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“En Navarra ha habido, desde la Guerra Civil y hasta hace nada, una actitud política muy agresiva contra la ‘lingua navarrorum”

Bernardo Atxaga ha visitado Iruñea para impartir una conferencia dentro de las Jornadas de Paz, Convivencia y Derechos Humanos del Gobierno de Nafarroa

“En Navarra ha habido, desde la Guerra Civil y hasta hace nada, una actitud política muy agresiva contra la ‘lingua navarrorum”Javier Bergasa

Iruñea - A Bernardo Atxaga, quizá el escritor vasco más reconocido de las últimas décadas, a veces le cuesta encontrar las palabras. Trata de ser preciso, de que los pensamientos complejos tomen la forma adecuada, sin equívocos. Y el esfuerzo le hace retorcerse en su traje oscuro, en la silla de un despacho del Planetario de Iruñea, donde llenó el auditorio para su conferencia Euskal hiria. La ciudad vasca. Un término y concepto que acuñó hace ya años, que él propone en lugar o al lado de Euskal Herria y que supone, según sus propias palabras, “una modesta utopía para una mejor convivencia dentro de este territorio que se llama País Vasco”.

La primera vez que muchos ciudadanos escucharon hablar de ‘Euskal hiria’ fue en la conclusión de ‘La pelota vasca’, la película documental de Julio Medem. Allí decía que el día que cesara la violencia, empezaríamos a levitar. Solo por el peso que nos habríamos quitado de encima. Han pasado más de doce años de aquello, ¿estamos más cerca de levitar?

-Es verdad... Se me había olvidado. Estamos levitando un poco. Si yo preveía que levitáramos medio metro, estamos levitando un palmo, como 20 centímetros. Ha habido un aligeramiento tremendo, que todos hemos sentido. Y creo que estamos de acuerdo en que la historia de ETA, que se alargó terriblemente, se convirtió en una mochila pesadísima, en una carga. Afortunadamente, esa historia se acabó y creo que lo primero que hay que constatar es ese aligeramiento, que se plasma, por ejemplo, en que los padres están más tranquilos por sus hijos adolescentes. Y hay mucha gente tranquila y, aunque sigue habiendo muchos problemas, son de otro orden. Porque el orden de la violencia es terriblemente poderoso. Cuando yo estudiaba Filosofía comenzó a actuar el violador del Ensanche. Bastaba un único violador en toda Barcelona para crear una psicosis en la ciudad. Las compañeras de clase pedían que todos fuéramos juntos hasta el centro de la ciudad. Ese es el poder de la violencia, que es tremendo.

‘Euskal hiria’, la ciudad vasca. ¿Qué significa este término?

-Se puede establecer una alteridad entre un término como herria o como pueblo, e hiria o ciudad. El primero viene directamente del romanticismo, en un esquema que puede ser esencialista: nosotros somos de esta manera, tenemos unas características, somos una nación. Frente a ello, o mejor dicho, al lado o en otro sitio, está el término de ciudad. La ciudad no posee con tanto rigor unas características que la definan, ni tiene un territorio claro, porque depende de su área de influencia, de su fuerza económica, cultural. En la dictadura era inevitable mantener el esquema romántico porque la dictadura era la negación de todo, pero siguiendo en ese esquema nos encontramos con una dificultad: dónde ponemos las lindes, las fronteras. Ese problema me parece irresoluble en la sociedad actual. Por ello, un planteamiento de ciudad no se encontraría con ese problema. En una ciudad las fronteras no están tan claras, incluso habría barrios y no provincias.

Suena a un planteamiento idealista, alejado de los términos en los que nos seguimos moviendo.

-Mi ideal no se cumplirá. Pero la misma polis griega se crea para salir de una situación de guerra entre las tribus. Es una modesta utopía para mejorar las relaciones humanas, pero creo que puede atraer a mucha gente. Lo importante, y enlazando con la cuestión de la polis griega, es que la ley de la república sea lo suficientemente laxa para que muchos se sientan dentro.

Un planteamiento como el suyo encaja mejor en un mundo en el que las identidades son complejas, matizadas, incluso dentro de una misma persona.

