Resulta increíble que unos antiguos terrenos abandonados por la industria y usos portuarios acojan en la actualidad el Guggenheim Bilbao, una de las estrellas más importantes de la constelación de la prestigiosa Solomon R. Guggenheim Foundation, seguramente la máxima referencia museística en arte contemporáneo. Y al frente de este proyecto titánico ha estado desde su origen Juan Ignacio Vidarte, licenciado en Deusto y en el Massachusetts Institute of Technology, con la satisfacción de haber participado en un cambio histórico para su ciudad y en la creación de uno de los hitos culturales mundiales del cambio de siglo.

Vidarte lleva un poco menos de media vida vinculado al Guggenheim Bilbao. El entonces director General de Política Fiscal y Financiera de la Diputación de Bizkaia fue nombrado en 1992 Director del Consorcio del Proyecto Guggenheim Bilbao, responsable de la construcción e instalación del museo. Y desde 1996, director del museo.

¿A estas alturas, se imagina un Bilbao sin el Guggenheim?

No, y eso es un indicativo del éxito del proyecto; sin el Guggenheim, nuestra realidad sería muy distinta y peor. Es evidente que el museo ha tenido un contribución sustancial y significativa en el proceso de transformación de Bilbao; se puede hablar de un antes y un después del museo.

Ha comentado en alguna ocasión que el hecho de que prácticamente todas las ciudades quieran un Guggenheim es el mayor halago que le pueden hacer.

“Muchos quieren un Guggenheim en su ciudad, pero el proyecto fue mucho más que un edificio espectacular”

Es efectivamente halagador, se ha acuñado el concepto del efecto Bilbao casi como imagen de marca y se estudia en muchas universidades del mundo. Pero el hecho de que muchas urbes quieran o intenten tener un museo como el nuestro ha servido para intentar justificar proyectos sin entender realmente lo que significan. El efecto Bilbao no implica solo hacer un edificio más o menos espectacular, lo que realmente indica, y como se debe entender, es como el impacto que una institución cultural puede tener en un proceso de transformación de una ciudad, de un país. Cuando se planteó hace 25 años ya aspirábamos a que cumpliera ese papel, el éxito no fue algo casual, sino buscado. Estaba en el ADN de este museo, en nuestra misión. Otra cosa es que los resultados se produjeron de una forma más rápida de lo que nosotros pensábamos. Además de contar con un edificio como el que construyó Gehry, hay que contar además con una serie de ingredientes para que el proyecto tenga éxito. Por ejemplo, la necesidad de un liderazgo, que implica tener claro los objetivos, los recursos que son necesarios para desarrollarlo y luego mantenerlo. Y en el caso del Guggenheim además ha sido fundamental que sea consecuencia de una alianza entre las instituciones vascas y la Fundación Guggenheim de Nueva York. Y también es imprescindible tener un modelo operativo sostenible porque el proyecto no es para un año ni para 25, ni para 50 ni para 100. Y para eso hace falta crear un modelo operativo, que en nuestro caso da sostenibilidad al proyecto. Es fundamental esa alianza público- privada que soporta nuestro funcionamiento. El hecho que haya habido un liderazgo público, que se ha mantenido desde el principio, pero que ha dado acogida a una presencia privada tan importante, hace que nuestras cotas de autofinanciación estén en torno al 70%.

El Guggenheim ha puesto a Bilbao en el mapa del mundo. ¿Hay alguna manera de medir el impacto mediático del museo?

La forma que tenemos de medirlo y que nos da un indicativo de su tirón internacional es un estudio que hacemos todos los años en el que obtenemos una cuantificación del impacto de noticias que aparecen del museo en los medios de comunicación. En los últimos datos correspondientes a 2021, estamos hablando en torno a noticias que han tenido un impacto de audiencia de 6.000 millones. Somos la institución cultural del Estado que tiene una mayor proyección. Eso nos da una idea de que la notoriedad del museo sigue estando vigente.

