego cuento un montón de cosas de mi madre y mis hermanas, de cuando era pequeño, de La Coruña, de Compostela, de mi trabajo, de José Luis Moreno... Es un monólogo autobiográfico, llevado a la comedia, con todos los ridículos que haces en la profesión y los berenjenales de situaciones absurdas. Es Luis Zahera poniendo en ridículo a Luis Zahera.

¿Chungo se nace o se hace?

—Interpretativamente se hace. Esto es un juego, aunque parezca una barbaridad, es el mismo juego interpretativo hacer de galán que de pederasta. Tú tienes que hacer que la gente crea que eres el más guapo del mundo o el más pederasta del mundo. No se nace, uno se hace.

Le paran mucho en la calle hablando de sus roles de malo malísimo.

—Sí, me paran mucho, pero con mucho cariño, diciéndome que disfrutan mucho con mis malos. Les encanta mi maldad. La gente es maravillosa. Pero ya empiezan a ver alguna que otra pinceladita diferente: como en la película Loco por ella, que no hacía de malo, o en el final de Vivir sin permiso, que era muy tierno. Están muy agradecidos con toda mi maldad, pero albergan la esperanza de que me den papeles de bueno.

¿Y qué percibe en ese afán por charlar con usted?

—Hay mucha gente que quiere hacerse una foto tras el monólogo y luego hay muchos otros que, simplemente, te quieren agradecer. La interpretación tiene algo de terapéutico y eso lo vivimos como una inmensa alegría.

¿Cómo se puede caer en gracia siendo el malo del cine español?

—Es como que soy un malo simpático. En Vivir sin permiso pensaba que estaba haciendo de un malo terrorífico, porque Ferro vendía un montón de cocaína y mataba a mucha gente. Pero la gente obvia todo eso y valora la fidelidad que le tenía al gran capo, a Nemo Bandeira. Mi madre decía: “La vida da muchas vueltas”. La interpretación también da muchas vueltas. A veces piensas que estás accionando algo terrible y para el público no es así. Y el público siempre tiene razón.

¿Y qué significa que el público tenga la razón?

—Lo que más hago es televisión y ahora, conscientemente, intento añadir las cosas que me van diciendo. Si me dicen algo de Ezequiel, de Entrevías, intento introducir eso que los espectadores quieren que transmita el personaje. Pienso que si la gente quiere consumir eso, hay que dárselo.

Eterno actor de reparto, ha ganado dos Goyas de la mano de Sorogoyen. ¿El próximo papel como ‘chico Sorogoyen’ será como protagonista?

—Ostras, lo desconozco. Sinceramente, creo que no. Cada uno tiene que saber el sitio en el que está. Siempre fui un actor secundario. Los secundarios estamos para que brille todo el conjunto, y arropar al protagonista. Es decir: virgencita, que me quede como estoy. ¿Que un día de casualidad suena la flauta y haces un protagonista? Bien, pero sinceramente me considero un actor de reparto y estoy feliz trabajando. Me tratan y me pagan bien, el taxi me recoge, me lleva… es todo maravilla bendita.

Tengo entendido que el primer Goya se lo regaló a su tía Cefe por su 89 cumpleaños. ¿Qué ha hecho con este segundo Goya?

—El segundo también, a la misma tía. Es la única mayor que nos queda en la familia, y ahora tiene 93. Aún no se lo llevé, tuve que hacer unas fotos con un sastre en Madrid. Se lo llevo el día 3 de abril. Está muy contenta porque cada vez que le llevo un Goya dice que van a verla, a ella y al Goya. Ella me dice: “Tú tráeme muchos Goyas”.

Se lo lleva tras actuar en Bilbao, entonces.

—Efectivamente. A Bilbao iré con el Goya, para llevárselo a Cefe. Además iré en coche, y de ahí a Galicia. Está empeñada en que es de otro color y hay que darle la razón. Tiene algún que otro premio más; pero claro, los Goya son la joya de la corona.

Criado en una familia arquetípica de los 60, menciona mucho a su madre y a sus hermanas en su monólogo. ¿Qué hay de su padre?

—Era un enigma. Un señor al que no le gustaba comunicarse; él leía en su sillón, trabajaba… Era un buen padre, pero no muy comunicativo. Mi mamá veía las cosas simpáticas y mi papá tenía un humor muy negro. Era un buen tipo pero aunque tuviera cinco hijos tenía una forma de relacionarse que sorprende un poco al público, así aprovecho para hacer una parte seria en el monólogo.

Cuando una persona es buena en algo, ¿hay que dejar que siga haciendo eso en lo que tan bueno es o merece la pena sacarla de su zona de confort?

—Merece la pena. A veces, cuando me ofrecen un malo, pienso: “Hostia, el público ya me va a pillar el truco”. Que nos saquen de la zona de confort cada vez que se pueda. Y volviendo a mi madre, le preocupaba muchísimo que me divirtiera. Si iba a un restaurante, en lugar de por la comida, me preguntaba: “¿Era divertido el restaurante?”. Me planteo mi trabajo pensando que tiene que ser divertido.

(Se disculpa un momento para atender al taxista que, al llegar a destino, le pide un autógrafo. “Samuel. Gracias por el viaje”, se le escucha dictar).

“Siempre vendo droga o mato”, afirmó en ‘La Resistencia’. Pero resulta que Pau Durá le ha permitido hacer de bueno en ‘Pájaros’.

—(Ríe). Sí, agradeceré toda mi vida que me haya dado este chance. A ver cómo quedó eso. Hice de buena persona con Javi Gutiérrez, haciendo de dos buenos perdedores. Estoy encantado de hacer de tartamudo que quiere arreglar una cuenta pendiente. Ya la veréis, no quiero hacer spoilers.

¿Cree que tener un acento marcado le ha encasillado en cierto tipo de personajes?

—No sabría responder. Antes era terrible, porque te condicionaba o no pasabas los castings. Todo eso ha evolucionado. Bienvenido el acento vasco, el catalán y el gallego... Antes solo tenía recorrido el andaluz. Ahora se abrió la veda y no creo que condicione para determinados personajes. Trabajo con Sorogoyen y a él le da igual si uno con acento catalán tiene que ser hermano de uno que tiene acento gallego.

Es curioso, porque interprete el papel que interprete, una compañera nos decía que para ella siempre será Petróleo, de ‘Mareas vivas’.

—¡Hombre, claro que sí! Tiene toda la razón. Hay uno que murió como Chanquete y yo en Galicia moriré como Petróleo.

Pero esta compañera es bilbaina.

—Se emitía también en la televisión vasca. Marcó y tuvo muchísimo éxito en Galicia, fue un fenómeno social. Sí, en Galicia soy Petróleo. Hay gente que no tendrá ni idea de que me llamo Luis Zahera, pero que sabe que soy Petróleo.

Bueno, para muchos ahora también es Luis ‘fucking’ Zahera.

—(Ríe). Me encantó. Ese hombre (Denis Ménochet, compañero de As Bestas, que se refirió a él así en los Goya) es gloria bendita. Es un amor de persona y fue un privilegio currar con él. Ojalá volvamos a coincidir.