En 2012 Jesús Mari Lazkano (Bergara, 1960) decidió tomarse unos meses sabáticos e irse a Nueva York, “una ciudad repleta de energía” que siempre le ha “cargado las pilas”. Desde entonces, el artista ha realizado innumerables viajes a lo largo del mundo, físicamente o con la imaginación, en los que le ha acompañado siempre un ambicioso proyecto: “Quería escribir un libro que invitase y animase a acercamientos muy dispares a la pintura, con inquietudes divergentes, pero con un interés común, que permita aproximaciones a la pintura personalizadas, a nuestra manera de ver, lejos de prejuicios, para la gente normal, que muestre todas las glorias del arte, pero también alguna de sus miserias, un libro en el que la curiosidad sea la brújula que nos guíe”, describe este pintor, cuya obra se encuentra en numerosos museos del mundo.

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Jesús Mari Lazkano presenta su libro en el Museo de Bellas Artes Pablo Viñas

Fruto de todos estos años de reflexión, ha visto la luz ¡Maldita pintura! 1001 ideas para amarla y entenderla (editorial Abada), una publicación que fue presentada ayer martes por el autor en el Bellas Artes de Bilbao, junto a Pedro Luis Uriarte.

Todo libro tiene su historia, ¿cuál es la de ‘Maldita pintura’?

—Estaba en Nueva York con el libro 1.001 ideas para conocer la ciudad y pensé ¿por qué no hacer algo así con la pintura? Después de ese primer impulso, empecé a darle forma. He necesitado una reflexión interna, un trabajo de introspección, de hacerme preguntas, de análizar cómo me sitúo en el mundo del arte para poder comunicarlo. Este libro está hecho desde dentro. Me decía Antonio López que cuento cosas que solo las puede decir un pintor.

¿Y a quién va dirigida esta publicación?

—Con que seas una persona curiosa, es suficiente. Las referencias escritas que nos llegan no provienen del mundo de los artistas, sino de comisarios, historiadores... que ven las cosas con una visión profesional intensa, pero con cierta distancia. Tenía la sensación de que faltaba una lectura desde el propio artista. Ese fue uno de los puntos que me empujó a escribir este libro, querer contar las cosas de otra manera, faltaba una lectura más abierta; quería comunicar que la pintura es mucho más sencilla, no somos artsitas caídos del cielo, vivimos hoy y aquí. En este proyecto, se han juntado dos aspectos, contar las cosas de manera clara e intentar llegar al mayor número posible de públicos. Que cuando alguien se acerque al mundo del arte no se encuentre con el muro de unos textos que igual le pueden resultar complejos o que se quede con la sensación de que necesita cierto entrenamiento, que igual todavía no tiene. El libro, en realidad, es una especie de invitación para entender que la cultura está al alcance de todos, que todo el mundo puede acercarse a ella de manera natural y sin prejuicios. Otra cosa es que haya accesos a distintos niveles, pero de entrada, nada está vetado a nadie.

Tira por tierra las ideas grandilocuentes sobre el arte...

—El trabajo del artista es muy doméstico, se toman decisiones muy sencillas, como qué color elegir, qué tamaño, hasta dónde llegar, de qué manera, con qué pincel... Son decisiones muy normales, no hay nada trascendental. Están muy lejos de la complejidad de los significados, de lo sublime, de las altas aspiraciones, por ejemplo. También he querido comunicar qué pasa en el interior de los estudios, qué se hace ahí, cómo se organiza...

Para pintar es necesario cierto punto de locura, pero para dedicarse por entero a la pintura, hay que estar rematadamente fuera de tus cabales. Son palabras extraídas de su libro...

—La pintura genera adicción, una adicción maravillosa y por experiencia, sé que tiene difícil solución. Obviamente, existen muchas maneras de involucrarse en semejante práctica, desde una posición más racional, hasta la más absoluta visceralidad, que surge de las tripas... Yo me sitúo en una visión intermedia, para mí siempre ha sido fundamental el análisis de la realidad, pero por otro lado, teñida con una visión totalmente emocional vinculada con los temas que me preocupan.

¿Y qué le impulsa a crear a Lazkano?

