Cuando en 2018 el Festival de Cine de San Sebastián decidió catalogar su archivo nadie tenía una idea muy precisa de lo que se había acumulado durante las más de seis décadas de historia del certamen en un almacén de Martutene ni del grado de deterioro de los materiales. Dada la difusión y la atención mediática que el Festival ha recibido siempre, tampoco se esperaban muchas sorpresas entre las decenas de miles de documentos que se habían ido apilando edición tras edición. Pero lo que se encontró fue “un tesoro” que daba la razón a quienes bautizaron el proyecto como Zinemaldia 70. Todas las historias posibles porque se abrían múltiples oportunidades para bucear en su pasado desde un sinfín de miradas, con la idea de compartirlo con el público en el septuagésimo aniversario del certamen que iba a celebrarse en 2022.

La relación entre Luis García Berlanga y el Festival, que nunca programó sus películas en la Sección Oficial, es un ejemplo de los estudios que se han gestado a la par que se iba desempolvando el archivo.

Uno de los documentos. J. E.

Esa “dimensión crítica” con la que el certamen ha comenzado a abordar el análisis de sus fondos de la mano del departamento de Investigación de Elías Querejeta Zine Eskola (EQZE) requería, sin embargo, de una ardua tarea de conservación previa, dado el mal estado de los materiales.

El equipo de salvamento

El inicio del proyecto coincidió con el de los cursos de postgrado de la EQZE, algunos de cuyos estudiantes han ido conformando equipos para investigar el archivo, mientras que las ya exalumnas Anna Ferrer, Andrea Sánchez y Lorena Soria se han encargado de las labores de restauración y conservación como tituladas en la materia y especialistas en documentos gráficos.

A la cabeza de todos estos grupos está Pablo La Parra, coordinador del departamento de Investigación de EQZE y corresponsable asimismo del área de Pensamiento y debate del Zinemaldia. “Hemos garantizado la preservación a largo plazo de todo lo hallado en Martutene”, asegura La Parra, que califica la labor desarrollada por las conservadoras de “completamente imprescindible”, un tipo de trabajo “muy a menudo invisibilizado, la mayoría de las veces realizado por mujeres y al que no se da la importancia que tendría que tener”.

Antes de descubrir documentos como un contrato de prácticas que el Festival hizo a Víctor Erice, o cartas de cineastas como el español José Val del Omar y el lituano-estadounidense Jonas Mekas, las restauradoras estuvieron inmersas en un mundo de grapas y clips oxidados, adhesivos degradados y papeles y fotografías deteriorados por el tiempo y una humedad ambiental “disparadísima”.

Lorena Soria asegura que la práctica totalidad presentaba “infecciones importantes” por bacterias y otros microorganismos, lo que hacía inviable su trasladado directo al depósito de la Filmoteca Vasca, a la que se ha encomendado la custodia de los fondos, por lo que se habilitó un espacio en el centro de cultura contemporánea Tabakalera, que a día de hoy sigue haciendo de laboratorio porque el trabajo de restauración continúa.

Hay muchas fotos con signos de deterioro, pero en ninguna el daño ha afectado a toda la imagen, señala Soria, que durante el trabajo con los carteles que han ilustrado cada edición del certamen comprobó que la colección no estaba completa. La gratificación llegó al descubrir que existían ocho bocetos originales firmados por sus autores. También han encontrado originales de pequeño formato enviados desde todo el Estado de propuestas de carteles para la edición de 1960, en que se convocó concurso.