EL popular dicho que asegura que “las apariencias, engañan” tiene su más clara demostración en los trampantojos del bar Zuga. Son elaboraciones que juegan visualmente con el comensal, es decir, parecen una cosa pero en realidad son otras, como sucede con el donut de piquillo, los falsos heladitos, el sushi de alubias rojas con chorizo, las croquetas dulces o, el más famoso de todos, la carolina de Roquefort.

El objetivo del chef, David Asteinza, al elaborar un trampantojo, es “sorprender al cliente, sacarle una sonrisa”, como valor añadido al pintxo. Así, poniendo la máxima creatividad y talento en el plato, sus creaciones buscan diversión y aportar algo nuevo a la oferta tradicional de estos bocados en miniatura, tan extensa en la Plaza Nueva, ya que el cocinero del Zuga percibe demasiada seriedad en los pintxos.

El trampantojo más antiguo de todos los que ofrecen es la carolina, surgida a raíz de una apuesta hace unos siete años. Luego se han ido añadiendo cada semana nuevas creaciones, y variando los ingredientes por ese afán de sorprender.

Junto a estas genuinas creaciones, el Zuga tienta con una barra fija, tradicional, en la que no faltan los tacos de bonito, las pulgas de jamón, tortillas por la mañana... y a la que añaden en cada estación pintxos de temporada, estacionales. El próximo cambio tendrá lugar en breve, con pintxos más frescos, como sopas frías y gazpachos.

La barra del Zuga apuesta también fuerte por el color hasta convertirse, como la describe el propio Asteinza, premiado por su innovación, en “un arco iris de color y de sabor”. Así, los sushis varían de color cada semana, a lo que se suma, igualmente, el ajoblanco rosa, por ejemplo.

Pero además, la barra es “un viaje por el mundo” los fines de semana, con el sushi, el minikebab de pato, la salsa Romescu, el cuscús de hongos al curry...

Las personas con intolerancias alimentarias y los de gustos vegetarianos tienen también allí dónde elegir, desde el tartar de calabacín al atún rojo ahumado con un chupito de cereza negra, Martini rojo y mango, por ejemplo.

El objetivo es ofrecer algo nuevo a sus clientes, que son “gente abierta, de 0 a 100 años, que se anima a probar cosas nuevas y diferentes”.

Con todo, el Zuga, pese a su pequeño tamaño, elabora el fin de semana unos 1.000 pintxos diarios y todos los días prepara dos barras, una por la mañana y otra por la tarde.