Lolita Laporta, la exmodelo de Balenciaga, ha cumplido esta semana 103 años en su piso de Barcelona, donde aún se maneja sola. “No me ha arreglado nada”, advierte coqueta, y aunque hace muchos, muchos años, cerca de sesenta, que dejó la profesión, se nota que los objetivos no son algo nuevo para esta mujer, moderna entonces y ahora, que además de trabajar para Balenciaga lo hizo para otros grandes modistas y firmas, como Pedro Rodríguez, Santa Eulalia, Marbel, Tapbioles... a la vez que era una cotizada modelo publicitaria (de hecho, fue chica Martini en una campaña).

Las fotos que la rodean, colgadas por las paredes, en los estantes y en los álbumes que enseña y explica, sin rastro de melancolía y con los detalles que le vienen a la mente son testimonio de una carrera que comenzó a principios de los años cuarenta, y se prolongó durante más de 25.

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La memoria no le falla nada acerca del momento exacto en que conoció al maestro de Getaria que le dio trabajo sin pensárselo. “Una amiga mía era modelo de Balenciaga. Me la encuentro un día por la calle, y me comenta que dejaba el trabajo porque se iba a América. Me dijo: Ve allí inmediatamente porque necesitará una modelo. Y me fui a su taller cerca de la Diagonal. Cuando llegué, me miró de arriba a abajo y me dijo: Vente el lunes”, recuerda.

Para el genial modisto vasco, creador de una marca que en la actualidad es sinónimo de lujo extremo, Lolita trabajó tres años en sus establecimientos de Madrid, Donostia y Barcelona. “Si hay una maravilla de hombre, ese era Balenciaga: maravilloso de carácter, de amabilidad, de educación, atento, cariñoso... Eso sí, poco sonriente, pero cuando lo hacía, era una delicia. Las clientas se lo rifaban. Era muy bueno”, recuerda la exmodelo barcelonesa.

Como anécdota de este carácter generoso pero a la vez ensimismado, explica la vez que el maestro le estaba probando un vestido, le llamaron por teléfono y la dejó allí plantada, esperándole. “Tardó muchísimo, y cuando volvió me dijo: ¿Oye son las cinco de la tarde? ¿Verdad que no hemos comido? Y pidió un par de bocatas y nos los comimos en el suelo”, relata.

Sin embargo, en esa época, Lolita se echó un novio del que estaba muy enamorada y ya no le apetecía viajar tanto, por lo que dejó el trabajo en maison Balenciaga y empezó a trabajar “para otras casas maravillosas” sin tener que moverse de Barcelona.

En las otras firmas para las que desfiló, la modelo entró en contacto con el mundo de la farándula cinematográfica porque muchas actrices compraban allí, y así hizo amistad, por ejemplo, con el productor y director Ignacio F. Iquino. “Venía y me decía: ¿Quieres aparecer en una película?, y yo le decía, Claro. Y salía, pero de figurante, solo de figurante, porque yo no me sentía actriz”, añade modesta.

Lolita tuvo “suerte de tener unos padres muy modernos” para la época -“estaban divorciados, cada uno por su lado y yo hacía lo quería”-, que nunca pusieron grandes pegas a su carrera como modelo, una profesión que entonces, reconoce, no tenía nada que ver con el star system actual. “Entonces, una modelo era una modelo. Se estaba en una casa de moda, como yo estuve siete años en Santa Eulalia. Ahora, hay otra manera de pensar. Que hiciera de modelo no estaba muy bien visto. Pero yo era una persona normal y corriente. Y poco a poco la gente te iba cogiendo simpatías”, rememora con un álbum entre las manos.

A pesar de que no tiene tono de nostalgia en su voz, Lolita sí que se lamenta algo, de haber perdido los vestidos que Balenciaga le regaló cada temporada que trabajó con él.

“Cuando me casé, me cambié de casa y dejé muchas cosas allí y ya no las volví a recoger porque no me las podía llevar”, afirma con cierta cara de resignación y de estar pensando dónde estarán ahora aquellas joyas del diseño.