SIN alardes y con notable dificultad para caminar, Johnny Winter aparecía en escena ante un público sentado en su butaca en posición de quietud expectante, enmudecido. La mayoría como muestra de respeto y de admiración hacia el bluesman albino, algunos con disimulado recelo, como quien prevé una caída predestinada, como quien aguarda, con morbo, ver disiparse la sombra de una de las leyendas del blues-rock más longevas e incombustibles.
Pero no. Winter se acomodaba en su silla y, al tocar los primeros acordes de su trotada guitarra, desaparecían las dudas de su valía sobre el escenario. Y así, despacito, bebiendo agua a cada rato y saboreando el elixir del rock en cada sorbo, el texano de tez blanca y voz negra se secaba el sudor de la frente con una pequeña toalla blanca entre canción y canción.
“One, two, three, ... foooour”. Con cierto aire de chulesca indiferencia, cuando Johnny Winter entonaba el enérgico estribillo de Still alive and well (aún vivo y bien), parecía cantarle a la mismísima muerte. Hasta que ésta decidió llevársele al paseo de la fama celestial, junto a unos prematuros Hendrix, Morrison y Joplin y un recién llegado Tommy Ramone. Winter falleció anteayer a los 70 años de edad, “en su habitación de hotel en Zúrich, Suiza”, donde residía. La noticia se dio a conocer en la mañana de ayer y fue confirmada poco después en su página oficial de Facebook, a través de una escueta nota donde su mujer, su familia y los miembros de su banda transmitían su pena ante la pérdida “de uno de los mejores guitarristas del mundo”.
Blues hipnótico Así lo demostró en el que ha sido uno de sus últimos conciertos, el pasado 12 de mayo en la Sala BBK de Bilbao. Su banda le hizo una potente entrada que hacía presagiar que la magia del rock podía hechizar y engatusar hasta a los más escépticos. Con paso titubeante, Winter se acomodó en su silla y arrancó con un clásico, Johnny B. Goode. Guitarra y voz parecían discurrir por diferentes vías al comienzo, pero en cada canción el bluesman fue in crescendo, venciendo el pulso a la vejez y a la enfermedad (padecía el denominado Síndrome del Túnel Carpiano, y sus achaques en la cadera le obligaban a permanecer sentado durante sus actuaciones). Pasado el susto del discordante Johnny B. Goode, pronto el público comenzó a dejarse llevar por la hipnosis de su característico blues progresivo y electrizante. Permanecer anclado en las confortables butacas de la Sala BBK resultaba cada vez más difícil, casi antinatural.
Hacia el final de la velada, el mítico riff de su versión de Jumpin’ Jack Flash detuvo en seco los límites del tiempo y el espacio. El público nadaba en el Mississippi sin moverse de su asiento, o bailaba en algún tugurio oscuro de la vieja Nueva Orleans.
Winter mantuvo, eso sí, alguna que otra pose de estrella del rock, y desde hacía tiempo prohibía que se le fotografiara durante sus actuaciones. El concierto de la Sala BBK no fue una excepción, si bien no fueron pocos los intentos furtivos de inmortalizar tan especial e íntimo encuentro, teléfono móvil mediante.
Pura emoción John Dawson Winter III, esto es, Johnny Winter, nació en Beaumont, Texas (EE.UU.), el 23 de febrero de 1944. Hermano del también legendario músico Edgar Winter, el bluesman albino se defendía con magistral virtuosismo a la guitarra y también destacaba por su inconfundible chorro de voz. Alquimista que fusionó el blues-rock británico y el norteamericano, se codeó con grandes como Muddy Waters o John Lee Hooker, con quienes colaboró en numerosas ocasiones. Su carrera estuvo ligada asimismo a la de Rick Derringer, quien formó parte de la banda de Winter durante muchos años.
Nominado siete veces a los Premios Grammy, nunca se hizo con la codiciada estatuilla en su carrera en solitario. En cambio, logró tres galardones como productor de Waters.
Winter confesaba en una reciente entrevista que a los 12 años ya tenía claro que iba a dedicarse en cuerpo y alma a la música. “El blues es pura emoción y sentimiento; si no tienes eso, nunca serás bueno”, aseveraba. Pero el talento no era suficiente, Winter creía en el trabajo constante, defendía la maduración lenta de su sonido, que perfeccionó hasta el final. Su legado incluye clásicos como I’m yours and I’m hers, Highway 61 Revisited, Be Careful With a Fool o Rock and Roll, Hoochie Koo. Publicó una veintena de discos, el último, Raíces, en 2011. Cual terrible presagio, tenía previsto editar este próximo mes de septiembre un nuevo álbum bajo el título Step back (retroceder, alejarse). El disco póstumo incluirá colaboraciones estelares como Eric Clapton, Ben Harper, Dr. John, Leslie West y Joe Bonnamassa, entre otras.