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El ‘pollo’ de The Prodigy

El grupo británico triunfó por aplastamiento con su electrónica punk ante 40.000 personas

El ‘pollo’ de The ProdigyFotos: José Mari Martínez

BILBAO - La liaron, sí. Prueba superada. Dado que The Prodigy buscan hacer bailar y sudar como posesos a sus seguidores cada vez que suben a un escenario, la banda triunfó en la madrugada de la segunda velada del IX Bilbao BBK Live por aplastamiento con su mezcla cerril y gruesa de electrónica, guiños rap y filosofía punk. La hierba de Kobetamendi y los tímpanos de los fans disfrutaron/sufrieron de lo lindo con piezas como Breathe, Voodoo people, Firestarter y Smack my bitch up.

The Prodigy eran cabeza de cartel? y se notó. El sábado había entrado hacía apenas media hora y la tensión se advertía entre las 40.000 personas que casi llenaban hasta la ladera situada -lejana- enfrente del escenario. Y eso que los británicos no editan nada hace bastantes años; y reseñable? más todavía. Da igual, son un seguro de vida en directo, como probaron en Kobetamendi desde el respiro inicial de Breathe. La bestia había despertado y, con ella, una marea humana funcionando como un ser único alimentado de circuitos, beats y ritmo.

Apenas concluido Breathe, a alguno ya le fallaba la respiración. Había que estar preparado para aguantar tantos botes, que se recrudecieron con Jetfighter y, sobre todo, con Voodoo people, entre los saltos y los coros de la peña. Nada nuevo, tanto debajo como sobre el escenario. En el amplísimo entarimado, Liam Howlett, el cerebro del trío -ampliado con un batería hercúleo y un guitarrista de riffs trogloditas- aparecía a resguardo, dejando el show -y los micrófonos- a Keith Flint y Maxim. Ambos simulaban pelear con un enemigo imaginario, el primero dueño de los fraseos rap y encargado de dar ánimos; el segundo, con su secular cresta paralela a modo de cuernos y más activo al baile que al cante, con intervenciones más punk.

El vendaval sónico, brutal con Omen o Rock weiler, estuvo acompañado por un despliegue luminotécnico apoteósico y proyecciones experimentales en la pantalla de video, con un buen uso del blanco y negro con grano. “Celebrate the noise”, vomitaba Maxim. Abajo: ruido, ritmo y celebración. Cayó Firestarter y los colmillos de la bestia goteaban inclementes, satisfecha de su triunfo por aplastamiento y potencia, como si sutilidad fuera una palabra fuera de su diccionario. Lo corroboraron World’s on fire, las palmas de Invaders must die o la comunión lograda con el controvertido Smack my bitch up, con la “party people of Bilbao” derrengada y cercana a la conmoción entre tanto ritmo, parón y subidón final. En el bis sonó Take me to the hospital. No descartamos que alguno de la primera fila acabara en Basurto o Cruces. ¿El pronóstico? Posible perforación de tímpano.