Aunque la intención de Katz no es provocar emociones en el visitante, esto resulta casi imposible. Cuando el público se adentra en la galería 105 del edificio de Gehry, donde están colgadas sus obras, no puede dejar de sentirse abrumado por los monumentales paisajes. Porque lejos de parecer estáticos, dan la sensación de moverse, de danzar, invitando al observador a acompasarse con ellos de acuerdo a su estado emocional.

En total, son 35 obras, de las cuales solo dos están pintadas en Nueva York; el resto han sido concebidas en Maine, a donde todos los veranos Alex Katz se traslada para disfrutar con los suyos de los meses de calor y, como cada verano, pinta sobre lo que le rodea. “La luz de Maine me gusta mucho, es diferente, muy diferente a la de Nueva York. Desde la primera vez que fui allí, decidí que no quería dejar de verla el resto de mi vida”, ha confesado en numerosas ocasiones.

En la exposición, que está comisariada por Petra Joos y Michael Roocks, predominan las escenas boscosas y los cauces de agua de Maine, que se caracterizan por su poco detalle, carecen de relieve y se plasman sobre fondos planos, aunque con pinceladas rápidas y fuertes que buscan transmitir energía, movimiento y profundidad a la obra.

colores La paleta cromática de las obras revela al espectador, sin necesidad de mayores explicaciones, el tiempo en que fueron pintados, ya que para los paisajes invernales Katz ha recurrido a una amplia gama de grises y blancos para reflejar las brumas matinales, el intenso frío y la nieve del invierno, en contraste con el negro de los troncos de los árboles. Para los atardeceres del verano, Katz se decantó por colores intensos como el rojo, el azul, el naranja y el verde, mientras que para reflejar el pesado y pegajoso calor de una tarde de verano utilizó un amarillo potente en el único cuadro que llama la atención por su colorido.

Entre las obras que se exhiben está Pintura de flores, rosas blancas que, con sus carnosos pétalos y hojas dentadas, son fieras, agresivas y contradicen la imagen amable que las flores normalmente concitan. Arroyo negro retrata un arroyo de Maine de la serie que el artista lleva más de veinte años pintando y con la que, plasmando a menudo el reflejo del paisaje sobre la superficie del agua, el autor reflexiona sobre el fenómeno de la percepción. Impresiona también El sueño de mi madre, una inmensa pintura que consta de cuatro vistas de la misma escena en momentos diferentes del crepúsculo, sugiriendo saltos en el tiempo.

Y sus Atardeceres y Crepúsculo, cubiertos ambos de negro y salpicados con un rojo feroz y turquesa, respectivamente, que demuestran el extraordinario manejo de Katz de las relaciones de color. Concretamente, Crepúsculo captura el fugaz instante en el que la luz de la luna pasa a través de las copas de los árboles.

La exposición Alex Katz. Aquí y ahora se puede ver en el Museo Guggenheim hasta el 7 de febrero de 2016.