Pocos cineastas con 15 películas a sus espaldas pueden enorgullecerse de haber trabajado eludiendo los dictados de terceros. Imanol Uribe ha dirigido a su aire, con la gratificación de haber disfrutado tanto del proceso como del resultado. Su trayectoria es premiada hoy viernes en el festival Internacional de Cine Documental y Cortometraje de Bilbao, en el que recibió su primer reconocimiento en 1977. Lejos de colgar las botas, el director estrenará el año que viene su último trabajo, en el que narra la matanza de 1989 en El Salvador desde los ojos de la única testigo: Lucía Cerna. El brutal asesinato de ocho personas -entre ellas el jesuita vizcaino Ignacio Ellacuría- en manos de los paramilitares conmovió al mundo.

Cuatro décadas después de ‘La fuga de Segovia’ llega el premio honorífico de Zinebi, ¿es un impulso para seguir trabajando?

—Con estos premios honoríficos parece que te quieren decir adiós, pero espero seguir dando guerra. De alguna manera se está viendo el final, pero pienso morir con las botas puestas.

¿Ha conseguido saciar esa curiosidad que le ha caracterizado por investigar sobre sus raíces?

—Ha sido una reacción natural. El cine que hago yo está muy ligado a mi biografía. En mis primeros largos tenía una relación distante con Euskadi. Había ido en vacaciones, a estar con mis abuelos... pero yo no había vivido ahí. Era una manera de conocerlo.

Porque usted nació en El Salvador.

—Mis abuelos paternos eran de Gernika y veraneábamos en Sukarrieta. Mis padres se conocieron un verano porque mi madre tenía casa en Mundaka. Cuando iba los primeros años, a los 7 u 8 años interno al colegio, el último mes de verano lo pasaba en Sukarrieta. Tenía esos recuerdos muy potentes pero no había vivido ahí, porque a partir de entonces estuve interno en varios colegios y los veranos me iba a El Salvador. Luego, cuando empecé a hacer cine, me quedé a vivir en Donostia.

Aunque hubo una época en la que intentó “escapar” de los temas relacionados con Euskadi, siempre vuelve de alguna forma.

—Después de las tres primeras películas (El proceso de Burgos, La fuga de Segovia y La muerte de Mikel), hubo un momento en el que me sentí saturado con el tema e intenté ir por otros derroteros. Posteriormente, a lo largo de la vida, han ido apareciendo circunstancias y oportunidades. Cada película llega por los caminos más insospechados. De repente te apetece por alguna circunstancia o te motiva por algo y he ido retomando el tema. En Días contados o en Lejos del mar, por ejemplo.

En su última película ha encontrado un hilo conductor entre sus dos orígenes: El Salvador y Euskadi. Cuenta los días previos al asesinato del jesuita Ignacio Ellacuría.

—En realidad el argumento de la película es la historia de la única testigo que presenció la matanza de los jesuitas, Lucía, y de lo que pasó después. Se trata el tema, pero de manera tangencial.

‘Llegaron de noche’ es una película que estaba llamado a hacer en algún momento de su vida. ¿Por qué ha tardado 30 años?

—Nací en El Salvador, estuve vinculado a los jesuitas ahí y posteriormente interno en Tudela. Había una relación. Llegó cuando tenía que llegar, al cabo del tiempo me despertó la curiosidad un libro de Jorge Galán, Noviembre, y a partir de ahí me motivé y lo que hicimos el guionista y yo fue recurrir a las mismas fuentes. Nos fuimos a ver a Lucía y a alguno de los jesuitas que todavía vive.

Porque el trabajo de documentación fue bastante extenso.

—Sí, es un proyecto que ha durado mucho en gestarse. Primero porque hubo un cambio de productora, luego hubo otra. Después llegó la pandemia que nos pilló en Cali, en Colombia. Hubo que volver y aplazar el rodaje. Todas las películas tienen sus historias, pero si con la película anterior, Lejos del mar, desde que empecé a escribir el guion y hasta que rodamos transcurrieron seis meses, algo absolutamente atípico, en esta han pasado cinco años. Algunos son procesos muy rápidos; otros, tremendamente lentos.

Parcialmente se ha hecho justicia con la extradición y posterior condena de Inocente Orlando Montano 30 años después del suceso.

—El año pasado. Estábamos rodando cuando lo condenaron. Es un solo condenado, al menos hay uno de todos lo que cometieron aquella salvajada. Estuvimos en contacto con la abogada que había manejado el caso y estuvimos informados.

Lo cuentas a través de Lucía Cerna, empleada que trabajaba en la UCA, muy cercana a los jesuitas.

—Aquel noviembre de 1989 cambió su vida radicalmente, no ha podido volver a El Salvador. De hecho ella, su marido y su hija viven en un pueblo del estado de California, a 150 millas de San Francisco. Todavía tiene cierto miedo después de todo lo que vivió.

¿Cómo se tomó su intención de hacer una película?

—Bien, fue un poco catártico. Fuimos a verla el guionista y yo, estuvimos hablando y grabando dos días largos. Todavía se echaba a llorar cuando lo recordaba, le producía mucho dolor. Decía que no había vuelto a hablar del tema con nadie. Nos ganamos su confianza. Ha pasado mucho tiempo, estuvimos hace dos años ahí. Nos hablamos en navidades y cuando salió la condena de Inocente. A ver si retomamos el contacto cuando se estrene la película.

