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Discursos caleidoscópicos

una cortina de sirimiri dio paso a sonidos Folk con tintes rockeros, chill out del bueno y pop etéreo azuzado por sintetizadores

Discursos caleidoscópicosJose Mari Martínez

Kobeta es un balcón verde y desde allí Bilbao se antoja accesible: alargas la mano y parece que las yemas de tus dedos se mojan en la Ría, justo enfrente del Euskalduna. Luego miras al cielo y solo ves un mar sucio. Todo parece ficticio, engañoso. Para cerciorarte, agachas los ojos y enfocas a tu espalda para ver que la realidad salpica y gruñe como nunca. Ni Sodoma ni Gomorra, es el BBK Live, terremoto musical que se siente desde Zorrotza hasta, por lo menos, bien entrada la Gran Vía. Ayer se consumió la segunda jornada, y para marcar los primeros compases de la tarde Last Tour fichó a Dawes, al australiano Chet Faker y a los británicos 1975.

Taylor Goldsmith comandó a los Dawes durante 35 minutos deliciosos, donde ofrecieron una muestra de folk-rock norteamericano sin adulterar, con tintes soul y ráfagas de alt-country. El grupo regala canciones puras y sensibles, impregnadas de un sabor añejo. Los californianos mezclaron temas marchosos con preciosas baladas, siempre marcadas por el garbo de la guitarra de Goldsmith, que ofrecía un solo cada vez que cambiaba de instrumento (lo hizo tres veces, pasando de la blanca a la negra y acabando con una roja).

1975 En el escenario Heineken se pudo ver y escuchar a una rara avis, Chet Faker, un músico que hace dos años arrasó entre la comunidad universitaria de Melbourne (Australia) con una versión electrónica de No Diggity, del grupo Blackstreet. Faker (en realidad se llama Murphy pero adoptó ese nombre en honor al legendario trompetista Chet Baker) asombró a los presentes con sus sintonías cadenciosas, enigmáticas y cercanas a la vez, donde impera la electrónica chill out, salpicada con vaporosos toques soul. Una delicia para los sentidos.

En el espacio principal, 1975 se conjuró contra la lluvia y consiguió que centenares de fans se arracimaran enfrente del escenario, con los ojos clavados en el cantante, un Matthew Healy desenfadado que bebió vino a morro y bajó a frotar sus rizos negros con los cabellos de sus seguidoras. La banda de Manchester exprimió al máximo sus instrumentos, desde los teclados hasta el saxo, pasando por las guitarras, dejando un rastro de pop etéreo, con dominio de los sintetizadores.