—El deseo de tratar de acercarme a la realidad, de descubrir aquello que en una primera mirada no acabamos de entender. Indagar, cuestionar, preguntar, transformar, cambiar... La realidad es multipoliédrica y cada uno de los artistas intentamos aproximarnos desde nuestras propias neuras y vivencias a determinados aspectos. Se puede definir qué es la pintura, pero tampoco pasa nada si no se hace. En realidad, es un campo de acción que ayuda a entender la realidad de otra manera.

En el libro recoge 1.001 ideas, pero si tuviera que elegir una, ¿con cuál se quedaría?

—Destacaría fundamentalmente que la pintura no es solo un trabajo del propio pintor, quien acaba el cuadro es el espectador. El cuadro es una puerta abierta a otras visiones de lectura. Me gusta entender el arte como algo mucho más global que el hecho de que unos artistas produzcan unos objetos. Es más compartido, el creador tiene que estar dispuesto a aceptar otras formas de entender su trabajo. La idea principal es que es un elemento comunicativo, un viaje increíble para quienes la practican y para quienes la observan.

Ha confesado que el concepto del viaje es para usted material creativo. Cada uno de ellos va con un pensamiento pictórico, le activa la percepción.

—Oteiza decía que la aventura tiene que ser loca, pero el aventurero, cuerdo. El no estar en ningún sitio cuestiona tu propia posición y eso es bueno. Incluso relativiza eso que tú creías que era inamovible. El viaje también significa mirar atentamente, me pone en un estado de alerta o de atención, me permite ese acercamiento más intenso con la realidad.

En 2017 se embarcó a bordo de un velero rumbo al archipiélago de las Svalbard, en el Ártico. De ahí surgieron sus paisajes inabarcables y un documental sobre su aventura...

—Ahora que estoy trabajando temas vinculados con el mundo del paisaje y la realidad externa, necesito estar allí para que luego con esa información y esa experiencia, poder transformarlo en algo nuevo. Nunca he sido imitativo porque pintar implica una posición, una forma de mirar. No me basta con las imágenes que pueda descargar en internet, tengo que estar allí, ver qué escala tienen, ver cómo suena ese paisaje... Para mí, eso es fundamental.

Ahora acaba de cruzar el Atlántico en vela. ¿Tiene material para un nuevo proyecto artístico?

—Ha sido una experiencia espacio- temporal que echaba en falta; habitualmente nos movemos en avión a mucha distancia y en poco tiempo. En cambio, este viaje ha sido mucho más lineal en el sentido de que nos movíamos en el espacio a la misma vez que iba transcurriendo el tiempo y he tenido una conciencia clara de lo que mide ahora nuestro planeta. El Atlántico no deja de ser una fracción, pero te ayuda a entender lo que mide el mundo, me he dado cuenta de que es muy pequeño.

Tras 37 años de docencia en la universidad, decidió retirarse hace un par de años, pero no para. Documentales, exposiciones, literatura... ¿Está en su etapa más creativa?

—Estoy en el momento de mi vida más expansivo. Antes estábamos más centrados en unas prácticas muy determinadas, pero creo que la sociedad contemporánea es mucho más abierta. Teniendo más o menos las ideas relativamente claras, y una estética también ya construida al cabo del tiempo, tengo la sensación de que me permite abordar otras herramientas artísticas con la misma eficacia o, al menos, con cierta seriedad aún manteniendo, no voy a decir que estilo, porque yo desconozco si realmente tengo uno, pero una forma de actuar reconocible.

¿En qué proyectos está trabajando ahora? Está concienciado sobre la emergencia climática

—Hace poco que hemos vuelto de los Alpes, de Chamonix, donde hemos estado haciendo dibujos y fotografías para mi nuevo proyecto: un corto de dibujos. Con el apoyo del museo de Navarra, es una película de animación sobre Mer de Glace, el mayor glaciar del macizo del Mont Blanc y el más largo de los Alpes, que está en claro retroceso: ha perdido 115 metros de altura en 35 años. A través del paisaje, con dibujos y fotografías antiguas, recogeremos en 15 minutos, que es lo que dura el corto, cómo, a lo largo de un millón de años se ha ido transformando y cambiando el paisaje desde las diferentes glaciaciones hasta probablemente las sequías más terribles.