Conversaciones con Ana Curra

Discreta y alejada de los focos, Curra es una de las voces más fascinantes de la música estatal de las cuatro últimas décadas. Nacida en El Escorial y licenciada en piano, instrumento que le da de comer y aprendió "casi a a la vez que a hablar", se confiesa a Morales. "La lealtad", contesta al ser preguntada por su virtud. "El mucho genio, en el grupo me llaman Doña Látigos", reconoce como defecto mientras repasa su infancia feliz "asalvajada", su primer concierto con Dr. Feelgood y su gusto por Scorsese, Jarmusch, Bowie, Iggy Pop, Rimbaud o Verlaine.

Ya con esas "pintas" que le daban vergüenza a su padre boticario, y tras abortar en Londres con 16 años y con Malasaña "como epicentro", se encontró con un Rastro efervescente, con los fanzines, Kaka de Luxe ("los generadores de la Movida") y con Olvido Gara, Nacho Canut y Carlos Berlanga, núcleo impulsor de Alaska y Pegamoides. El hijo del cineasta ganó a Los Secretos cuando le pidió que se subiera al carro. Allí, con sus teclados "muy sencillitos y alegres" coloreó canciones inolvidables como El hospital o Llegando hasta el final, dos de "las mejores", confiesa.

Recuerda aquella etapa con Pegamoides, en 1981 y 1982, como "de pura y dura diversión" aunque Olvido y ella recibieron multitud de insultos ("putas y brujas", principalmente) en aquellas giras por la España profunda de conciertos "caóticos" por falta de equipo e infraestructura. Y compara a Pegamoides con Sex Pistols. "Ambos somos bandas de un único disco, Grandes éxitos en nuestro caso, y se dio la unión de varias personalidades diferentes, a la vez que con un magnetismo especial que dio forma a algo común con una personalidad única", contesta Curra.

La segunda etapa de Pegamoides estuvo mediatizada por la llegada de Eduardo Benavente, exPlástico, primero como batería y luego como guitarra. Ahí empezó su "relación de oro", su "historia de amor" y "cuento de hadas". La afición de ambos por lo gótico y siniestro del afterpunk, y que Curra empezara a componer con Olvido temas como Redrum, Estrategia militar o Quiero ser santa, orientó al grupo hacia la oscuridad y, sumado al disgusto de Berlanga por ese sonido y su aversión al escenario, acabó con la disolución de Pegamoides.

El siguiente capítulo de Curra fue Parálisis Permanente, que habían creado Nacho y Eduardo y llegó a contar con Jaime Gabinete Urrutia. Tras "el himno" Autosuficiencia, que "ha marcado a mucha gente", entró en la formación y se asentó como co-líder junto a Eduardo, con quien vivió tiempos de "experimentación musical y sexual", y compartió su único disco largo, el oscuro y explícito El acto, para ella "el mejor disco de la música en España", por "la época, contexto y ruptura de moldes". Cuando lo tenían todo para dominar el mercado, llegó "el horror inmenso" de la muerte de Eduardo, con 20 años, en accidente de tráfico.

El libro de Morales viaja después por su etapa al frente de Seres Vacíos, que dejó clásicos como Los celos se apoderan de mí, con "más melodía y entonación". Ella la recuerda como la de "un grupo en duelo" por la muerte de Eduardo. Años oscuros y vacíos marcados por su primera caída en las drogas, como recurso para "anestesiar los dolores", al igual que su carrera en solitario bajo su nombre, en 1985, cuando ofreció "grandes canciones" realizadas por una joven que Hispavox pretendió vender como "la Madonna española".

Las conversaciones explicitan el feminismo de Curra, su pasión por lo oculto, su compromiso político con la revolución de Chiapas y la libertad de expresión, sus amores con Eduardo y el fotógrafo Gª Alix, y analizan todos sus discos, incluidas las colaboraciones con McNamara/Almodóvar, Digital 21, Los Nikis, Narco o Antifan. Especialmente la de El Ángel, que había estado en Los Escaparates, como Eduardo y su último amor, César Scappa. Con El Ángel, ya desenganchado pero con Sida, grabó Polvo de ángel, disco icónico de 1994, hoy descatalogado. Con su muerte reincidió en la caída en las drogas aunque, finalmente, "opté por la vida".

Y ahí sigue, como profesora de piano, tras ofrecer un homenaje hace unos años a Eduardo para reinterpretar El acto, y con una carrera en solitario marcada por la oscuridad. "No hay belleza sin ella", explica alguien que nunca ha hecho dinero con la música pero que sigue creyendo en "la ceremonia" de subirse al escenario. "Tiene un poder transformador y es un ritual, un acto brutal de catarsis. Aunque no viva de esto, me da la vida", indica en este libro revelador esta embajadora de la Movida que, a sus casi 63 años, aspira a "ser feliz el mayor tiempo posible".