Resumir en pocas líneas la trayectoria de Mikel Mancisidor (columnista de DEIA) es tarea imposible. Este jurista vasco, uno de los 18 expertos independientes que conforman el Comité de Derechos, Económicos, Sociales y Culturales de Naciones Unidas, lleva trabajando décadas a favor del derecho internacional.

El jurado le resalta “como el vasco de más relevante influencia en el desarrollo del derecho internacional de los derechos humanos después de René Cassin”.

—Que me unan a René Cassin en una misma frase ya es un premio, este jurista de Baiona fue una persona a la que he admirado muchísimo, un vasco universal al que deberíamos conocer más, uno de los padres de la declaración de los derechos humanos. Que me hayan dado este premio es un gigantesco honor, no hace falta más que mirar el listado de los galardonados anteriores para darse cuenta del prestigio que tiene. Me llena de orgullo, a la vez que abruma un poco.

Entre la larga lista de razones por el que se lo han otorgado destacan dos aspectos especialmente: su aportación en los ámbitos del derecho humano al agua y el derecho humano a la ciencia.

—Han sido dos procesos importantes en los que he tenido la oportunidad de participar en el ámbito de las Naciones Unidas. El primero de ellos, además desde una organización vasca, Unesco Etxea, cuando nos comprometimos a participar en el proceso internacional para hacer del acceso al agua un derecho humano, porque aunque nos parezca muy obvio, el agua no estaba explícitamente reconocida ni siquiera mencionada en la declaración de los derechos humanos ni en los pactos ni tratados internacionales. Fue un trabajo importante, en los organismos internacionales, empezando por la Unesco, el consejo de derechos humanos, hasta que se llegó a lo que podríamos denominar el Parlamento de la Humanidad, que es la Asamblea General de las Naciones Unidas, donde finalmente tras diez años de trabajo fue reconocido. Ha tenido consecuencias importantísimas en el disfrute del agua por parte de millones de personas.

Como miembro y relator del Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de la ONU desde 2012, actuó también como relator del Comentario General sobre Ciencia y Derechos Humanos aprobado en marzo.

—Buscábamos actualizar los contenidos normativos respecto al derecho a la ciencia, que a diferencia del agua sí estaba incluida nominalmente en la declaración universal y en los pactos, sin embargo era una gran olvidada entre los derechos culturales y ni los organismos internacionales, ni la propia Naciones Unidas, ni los estados ni las organizaciones sociales recordaban o desarrollaban este derecho. Desde el comité del que soy miembro asumimos la tarea de poner al día este derecho por un Comentario General, que es una interpretación autorizada que tiene consecuencias jurídicas para 170 estados y que fue aprobado a principios de marzo.

El logro cobra especial significado en el contexto de las actuales crisis mundiales tales como el cambio climático o la crisis del covid-19...

—Así es porque precisamente de lo que habla el derecho a la ciencia no es solo de acceder a las aplicaciones materiales, que también. Por supuesto, estamos en el momento en que la vacuna de la covid-19 se desarrolle; pero va mucho más allá, habla de la relación entre la ciencia y la transparencia, la participación y la responsabilidad ciudadana, la cooperación internacional... Aspectos que antes de esta crisis nos podían sonar un poco extraños pero que ahora estamos en las mejores condiciones para entender que son claves. Por ejemplo, en ocasiones, tan importante como el acceso a la vacuna o a los medicamentos es el acceso a la información, la capacidad de participar, la necesidad de que la información sea transparente, la necesidad de cooperación internacional en materia de conocimiento científico... Ahora tenemos un nuevo instrumento sobre el cual los estados tendrán que dar cuentas a su ciudadanía e internacionalmente en los espacios de Nacionales Unidas, en los comités y en los consejos sobre el cumplimiento de estas obligaciones internacionales.

El mundo cambia en muchos aspectos. ¿Qué retos se plantean de cara a un futuro próximo?

—Estos días estaba leyendo a la filósofa Hannah Arendt que mencionaba que había momentos históricos en los que la población percibe que está en un momento especial y que atesora, lo que Arendt llamaba un tesoro, un tesoro que muchas veces se disuelve y nos deja con cierta sensación de añoranza. O que en otras ocasiones se consolida en avances de la humanidad. En estos momentos, tenemos elementos de un tesoro y otros de lo que podríamos llamar antitesoro. Ha habido un proceso de aprendizaje al darnos cuenta de la importancia del espacio público, del espacio común, lo cual no significa únicamente en el sentido estatalizado, puede ser compartido entre lo público y lo privado, es decir, desde el personal de Osakidetza hasta el de los supermercados... que han hecho posible que pasemos esta situación. En este aprendizaje, se incluye conocer la importancia de lo global, comprender que lo que pasa en China o en un campamento de refugiados libio termina afectando a tu empleo, a tu portal y a tus vacaciones. Vivimos en un mundo en el que compartimos riesgos y deberíamos compartir corresponsabilidad y no mirar solo a los retos locales, sino también globales. Otro de los elementos es la importancia del conocimiento, del rigor, de la ciencia, de la prevención a las mentiras, a las fake news, a las informaciones interesamente erróneas que nos llegan. ¿Vamos a aprender? De nosotros depende. Lo bueno es que el futuro no está escrito, tenemos una oportunidad de aprender, está en nuestras manos.

“Que me unan en una misma frase al jurista de Baiona, René Cassin, es ya de por sí un premio”

“Conocer lo que pasa en China o en un campamento libio termina afectando a tus actividades vitales”