Carlos Ruiz Zafón: “Cada uno justifica la piratería como le conviene; pero en una palabra, la piratería es corrupción”
‘El laberinto de los espíritus’ es la última puerta que abre Carlos Ruiz Zafón a ‘El cementerio de los libros olvidados’ y con la que cierra su tetralogía
Bilbao - Tiene una imagen de escritor poco asequible a los medios de comunicación, pero una entrevista con él borra de un plumazo esa sensación. Es un conversador ágil que primero cautivó a los jóvenes con cuatro novelas, a muchos padres que sentían curiosidad por esos libros que devoraban sin poner muchas pegas su retoños y después a los adultos a través de la saga El cementerio de los libros olvidados. Acaba de cerrar el universo de esa Barcelona gótica y barroca con El laberinto de los espíritus. A nivel personal prefiere el libro de papel al digital y no se corta al calificar de corrupción la piratería.
Los seguidores de su saga ‘El cementerio de los libros olvidados’ han descubierto en su último libro a un personaje muy singular, Alicia Gris.
-Es un personaje que es ya una parte de mí mismo?
¿En qué se le parece?
-En que tú le das un trocito tuyo. Claro, usted ve a este señor de barbas, que soy yo, y se hace esa pregunta. En estos cuatro libros hay tres personajes que son una parte importante de mí mismo, todo llevan algo de mí?
...Pero estos son sus alter ego, ¿no?
-Ellos son más, son mi Santísima Trinidad: Julián Carax, es el que más se parece a mí; Fermín Romero de Torres y Alicia Gris. Ella está solo al final porque ese es su lugar. En la arquitectura de la serie había que retenerla hasta el final, es mi personaje favorito, pero tenía que esperar. Llevaba mucho tiempo entre bambalinas, pero la tenía siempre presente en mi cabeza.
Miles de páginas de una Barcelona gótica.
-La Barcelona gótica y barroca es un personaje más en la historia. En algún momento sucede con todos los escritores. Quiero volver metafóricamente a casa y explorar mis raíces y el lugar en el que me crié.
¿Añoranza?
-No lo sé, para mí esa forma de volver fue crear un personaje que fuera más allá de la percepción que pueden tener muchos lectores de la Barcelona de los últimos años: muy turística, muy festiva y destino de fin de semana.
¿No le gusta esta Barcelona?
-Es una parte. Pero hay mucho más, hay una esencia del alma de la ciudad que tiene que ver con su historia. Es la Barcelona de la que yo he salido. Cuando tú eres producto de ese lugar, tu percepción y tu conexión es muy diferente.
¿Los ojos de turista son parciales?
-Cuando alguien viene a Bilbao y ve el Guggenheim dice: ¡Qué chulo! En Bilbao se come de coña. Es cierto, pero es una parte, es lo que ven los que han estado solo cuatro días. Seguro que usted me diría: No has visto nada, esta ciudad es otra cosa. Eso era lo que yo quería en los cuatro libros de El cementerio de los libros olvidados, crear un personaje que estuviera a la altura de los otros personajes principales, que no fuera un escenario más.
¿Queda cerrado oficialmente con ‘El laberinto de los espíritus’ ‘El cementerio de los libros olvidados’?
-Este mundo está cerrado, siempre dije que serían cuatro libros, no tengo más historias proyectadas sobre este tema. Este proyecto está completo y no tengo tentaciones de seguir.
Muchos le conocimos a usted cuando en el colegio sus libros eran de lectura obligatoria para nuestros hijos.
-Ciertamente. Yo empecé mi carrera dedicada a lectores jóvenes, para ellos fueron mis cuatro primeras novelas. Para otros muchos lectores adultos yo aparecí con La sombra del viento, esa es mi quinta novela; yo ya llevaba unos cuantos años en esta guerra y en esta batalla.
Usted iba para publicista.
-No, no. Yo empecé a trabajar en publicidad muy jovencito, pero yo iba para escritor desde que tenía cuatro años. Pero no puedes colocar una placa en la puerta que diga: Escritor. No puedes poner eso y que te paguen una nómina.
Y eso sí ocurría en el mundo de la publicidad.
-Hasta los 26 o 27 años no pude acceder al mundo de la literatura y tuve que hacer otras cosas. Trabajé por accidente en el mundo de la publicidad porque era un campo en el que podía aplicar alguna de las cosas que yo sabía hacer y mientras tanto seguía escribiendo.
¿Cuántos años trabajó en publicidad?
-Seis años. Trabajé en publicidad en los 80, todo crecía mucho en publicidad, era un momento muy loco, muy de excesos y todo esto se acaba en el año 92. Fue como un coche que se estampa en un muro.
¿Disfrutó?
-Fueron años divertidos, aprendí, pero nunca tuve ninguna vocación. Cuando me contrataban siempre les decía: No soy publicitario, no quiero serlo, quiero ser escritor. Les decía también: Soy un mercenario y no me creo la profesión y si alguien me paga el doble, me iré.
Un apasionado de los dragones, ¿tiene algo que ver con haber nacido en Barcelona?
-Quizá, pero a mí el que me caía bien era el dragón, al San Jordi como al tío que estaba subido al caballo, con la lanza y tocándole las narices al dragón le preguntaba: ¿Por qué?
Porque el dragón se quería comer a la princesa.
