El Mesón del Caballo Blanco, el bar Viana, Carlos Itoiz, Mikel Laboa...
The Kelly Family se instaló en Belascoáin en el año 1976, en una casa a la que regresaron en varias ocasiones
IRUÑEA. A finales de 1975, asentados en Ejea de los Caballeros, la Kelly Family, rememora John, ya contaba con dos formatos para sus actuaciones: el grupo propiamente dicho “y otro más tipo tuna. Este formato lo utilizábamos principalmente para actuar en restaurantes. Así, a finales de ese año, ofrecimos nuestra primera actuación en Iruña, en el Mesón del Caballo Blanco, en el restaurante, que estaba lleno. Tras actuar nosotros, de una de las mesas se levantó un persona, Andoni Esparza, que estaba acompañado por Jorge Oteiza. Emocionado, les pidió a las personas que estaban comiendo en otra de las largas mesas que nos cantaran... y es que se trataba de los integrantes de la Coral de Cámara de Iruñea. Y nos cantaron el Agur Jaunak. Tras escucharles, mi padre se emocionó tanto que se preguntó ‘¿a dónde hemos llegado? ¿Qué es esta canción?”.
A partir de ese momento, y principalmente debido a la amistad que el padre de la familia trabó con Andoni Esparza, el patriarca decidió que tenían que vivir en Nafarroa. “En aquel tiempo, Andoni era gerente de Aguas de Belascoáin, y le dijo a mi padre que conocía una casa que estaba en venta. La compramos y nos trasladamos a vivir en 1976. Una vez instalados, mi padre decidió abrir el bar Viana, que regentamos durante, más o menos ocho meses”.
Rápidamente, apunta John, “el local se convirtió en un sitio mítico, en el que siempre había música, y al que venían muchos artistas, músicos como Mikel Laboa o Benito Lertxundi, pintores... Es que mi padre era como un magneto, atraía a las personas y hacía que estuvieran a gusto. Ahí conocimos también al padre de Maite, Carlos Itoiz, que venía todas las noches... Era un bar en el que se podían escuchar casi todos los estilos de música, desde el rock hasta el folk o el flamenco. Ahí conocimos también al grupo Ortzadar, con los que mi hermana Kathy llegó a tocar el violín. Hace poco, con motivo del rodaje de un documental sobre el grupo para una televisión alemana, lo visité de nuevo y ¡está prácticamente igual!”, apunta John, al que su prodigiosa memoria le transporta al pasado una y otra vez, mientras una vidriosa mirada ejemplifica la auténtica devoción que sentía por su padre.
“Yo solo tenía ocho años, pero también recuerdo que fue la primera vez que vi a Maite (su mujer), cuando su madre la traía en brazos, con apenas un año”.
Sacrificio
El Viana tocó a su fin en manos de los Kelly tras darse cuenta el progenitor de la familia de lo sacrificado que es regentar un negocio de hostelería. “Significaba estar día y noche pendiente del bar. Además, el camarero que teníamos, no dejaba de echarle la bronca a mi padre porque invitaba a todo el mundo y no llegaba dinero a la caja. Hacíamos música pero nos quitaba mucho tiempo, así que dejamos el bar”, explica John.
De esta época, John recuerda especialmente una actuación en Salesianos a “a la que no acudió nadie, pero, cuando ya nos íbamos, apareció uno corriendo, diciendo que lo sentía, que llegaba tarde. Y mi padre decidió actuar solo para él. A algo así, en su momento, no le di importancia, pero ahora sí lo valoro mucho porque, para mí, es lo que definió nuestro éxito posterior. Esa es la filosofía que aprendimos de nuestro padre, la que nos abrió los ojos y la que ahora me hace tener los pies en la tierra”.