Cuentan que tiene grabado un disco “más de cantautor y compositor” para 2019, pero Bruce Springsteen, a sus 69 años, ha editado este fin de semana Springsteen on Broadway (Columbia), el documento sonoro de su paso por un teatro neoyorquino en el que repasa su vida personal y musical (”un truco de magia”) en solitario, ayudado de sus canciones y parlamentos, confirmándose también como un magnífico actor. El documental de estos conciertos se estrena hoy en Netflix.
Han sido desde el 3 de octubre de 2017 hasta ayer mismo, 236 sesiones de Springsteen en el Walter Kerr Theatre de Broadway, un pequeño teatro con aforo para unas 900 personas que se abarrotó para ver el prorrogado espectáculo del rockero en solitario, basado en su autobiografía exitosa, Born to run (Random House), con entradas con precios entre los 60 y los 645 euros.
Ya está disponible la banda sonora de esas veladas (2 CDs y 4 LPs) con canciones e historias personales, que remiten, en su fusión de música y teatro, a su paso por el programa televisivo VH1 Storytellers, en el que contaba anécdotas sobre su vida y forma de componer. Son 16 canciones, ampliadas con largas introducciones habladas, de éxitos planetarios a temas menos conocidos e, incluso, algún descarte de su discografía oficial, que ofrece una vasta panorámica de (casi) toda su carrera, desde Greetings from Asbury Park N. J., de 1973, hasta Devils & dust, de 2005.
Músico y actor El documento sonoro solo podrá ser disfrutado como se merece, en su integridad, con un amplio conocimiento del inglés o, mejor todavía, con el apoyo del documental que Netflix estrenará hoy, imaginamos que convenientemente traducido. Springsteen on Broadway confirma que Bruce es, además de un músico monumental, un magnífico actor. Y es que cada velada, aunque no lo parezca por la naturalidad y cercanía del espectáculo y la emotividad y sinceridad de su relato, contó con un guion medido.
El lanzamiento, que muestra a Bruce cantando, riendo, gritando como un predicador, dudando, confesándose, golpeando la guitarra y emocionándose, relata “mi larga y ruidosa plegaria” musical, “mi truco de magia”, explica. Solo con su voz, guitarra, piano y armónica, como sus admirados Dylan y Guthrie, además de su incuestionable carisma y genio, convierte un escenario desnudo en un altar repleto de magia, humor y emociones encendidas.
El concierto, “una celebración de la vida para honrar su belleza”, se inicia con Growing up, que le sirve para iniciar una de sus muchas confesiones sobre su padre, “mi héroe... y mi mayor adversario”. El relato sobre su progenitor, reservado, alcohólico y con problemas maníaco-depresivos, prosigue en My father’s house y en Long time comin’, cuando ya Bruce tenía descendencia. La recuperación de la oscura The wish, preciosa al piano, le sirve para calificar a su madre, todavía viva, como “amable, optimista y civilizada”. Ella, explica, “me hizo entender, por vez primera, lo bien que se siente al estar orgulloso de alguien a quien quieres”.
Rock, amor y política El vestido de Mary sigue ondulando mientras suena Roy Orbison en Thunder road, que le sirve a Bruce para recordar sus 19 años, cuando soñaba con la música, la libertad y “la belleza de esa página en blanco” de la adolescencia. Y también aparece el deseo de huir de esa relación de amor-odio con Nueva Jersey, evidente en My hometown (brutal al piano) y en la icónica Born to run. “La historia importa”, explica serio Bruce, para reírse de mismo al mismo tiempo que asegura que “hoy en día, el señor Nacido para Correr vive a solo 10 minutos de su casa natal”.
En un ambiente distendido y tan íntimo como inexplicable, Bruce (su mirada arrobada no se ve en el disco) se rodea de su esposa Patti, “mi Jersey girl, la reina de mi corazón”, para cantar a dúo, en clave country, Brilliant disguise y Tougher than the rest, y también hay recuerdos escalofriantes para los amigos músicos, que define como la comunidad. Explica sobre los fallecidos Clarence y Danny que “los siento presentes, con sus manos sobre mí” entre un silencio respetuoso que puede cortarse.
Y también aparece su voz más crítica, evidente “cuando lo pedían los tiempos”. Bruce se pregunta adónde “llegaremos como pueblo” y baña el blues descarnado, casi a capela, de Born in the USA de “estrés postraumático de Vietnam, sangre, confusión, gracia y vergüenza” antes de preguntarse por la democracia en 2019 al cantar The ghost of Tom Joad. “Nunca pensé volver a ver ciertas cosas en mi vida”, lamenta, en alusión a Trump. Un relato sincero y descarnado, a pesar de su faz teatral, sobre la música, la alegría, el dolor, el sexo, la fe, el amor... La vida, en definitiva. La suya... y la de todos.