¿Y cuándo está previsto el estreno?

—Depende del productor, pero en el primer trimestre del año.

En este caso no hay ficción, sino que la realidad supera a la ficción.

—No ha hecho falta inventar nada. Los hechos que se cuentan son los auténticos, para que el ritmo fuera más ágil lo único que hemos hecho es transformar la acción: contar la acción de distintos personajes en uno solo. Es una historia que tiene casi 40 personajes, pero salían muchísimos más.

¿Sería descabellado pensar que su trilogía, compuesta por ‘La muerte de Mikel’ (1984), ‘Días contados’ (1994) y ‘Lejos del mar’ (2004), podría tener continuidad en 2024?

—¡Vete a saber las películas que me quedan y por dónde vendrán los tiros! Eso nunca lo sabes. Después de Días contados dije que me había cansado de tocar temas relacionados con la violencia en Euskadi. Y mira por dónde acabé haciendo Lejos del mar.

¿Es más fácil ahora hacer películas sobre el proceso sociopolítico de Euskadi que cuando usted se atrevió a abrir la caja de Pandora?

—Tenía una dificultad principal: variaba mucho el panorama desde que empezaba a escribir el guion de un proyecto, hasta que terminaba la película. Pasaban cosas en la realidad, quizás había una tregua o pasaban cosas terribles en medio. Siempre había circunstancias que te condicionaban. Tenía la virtud de contar las cosas en el momento en el que se producían pero tenía la desventaja de no tener la distancia suficiente.

En ‘Lejos del mar’ ya contaba la historia de un encuentro entre un etarra y una víctima, un tema que ha vuelto a tratarse en ‘Maixabel’.

—Sí, el otro día hablé con Icíar (Bollaín), la llamé después de ver la película para felicitarla. Me dijo que teníamos pendiente una conversación. Es un tema que es obvio que tenía que ir saliendo y que saldrá mucho más.

¿Después de hacer películas con un poso político tan notable fue difícil hacer cine sobre otras cuestiones?

—No, que va, todo lo contrario. Me agotan las películas. Son proyectos con los que convives mucho tiempo, como está ocurriendo con la última. Llega un momento en el que acabas saturado. Lo que siempre me apetece es hacer una cosa diferente, de otro registro y de otro género. A veces ha sido posible y otras, no. Entre proyecto y proyecto trabajas en dos o tres cosas que no salen; nunca sabes cuál terminarás haciendo.

‘La muerte de Mikel’ fue un hito para el colectivo homosexual. ¿Qué piensa ahora cuando ve con qué recurrencia se trata las cuestiones LGTBI en el cine?

—En aquel momento no era tan habitual pero había cineastas como Eloy de la Iglesia que trataban el tema. Lo que hice de novedoso fue relacionarlo con la política aunque él tiene una película, El diputado, en la que también lo hizo. Pero bastante gente me dijo: Esa película me abrió los ojos respecto a muchas cosas. Es, probablemente, una de las películas más gratificantes que he hecho.

¿Cómo vive el peso de la ficción realizada para plataformas de ‘streaming’ frente al cine más clásico?

—Es el cambio de los tiempos. Desde los 70 u 80 hasta ahora el tipo de producciones ha ido cambiando. Entonces hacía películas de presupuesto medio en las que tenía libertad para decidir lo que quería hacer, a quién quería poner de protagonista y cómo quería hacerla. De hecho, muchas de las películas las produje con mi socio, Andrés Santana. Con el paso del tiempo, la presencia de las plataformas y de las televisiones cada vez ha sido más importante y eso, de alguna manera, tiene unos condicionantes. A menudo marcan la pauta de producción, de temáticas y de actores.

¿A lo largo de estos años ha recibido alguna oferta para trabajar en alguna plataforma de este tipo?

—No, no la he recibido. Estuve trabajando en un proyecto nuestro que no les interesó. No me veo trabajando en series o en películas condicionado por una serie de circunstancias. He trabajado siempre muy a mi aire y al trabajar con una plataforma tienes que compartir muchas decisiones.

Recibió su primer premio en Zinebi y ahora recibe el premio honorífico. Es como cerrar un ciclo.

—Son 40 años de trabajo. Una de las cosas de las que más satisfecho me siento es que he trabajado por y para el cine. Desgraciadamente, en esta profesión hay gente que pasa épocas que se tiene que dedicar a otras cosas; hay momentos de crisis. Desde que empecé he producido, he escrito... y me he movido siempre en el mundo del cine y he vivido de él.

Alguna vez ha admitido que lo más difícil es encontrar un proyecto que lo apasione. ¿Ya tiene en mente su próxima pasión?

—Tengo algún proyecto que se está gestando. Es una historia que transcurre en Lanzarote a principios del siglo XX. Está basada en una historia real y en una novela se llama El crimen de las hermanas Cruz.

“Después de ‘Días contados’ dije que me había cansado de temas relacionados con la violencia en Euskadi. Y acabé haciendo ‘Lejos del mar”

“Con el paso del tiempo, la presencia de las plataformas y de las televisiones cada vez ha sido más importante y eso tiene unos condicionantes”