-Pues a mí el que me gustaba era el dragón que lo único que quería era comerse a la princesa y estar tranquilo, y va el San Jordi y todo el día tocándole las narices. Siempre me apunto a la versión políticamente incorrecta. Los empecé a coleccionar y ahora tengo cientos de dragones. (Señala la solapa de su chaqueta donde lleva prendido un dragón). Es la marca de la casa.
¿Qué es lo que le relaja y le hace sonreír?
-La música, es lo que me divierte, es lo que me permite escapar, me permite crear pequeñas composiciones, me gusta también escuchar música, tocar, escribirla. La música es lo que redime este mundo en el que vivimos y le da luminosidad.
¿Pesimista?
-Realista o escéptico. Hay cosas maravillosas en la vida y no me arrepiento de haber venido a este mundo, pero tampoco tengo una visión idealizada o demasiado romántica.
Si hablamos de formas de leer o de formatos, ¿papel o digital?
-Prefiero el papel, no tengo dudas, pero si tengo que viajar reconozco que es mucho más cómodo llevarte la biblioteca en un dispositivo que cargar con una maleta de libros por los aeropuertos.
Hablemos de piratería, un mal que a la literatura llega igual que a la música a través de la digitalización.
-Es un tema de doble moral, hay cierta complicidad. Piensan que la cultura es gratis y cada cual barre para su casa y lo explica como le conviene y justifica sus opciones como más le interesa. En una palabra, la piratería es corrupción.
Un término que lo aplicamos a medias, ¿no?
-Sí, claro. La piratería es el mismo fenómeno que la corrupción, pero a nivel microscópico. Hay quien puede porque está en una situación de poder, abusar a gran escala y robar y estafar a tutiplén; los hay que a pequeña escala chorizan o roban también lo que pueden. No tiene más solución que las normas legales necesarias. Mientras no se haga algo, todo seguirá igual.
¿Por qué se fue a Los Ángeles? ¿Es una búsqueda o una huida?
-Creo que fueron las dos cosas, yo crecí en la Barcelona de los 70, muy anclada en el pasado, y pensaba que el mundo era muy grande y tenía que haber otras cosas. Las cosas que yo admiraba venían de lejos. Siempre he pensado que es bueno salir de la zona de confort.
¿Cómo se sintió fuera de esa zona de confort?
-Hay muchas formas de ver la vida y muchos mundos, el tuyo no es ni peor ni mejor, es diferente. En ese momento, en el que me fui, yo acababa de publicar mi primera novela. Siempre había querido salir y pensé que era el momento de correr aventuras y no me fue mal si lo analizamos con el tiempo.
¿No le dio miedo?
-Dejé la publicidad, un mundo en aquellos momentos en los que me podía haber hecho de oro, era muy joven y me iba muy bien.
Imagino que no le animarían en su entorno.
-Me decían que estaba loco, que era un suicidio y, encima, no solo había dejado la publicidad, me iba a otro país con una mano delante y otra detrás. Con un plan extremadamente ingenuo, un plan que solo lo haces a los veintipocos años.
¿Cuál era el plan?
-Me planteaba trabajar de guionista mercenario y comprar así más tarde la libertad de poder dedicarme solo a escribir. Con este plan me fui a los Estados Unidos, aterricé en Los Ángeles y muy pronto descubrí que aquello era absolutamente ridículo.
Pero sobrevivió.
-La poca cordura que tenía la invertía en escribir para jóvenes y el éxito de La sombra del viento me permitió comprar mi libertad, no ser un guionista de alquiler y dedicarme exclusivamente a los libros, a hacer exclusivamente lo que me gustaba.
Un lujo que pocos escritores alcanzan hoy.
-Es un privilegio por el que estoy eternamente agradecido. Es una situación extraordinariamente difícil de conseguir. Este lujo me ha permitido en los últimos quince o dieciséis años tener una independencia y poder dedicarme a lo que me a apasiona desde niño, escribir.
Ahora está muy de moda las adaptaciones. ¿Nunca ha visto sus libros en cine o televisión?
-No, precisamente por mi experiencia en el medio, porque sé lo que pasa, porque no tengo una experiencia especialmente romántica del proceso. Estas historias de El cementerio de los libros olvidados nacieron como contraposición a mis días de guionista mercenario y ese deseo de recuperar lo que para mí era la esencia de los libros, de la escritura, de la palabra escrita. Siempre proyecté esto como un homenaje a la literatura. Es una reflexión de lo que son las historias, de cómo se construyen, de cómo se narran.
¿No le gustan los medios audiovisuales?
-No, todo lo contrario. Estos libros querían ser libros y es lo que son. Aunque sea una idea romántica, creo que no hay nada que cuente una historia con la riqueza, con la profundidad y con los matices de un libro si está bien construido. Hay un ritual íntimo entre el lector y el libro, una conexión que se establece cuando funciona el proceso, ningún otro medio te puede dar esa sensación.
¿No dan vértigo esas cifras multimillonaria de lectores que usted registra?
-Creo que lo que da es una sensación de seguridad. Lo que angustia a la basta mayoría de escritores es lo difícil que es sobrevivir en este oficio y, generalmente, acaba no siendo tu oficio, termina siendo tu vocación, pero con otro trabajo que es lo que te proporciona el sustento. Eso es lo que preocupa a muchos escritores, es una tensión que se va metiendo bajo la piel de los escritores y es lo que a veces crea una amargura y un resentimiento terrible.
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