Quién le hubiera dicho hace 25 años que en solo un año iban a superar las previsiones iniciales...

En aquel momento parecía un disparate pensar que la mitad de los 400.000 personas que se preveía que iban a visitar el museo iban a ser extranjeros. La realidad es que en un año normal la cifra de visitantes está en torno a 900.000 personas y de estos, el 70% proceden de fuera del Estado. Uno de los objetivos era ayudar en el proceso de transformación y otro, servir como un elemento de proyección de Euskadi en el mundo. Los dos objetivos se han cumplido y espero que se sigan cumpliendo en los próximos años.

¿Recuerda aquel 18 de octubre de 1997 cuando el museo abrió sus puertas?

Recuerdo no solo ese día, sino todas las semanas anteriores, cuando el Guggenheim se fue presentando a los diferentes sectores de la sociedad.

Fue un proyecto muy criticado y recibido con mucho escepticismo por muchos sectores de la sociedad. A usted incluso le llegaron a tirar huevos durante una presentación a la entrada de la Bolsa.

“Fue muy criticado al principio; no entendían cómo se planteaba un museo como elemento de transformación”

No hace falta más que tirar de hemeroteca para comprobar que fue un proyecto muy contestado, pero no fue una decisión tomada a la ligera, había un plan de viabilidad que lo avalaba. Se perseveró porque se creía en él. Visto con perspectiva, es entendible que hubiera escepticismo, uno de sus fundamentales valores es que fue un proyecto disruptivo, no era el proyecto que nadie esperaba. Cualquiera que se sale de lo normal provoca escepticismo y críticas. Hay que pensar también que vivíamos en un momento muy complicado desde el punto de vista de la situación económica, social y política del País vasco, con índices de paro superiores al 25%, en algunas zonas incluso del 40%. No era normal que un proyecto de naturaleza cultural se planteara como un elemento revulsivo y de transformación. Cuando haces algo que todos esperan, si las cosas van bien, no genera una sorpresa o un impacto; en cambio, cuando haces algo que nadie espera pero que impacta, eso hace que el efecto y la repercusión sea exponencial.

También fue criticada la exposición ‘El arte de la motocicleta’, una de las primeras que presentó el museo, porque había algunos que consideraban que aquello no era arte. Y, sin embargo, este verano la de los coches de Norman Foster ha sido alabada por expertos artísticos de todo el mundo. ¿El Guggenheim ha cambiado la percepción que tenemos del arte?

El museo en su ADN tiene esos rasgos de innovación, imaginación e inspiración y eso nos lleva a ir abriendo caminos. Y en ese sentido, exposiciones como El arte de la motocicleta supusieron abrir una puerta. Esa reflexión nos da una referencia de cuánto ha cambiado la percepción de la sociedad. Lo que en un momento para muchos fue motivo de escándalo ahora se asume, se acepta, se valora y se disfruta con mucha naturalidad. Eso es un indicador de que estamos en el buen camino.

El museo va a mostrar toda su colección para celebrar su 25 aniversario. Será la primera vez que una exposición ocupe íntegramente las tres plantas del museo.

“Se están dando pasos importantes en el proyecto del Guggenheim Urdaibai ; es una fase esperanzadora”

Es uno de los núcleos fundamentales del museo, el corazón del Guggenheim. Esta colección, que se ha ido creando a lo largo de 25 años, responde a esa ambición, ya tiene una entidad, se ha hecho con unos parámetros muy específicos y muy singulares. No aspira a la cantidad sino a la calidad, por lo tanto se ha seguido un proceso muy selectivo a la hora de analizar las adquisiciones de las obras que se incorporan. Tiene autonomía, pero está creada y desarrollada de manera que pueda funcionar dentro del contexto de la constelación Guggenheim. Aunque sea de Bilbao y del museo de Bilbao, forma parte del conjunto de instituciones Guggenheim, por tanto intenta no repetir ámbitos de las colecciones. Como uno de los hitos de la celebración de este aniversario, se van a abrir todos los espacios del museo para que acojan exclusivamente obras de nuestra colección, creíamos que era el momento de hacerlo. Es una prueba de madurez del museo y de su colección, un guiño a lo que fue la exposición inaugural en el 97 donde se mostraban en todo el museo obras de las colecciones Guggenheim. No vamos a poder exponer todas, pero sí las más significativas de las que la componen. Abrir las salas a los residentes en Euskadi es una forma de agradecer el apoyo ha recibido, cuyo arraigo en la sociedad ha sido clave de su éxito.

