Dicen que la fe mueve montañas. Tanto, que es peligroso que sea en solitario esa pulsión la que alimente nuestras conductas. La fe cursa con entusiasmo, voluntad, energía y determinación y si no se cataliza con otros ingredientes puramente racionales puede convertir la energía que moviliza en arma de destrucción masiva. Las pasiones que levantan deportes de masas como el fútbol tienen mucho que ver con la fe. El entusiasmo con que los aficionados de Manchester y Tottenham llegaban esta semana a Bilbao era, para empezar, fruto de la fe de todos ellos en la victoria de su equipo. Quienes vieron a ambas escuadras arrastrarse en la competición regular durante toda la temporada solo podían recurrir a la fe para esperar otra cosa. La movilizaron para propiciar una resurrección. Y transmitirla produjo una vigorexia que ha movido montañas.

Es bueno recordar por qué no han descarrilado tantas toneladas de entusiasmo incondicional. El enorme trabajo realizado en comandita por instituciones públicas y organizaciones privadas para encauzar adecuadamente esta marea ha sido decisivo. Y dejará huella en la organización de eventos similares en otras ciudades porque ha aportado soluciones efectivas.

Las medidas implantadas en la Premier hace más de una década para acabar con los hooligans también han aportado lo suyo. 60.000 aficionados ingleses han generado menos problemas que los 200 payasos que, de impecable rojiblanco, se empeñaron en liarla en cada eliminatoria bilbaína de la UEFA Europa League pisoteando el nombre, prestigio y respeto que merece la institución a la que decían animar. Un quehacer destructivo y cutre, de mal vino, que requiere una urgente terapia de choque y un neologismo para estas cabezas… de ganado: burrigans.