JoAnn Falleta (Brooklyn, 1957) está considerada como una de las pioneras en la dirección orquestal. Ha pasado por numerosas orquestas, entre las que destaca la Virginia Symphony Orchestra donde ha trabajado veinte años. Su discografía está compuesta por más de cien títulos y ha recibido múltiples premios, como el Classical Woman of the Year.

Comenzó con una guitarra y una mandolina en las manos, difíciles de ver en una orquesta. ¿Cuándo cogió la batuta?

—Empecé a los 7 años cuando mi padre me regaló una guitarra pequeñita de plástico. Me enamoré de ella. Pero enseguida me enamoré también de los conciertos, de toda la gente que había, de la música y del sonido. Así que cuando solo tenía 11 años les dije a mis padres: Yo tengo que ser directora de orquesta. A los 18, entré en el conservatorio para formarme ya como directora. Ahora mismo, me siento una afortunada.

Dentro de su profesión, ¿en qué ha influido ser una mujer?

—En mis inicios casi no se conocían mujeres dirigiendo. Mucha gente pensaba que nunca podríamos llegar a dirigir una orquesta. Tenías que ser un hombre. Continué estudiando porque era una meta muy difícil. Gracias a que mujeres como yo no abandonamos, ahora podemos ayudar a otras mujeres y las cosas están mucho más fáciles para otras directoras.

Por lo tanto, ¿ha percibido ciertos cambios desde que empezó hasta ahora?

—Por supuesto. Al principio era una profesión reservada a los hombres dentro de un mundo de hombres muy severos, muy mandones... Menos mal que las cosas han y están cambiando. Ahora creo que se trabaja de forma diferente y más sana con el resto de la orquesta.

¿Algún consejo para las jóvenes que se plantean llegar a donde está usted ahora?

—Siempre animo a las mujeres jóvenes y muchas de ellas me dicen que es posible lograrlo. Pero no es sencillo. Debes tener mucha dedicación, trabajar muy duro... Porque tienes que saber lo que estás haciendo casi mejor que los hombres. Hay que tomárselo desde el principio convencida de que este va a ser el trabajo de tu vida. Ahora se abren muchas puertas y creo que hay más oportunidades.

Como invitada, ha dirigido más de cien orquestas muy destacadas de Norteamérica, Europa, Asia, Sudamérica o África. ¿Ha percibido diferencias a la hora de trabajar?

—Algunas muy pequeñas... Por ejemplo, generalmente, las orquestas estadounidenses tienen menos ensayos porque no pueden permitirse que cueste tanto dinero pagar a los músicos. Quisiera destacar que lo más importante es que no hay muchas diferencias porque todos nosotros estamos tocando la misma música y hemos aprendido a tocar nuestros instrumentos de la misma manera. La música es realmente el idioma internacional porque puedo ir a Pekín y aunque no hable chino, puedo comprenderles y ellos pueden entenderme a través de la música. De alguna manera, todos los músicos tenemos el mismo ADN.

¿Cuál es su opinión respecto al peso que tiene el aprendizaje musical en las sociedades occidentales?

—Pienso que la música es una parte crítica de la vida. A los jóvenes se les debe dar la oportunidad de entender la música, no solo para tocar un instrumento, sino para desarrollar su creatividad. Aquellas personas que estén estudiando o hayan estudiado música están más abiertas a otras personas de diferentes orígenes e idiomas. Ojalá pudiera haber un instrumento gratis o educación musical gratis para todos los jóvenes.

¿Qué sensaciones le genera trabajar con la BOS?

—Creo que conforman una gran orquesta. Se nota que hay un espíritu muy especial que demuestra el amor hacia la música. Son muy apasionados y flexibles. Es toda una alegría trabajar con ellos.

Interpretan ‘Chopin y La Sirenita’, este último cuento poco se parece al que popularizó Disney. ¿Cómo transmite Zemlinsky (compositor de la pieza) esta historia?

—Con mucha empatía y amor hacia el personaje de La Sirenita. Se identifica con ella porque Zemlinsky amaba a una mujer, Alma Schindler, que finalmente se casó con otro autor, Gustav Mahler. Zemlinsky nunca superó el dolor del desamor.

Y, esa tristeza, ¿cómo se crea con la música?

—La gente sentirá el dolor porque la pieza comienza debajo del mar, en la soledad del fondo del océano. Se escucha a los instrumentos a los instrumentos bajos, creando un ambiente oscuro. El concertino es la Sirenita, así que el público la escuchará cuando suene el violín e incluso notará cuando se tira al agua. Zelimsky crea un final más hermoso que el de Hans Christian Andersen.

Será su debut como directora con el público del Euskalduna.

—He tenido que esperar un año, porque el anterior no pude debido a las restricciones. Por el momento, solo he estado en la sala de ensayos, todavía no he podido estar en el hall.

Y, por fuera del Euskalduna... ¿Qué piensa de Bilbao?

—Estoy asombrada con esta ciudad... El Guggenheim, este mismo auditorio, las calles que son muy hermosas. Es una ciudad increíble. Debería considerarse una de las grandes ciudades del mundo.

Si repasa toda su trayectoria, ¿hay algo que le quede por hacer?

—Solo pido seguir haciendo música. Eso y poder venir con ella a sitios como Bilbao, que para mí es una gran aventura. De esta manera se conocen nuevos músicos y escenarios diferentes.

¿Le queda tiempo libre?

— (Ríe). Sí, me encanta viajar y encontrarme a gente nueva. Adoro ir en bici y hacer yoga. l