Roald Dahl, el genio de la última página
Este año se cumple un siglo del nacimiento de Roald Dahl, el autor de míticas novelas infantiles como ‘Charlie y la fábrica de chocolate’ o ‘Matilda’. También llegó a ser piloto de combate, diplomático y espía en la Segunda Guerra Mundial
ES el padre de Willy Wonka, de Matilda, de los gremlins, de brujas malvadas y, cómo no, de Charlie. De su cabeza también salieron un ascensor de cristal volador, un superzorro, un dedo mágico, un melocotón gigante y una fábrica de chocolate habitada por oompa loompas. La mente de Roald Dahl fue una mina inagotable de seres y lugares fantásticos que han hecho las delicias de varias generaciones de niños en todo el planeta. Pero el autor británico, de cuyo nacimiento se cumple este año el centenario, también escribió para adultos. Y lo hizo creando relatos sorprendentes, con giros y desenlaces inesperados y con un humor negro y una perversión que hace difícil creer que salgan de la misma cabeza que sus inocentes novelas infantiles. Son las dos caras de la obra de un hombre atípico, aventurero y polémico; el legado de un piloto de guerra, diplomático e incluso espía.
Roald Dahl nació en Cardiff, Gales, en el seno de una familia de origen noruego. Su infancia estuvo marcada por las tragedias familiares. Cuando él tenía tres años falleció una de sus hermanas de apendicitis y también su padre a causa de una neumonía. Su madre, empeñada en cumplir el sueño de su difunto marido de que sus hijos se educasen en los que consideraba los mejores colegios del mundo, se negó a volver a Noruega y envió a su hijo Roald a un internado. La disciplina de los profesores y sus violentos castigos dejaron marcado a Dahl, quien describiría esa etapa de su vida al detalle en el libro autobiográfico Boy, relatos de infancia. La tormentosa relación con el profesorado se señala como la causa de que en sus cuentos infantiles los adultos sean representados casi siempre como seres malvados y crueles, empeñados en hacer la vida imposible al protagonista, casi siempre un menor. El colegio no es el único elemento de su infancia que inspiró sus obras literarias. Las golosinas que una marca de chocolate enviaba al internado para que lo probase el alumnado fue, por ejemplo, la semilla de lo que años después sería Charlie y la fábrica de chocolate.
Con 18 años, y con casi dos metros de altura, Roald Dahl fue contratado por la petrolífera Royal Dutch Shell, lo que le llevó a vivir cinco años en diferentes países de África. Allí cultivó su espíritu aventurero y aprendió a hablar suajili. En África le sorprendió la II Guerra Mundial y no dudó en enrolarse en el ejército. En 1938 entró a formar parte de la Royal Air Force (RAF). En Nairobi fue instruido como piloto de avión junto a otros dieciséis hombres. Al finalizar la guerra solo cuatro de ellos seguirían con vida.
Sin ninguna formación en combate, Dahl tuvo que esmerarse en derribar aviones alemanes y mantener su pellejo con vida. Su pericia le convirtió en un as de la aviación, pero un accidente marcó su vida. En 1940 la RAF le facilitó unas instrucciones erróneas y terminó estrellando su avión en Libia. Sufrió heridas graves: fractura de cráneo, fractura de nariz y perdió temporalmente la visión. A pesar de todo, consiguió salir del avión en llamas antes de desmayarse.
Tras recuperarse de sus lesiones volvió a entrar en acción en Grecia, pero unos fuertes dolores de cabeza le hicieron volver a Inglaterra, donde quiso reciclarse como instructor de vuelo. Allí sorprendió por su cultura y locuacidad al subsecretario de Estado para el aire, quien decidió enviarlo como diplomático a la embajada británica en Washington. Allí llegó a trabajar para el Servicio de Información británico e hizo sus pinitos como espía.
El inicio como escritor
Fue en Estados Unidos donde se casó con una actriz, tuvo cinco hijos y empezó a escribir. En 1942 el Saturday Evening Post publicó su primer texto, que versaba sobre su accidente de aviación. Un año después escribió Los gremlins, un cuento sobre unos pequeños monstruos que boicoteaban los aviones de la RAF, una versión muy diferente de la que terminaría plasmando en el cine Steven Spielberg. A partir de ahí llegarían todos sus éxitos, hoy en día convertidos en clásicos de la literatura infantil junto a las ilustraciones de Quentin Blake y versionados en infinidad de películas. Paralelamente, sus relatos para adultos cosecharon tres premios Edgar y fueron objeto de deseo del maestro del suspense. Alfred Hitchcock llevó a la televisión varios textos de Roald Dahl. Uno de ellos, El hombre del sur, por partida doble en 1960 y 1985. Más tarde, Quentin Tarantino haría su propia versión en Four rooms.
Dahl falleció en 1990 a causa de una enfermedad sanguínea. Fue enterrado en Inglaterra junto a sus tacos de billar, una botella de vino, lápices y una sierra eléctrica. A las afueras de Londres se abrió un museo en su honor que repasa su obra, promueve los proyectos solidarios que él puso en marcha y recibe 50.000 visitantes todos los años. Allí luce el gran butacón en el que escribía sus historias. Siempre a lápiz sobre hojas amarillas. Allí buscaba cómo sorprender al lector en la última página.