-Claro... Las identidades existen y todos tenemos algo que podemos llamar nuestra identidad. Eso es evidente. Borges no era una persona nacida en Plutón, sino un señor argentino nacido en la alta sociedad bonaerense. Y parte de lo que él fue se explica por ello. Lo que ocurre es que las identidades son una tela muy abigarrada, con muchos retales. Yo lo he visto en Estados Unidos de modo muy claro. Y recuerdo a un poeta de origen vasco, pero al mismo tiempo era gay. Y me di cuenta al hablar con él que él tenía un sentido de pertenencia fuerte respecto a la comunidad gay y no tanto respecto a la comunidad vasca.

¿Quizá sucede esto porque las identidades se encuentran allí algo más mezcladas?

-No más mezcladas, pero coexisten y no chocan con el modelo político. La comunidad vasca se siente al mismo tiempo americana y no tiene ningún problema en ese sentido. Y están los chinos, los polacos, los irlandeses. Pero su vivencia de la identidad se hace a través de materiales más simples, como el baile, la comida. Pero si entra la cuestión de la lengua hay una zona de conflicto. Porque una lengua no sale adelante por sí misma, tiene que haber un grupo de gente que la apoye.

¿Y cómo ve la realidad de la lengua en esta tierra?

-En Euskadi, y supongo que pronto en Navarra, la lengua está siendo bienvenida por todo el mundo. Yo vivo en Vitoria y así lo veo. Veo que todo el mundo, hable o no hable en euskera, lo recibe bien. No me parece que, en cuanto a las identidades, Navarra tenga nada especial. Lo que la diferencia, por ejemplo de Álava, territorio culturalmente no muy diferente, es una actitud política generalizada, desde la Guerra Civil y hasta hace nada, especialmente agresiva contra esa parte de la cultura que es la lingua navarrorum. Es algo que debe quedar muy en el pasado. Esas actitudes tienen un olor a naftalina insoportable, como cosa de viejos armarios malolientes.

Quizá pueda ocurrir que una parte de la población no sienta esa lengua como la suya propia...

-Eso quizá también sea normal. Ante ello, antes he dicho que paciencia y a barajar. No hay otra vía que proclamar aquello en lo que uno cree y lo bueno que en este caso tiene la lengua. El euskera puede ser un hilo que teja una tela en la comunidad. La lengua puede unir muchísimo.

¿En qué cree que ha mejorado la convivencia en los últimos años?

-No lo sé... Salgo por la tangente que es la única recta que veo posible. Hace falta hablar, que la gente se exprese, que se verbalice y se dé forma a todo un pasado. Este es el empeño. A partir de ahí se supone que todo mejorará aún más, pero que no mejorará del todo. Porque cuando hay muertes y hay dolor y hay violencia es difícil.

No es fácil ponerse de acuerdo en explicar lo que ha pasado, pero sí hay una consecuencias, hay víctimas. ¿Cuál es su papel, qué les debe la sociedad?

-El sujeto es la sociedad y los representantes de esa sociedad, que no pueden ser sordos a las víctimas. Pero el mando está en manos de la sociedad. Quienes mandan tienen responsabilidad ante toda la sociedad y, por lo tanto, incluye a la gente que ha padecido, pero también a los niños que van a la escuela.

¿Y los presos?

-Mire, ahí no voy a entrar, yo tengo una opinión y tendría que matizar mucho, y así en un pis pas no podría hablar sobre ello...

¿Qué papel tiene la ficción, nos ayuda a entender lo que ha sucedido?

-No creo que tenga ningún papel salvo que algún escritor quiera escribirlo, como han hecho Luis Garde o Miguel Sánchez Ostiz. Lo que ayuda a entender es pensar, que es responsabilidad de cada uno. Pero no creo que haya que ir más allá, porque también hay libros malvados. Mein Kampf es un libro... A veces no hay solución para nada más allá de la general. Leer es importante para pensar, aunque haya mil formas de pensar. Pero no estoy seguro de que la literatura redima de esa manera. La literatura entra en la mente, que es un horno donde se cuece ese pan... Pero no tiene un efecto directo. Eso nos llevaría a todos a escribir libros de autoayuda.