ABRIGADa por el cabo Ogoño, agazapada entre acantilados, colgada del verde del monte y besada por el salitre del mar. Así aparece Elantxobe, una de las localidades más bellas de la costa vizcaina, cuyo recorrido a pie, desde el recogido puerto a su parte más alta, entre calles empinadas, ofrece rincones repletos de belleza.

Al menos una vez al año, en julio, en Madalenas, todo el mundo mira a Elantxobe gracias a la famosa teja que acaba en el agua tras una romería marina. Pero cualquier día es bueno para dar un paseo por esta pequeña localidad, que no alcanza el medio millar de vecinos y los dos kilómetros de superficie y que se fundó tras su desanexión de Ibarrangelu. Si se accede desde el mar, la visión resulta inolvidable gracias a su ubicación sobre la falda de la peña de Ogoño, colgada entre el mar y la montaña.

El aroma a salitre conduce al viajero hasta el puerto, en el que se concentra la actividad pesquera. En el año 1783 se construyeron varios muelles para hacer frente a los embates del mar. En la actualidad se han reforzado y embellecen la estampa del municipio. Su paseo, al ritmo de la brisa del mar, resulta obligado. Sucede igual con sus calles, que serpentean entre edificios escalonados que miran al Cantábrico y esconden historias centenarias de arrantzales.

El recorrido, ascendente y a través de cuestas empinadas, no resulta fácil pero merece la pena al llegar a Kale Nagusi, que aparece bordeada por muros de piedra arenisca donde crecen plantas. Además, sus construcciones neoclásicas son parte del patrimonio local, siendo las más destacadas el Palacio del Ayuntamiento y la casa torre Nagusia. En la faceta religiosa destaca la iglesia de San Nicolás de Bari, construida en 1803 por la cofradía de mercantes y arrantzales y que alberga en su interior un retablo barroco de madera dorada. Antes de abandonar Elantxobe conviene echar una mirada desde su parte más alta. En días claros se divisa hasta la costa de Gipuzkoa. Y los más andarines cuentan con dos recorridos para hacer piernas: el primero entre el puerto y la atalaya de Ogoño, de dos kilómetros; y el segundo, entre Laga y Asnar, de medio.