El actor Joan Carreras confía en tener una carrera lo suficientemente larga como para que el papel de su vida esté por llegar. “Pero este Ricardo III, este Joan Carreras, este jabalí, es uno de ellos”, admite el catalán sobre la obra en la que, precisamente, interpreta a un actor, llamado Joan Carreras, que se enfrenta al reto de dar vida a Ricardo III, el despiadado monarca de la tragedia de Shakespeare. Este monólogo metateatral, que gira en torno a los mecanismos de poder contemporáneos, es sobre todo “un canto de amor al teatro”.

¿Qué tiene de atractivo Ricardo III, un personaje al que describen como deformado y mutilado?

—Lo interesante que tiene es que concentra toda la maldad que Shakespeare quiso que tuviera. De hecho, el rey originario no era tan malo ni tan deforme como dicen. Shakespeare agudiza y alimenta toda es parte más malévola, terrible, ambiciosa y sanguinaria para que el personaje sea mucho más interesante, porque los malos siempre nos resultan más interesantes que los buenos.

Y además lo bueno siempre se asocia más a lo aburrido.

—Más que nada porque las partes más caleidoscópicas del personaje, las capas oscuras, siempre nos atraen más. Si tienes que escoger entre un jedi y un Darth Vader te quedas con el segundo, porque es más oscuro y difícil de descifrar. Shakespeare era un maestro para elaborar este tipo de personajes. Gabriel Calderón, el autor de este monólogo, asocia muy bien la ambición que tiene un actor, que está de capa caída, con las ansias de poder de Ricardo III.

Ricardo III es el paradigma de la avaricia y la ambición. Actualmente existen muchos personajes que podrían definirse así, ¿no cree?

—Lo que ocurre es que son personajes que lo disimulan muy bien. Lo que ocurre con Ricardo III es que lo disimula muy mal porque muestra su maldad a cara perro, de una manera completamente abierta, y lo compras o no. Es un personaje que es malvadamente transparente. Esto es de agradecer, porque cuando te vienen los malos, prefieres verlos de cara y que no se escondan.

En la obra se habla de un oficio, el de la interpretación, en el que la envidia y el fracaso están a la orden del día. ¿Ha experimentado mucho de esto a lo largo de su carrera?

—He sido un tipo muy afortunado, he contado con compañeros fantásticos y he trabajado mucho. Puede haber gente que apunte maneras por la ambición desmedida, pero el mismo oficio los pone en su lugar. Es un trabajo que necesita mucho del contacto humano, de la empatía, del buenrollismo. Yo creo que la época del divo ya se acabó y ahora se buscan interpretaciones más artesanales, más de verdad, más de tú a tú.

¿Cuánto hay de su persona cuando un actor interpreta a un personaje?

—Hay una parte importante, pero yo creo mucho en el concepto personaje. Como Joan Carreras tengo pocas cosas interesantes que decir, en cambio, a través del personaje puedo decir tantas, y tan bonitas y tan terribles... En este monólogo, que curiosamente lo hace un actor que se llama Joan Carreras, está lleno de recelos, pero no deja ser una misma alma la que habla. Yo creo mucho en que lo que tú depositas en el personaje son anhelos, sueños, cosas que quedan a medias en la vida y necesitas el personaje para poder abrirlas.

¿Con qué papel cree que le ofrecieron a usted, como al personaje que interpreta, la oportunidad que merecía para brillar?

—Espero que los papeles de mi vida estén por llegar. Espero que mi carrera sea lo suficientemente larga como para pensar que el papel de mi vida está por llegar. Pero creo que el personaje de una vida es una putada, porque una vez de hacer ese personaje vas lastrado un poco con respecto al resto y hay tantos por interpretar que creo que no sería justo. Pero este Ricardo III, este Joan Carreras, este jabalí, es uno de ellos. Es un papel maravilloso, lleno de matices.

Interpreta un monólogo por primera vez. ¿Cómo lleva ese trabajo tan solitario?

—Me gusta mucho trabajar en compañía y en un monólogo evidentemente la comunión la haces con el público y con el equipo técnico. Es verdad que añoras el trabajar con alguien más en este yo me lo guiso, yo me lo como. Si solo estuviera haciendo el monólogo la sensación de soledad estaría más acentuada, pero estoy compaginándolo con otros trabajos más comunitarios.

Todo el patio de butacas tiene los ojos posados en usted. ¿Impone?

—Sí, hacía tiempo que estaba detrás de un monólogo porque consideraba que ya era hora. Creo que como actor necesitas ponerte retos y este es un reto mayúsculo: es un monólogo muy especial, de una complejidad importante, con muchos recovecos. El reto ha sido mayúsculo y un poco inconsciente. No pierdo el tiempo pensando lo que representa. Simplemente es un honor y me siento muy halagado de que estén pendientes de mí.

Ganó un premio MAX con esta interpretación. ¿Es un llamamiento a no bajar la guardia?

—Es verdad que ganar premios y ser considerado aumenta un poco la presión porque no quieres defraudar a la gente, pero no pienso mucho en ello. Sino en que la gente disfrute y entienda lo que tenga que entender. El premio no lo atribuyo a un solo espectáculo, para mí significa que alguien te dé una palmada en la espalda y te diga que vas bien por ahí. También te da más trabajo y la oportunidad de interpretar el monólogo más veces.

“¡Mi reino por un caballo!”. No hay una frase que exprese mejor la desesperanza de quien se ve al borde del abismo.

—Sí, tanto el actor que interpreta a Ricardo III como el propio Ricardo III están justo en ese precipicio en el que tienen que tomar decisiones. Y esas decisiones están tomadas a través de la ambición y el desprecio hacia el resto. Ese actor es capaz de pisar al resto de actores de la compañía solo para llegar a su objetivo. Y lo mismo hizo Ricardo III en la obra de Shakespeare para llegar al trono. No deja de ser un canto de amor al teatro pero cantado por un actor que desafina cada nota. Es una comedia y la gente se ríe mucho y lo pasa bien.

Decía Josep María Pou, que recientemente se puso en la piel de Falstaff en el Teatro Arriaga, que ojalá Shakespeare escribiera los discursos del congreso.

—Creo que si Shakespeare ha llegado donde ha llegado después de tantos años no es solo por su vigencia emocional, sino por su vigencia política. Realmente ha sido tan transversal a lo largo de todos estos siglos porque sus verdades forman parte de las nuestras. Seguimos siendo los mismos después de tantos siglos y cometemos los mismos errores. Hubo un bardo que nos dijo cómo éramos y recuperarlo de vez en cuando, para darnos cuenta de nuestros pecados y miserias, es maravilloso. l

“Creo que la época del divo ya se acabó y ahora se buscan interpretaciones más artesanales, más de verdad, más de tú a tú”

“Shakespeare ha sido tan transversal a lo largo de todos estos siglos porque sus verdades forman parte de las nuestras”