Es una pregunta un poco comprometida, pero ¿cuáles son los artistas preferidos de Vidarte?

Hay muchos que me gustan, pero más que de artistas prefiero referirme a obras de la colección del museo. Hay algunas que personalmente, y también desde el punto de vista como director, me parecen muy significativas, como la obra de Mark Rothko que supone el origen cronológico de la colección, o la Materia del tiempo, de Richard Serra, que representa muy bien el espíritu del museo y esa ambición de poder hacer aquí lo que en otros lugares es imposible. Hay creadores que, lógicamente, para mí tienen una significación especial, como Chillida. Pero más que por las preferencias personales creo que, desde el punto de vista del museo, lo que tenemos que intentar es que su colección refleje el momento más importante de los artistas del periodo que cubre nuestra colección, que es de principios de los años 50 del siglo pasado hasta nuestros días.

En 2014, se renovó el acuerdo de Gestión con la Fundación Solomon R. Guggenheim de Nueva York por otros 20 años más, por lo menos. Usted ha insistido una y otra vez que prescindir de la marca Guggenheim hubiera sido un suicidio.

“El Guggenheim Bilbao es la institución cultural con mayor proyección en el Estado”

Así es, era bueno para Bilbao, para Euskadi y para Nueva York, pero, por otro lado, era natural. Cuando las relaciones son a largo plazo, como ésta, el tiempo las debilita o las refuerza. En este caso se ha ido tejiendo esa relación, esa confianza y eso ha hecho que sea más intensa. Las relaciones con Nueva York están muy bien, hemos tenido la enorme suerte de que al mando de la Fundación esté Richard Armstrong, que es una persona que ha entendido desde siempre el proyecto y el museo de Bilbao, su relación con la Fundación y la importancia de la institución bilbaina en el contexto de la constelación. Fue un apoyo importante a la hora de la renovación en 2014 y ha sido un apoyo muy importante en esta segunda etapa. En este momento, el patronato de la fundación neoyorquina se encuentra en un proceso de transformación y el propio Richard (Armstrong) ha anunciado que va a dejar el museo a mediados del año que viene; en breve se procederá a un proceso de sustituto. Es un momento de cambio, pero la parte positiva es que la relación con Bilbao es muy fluida y muy buena, de hecho ahora en octubre y con ocasión del aniversario vamos a tener una reunión conjunta de los patronatos de Nueva York, Bilbao, y Venecia, que atestigua el nivel y el tono de la relación que existen en los museos Guggenheim.

¿Y el futuro? ¿Es el Guggenheim Urdaibai uno de los retos más importantes?

Es uno de los retos del futuro y así está planteado en la estrategia del museo desde hace 12 años y sigue siendo un proyecto de futuro hoy. Ahora se están dando pasos importantes y necesarios en diferentes ámbitos, administrativos y urbanísticos, liderados por la Diputación para despejar el terreno de manera que cuando el proyecto vaya adelante, se pueda desarrollar en unos plazos razonables. Se están dando pasos también para conseguir articular una sintonía y consenso entre las diferentes instituciones implicadas, que son muchas, porque es enormemente complejo desde ese punto de vista, y requiere un consenso institucional a todos los niveles: municipal, foral, Gobierno vasco, con la administración general del Estado... También en articular la estructura financiera que soporte el proyecto... Estamos en una fase muy esperanzadora.