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"Hay que arriesgar en el escenario, pero la confianza la da lavar la ropa sucia en casa"

Michel Camilo es un músico inquieto y virtuoso que pasa del jazz estadounidense al latino, colabora con músicos de pop y flamenco o con una orquesta sinfónica. Su piano, en comandita con el contrabajo de Lincoln Goine y la batería de Cliff Almond, lidera la programación de hoy de Getxo Blues, en la plaza Biotz Alai

"Hay que arriesgar en el escenario, pero la confianza la da lavar la ropa sucia en casa"José Mari Martínez

getxo - No para, ¿eh? Regresa de Nueva York?

-Sí, he tocado en el local Blue Note. Estuve a piano solo un par de veladas y fue como un maratón porque toqué dos shows por noche (risas). No había solos de batería o bajo, solo yo. Fue un tour de force.

Creo que es la tercera vez que visita Getxo. Empieza a ser una cita fija para usted.

-Puede que no tenga el presupuesto de otros festivales que se conocen en todo el mundo, pero ofrece siempre un gran cartel. Este año es un lujo contar con Jack DeJohnette, una leyenda viva, y también con Hiromi, que fue mi alumna en el Berklee College. Además, me quedan muy buenos recuerdos de cada concierto que ofrecí en Getxo porque el público participaba muy bien y existió siempre buena vibración. Por eso me agrada volver. Tener un público participativo me devuelve mucha energía.

¿Recuerda audiencias y conciertos concretos tras tantos años?

-Sí, cada uno de ellos. Es como si tomara notas mentales, sobre todo si uno lo pasa bien y te queda buen sabor de boca.

Ha tocado con enormes músicos como Paquito D’Rivera, Tomatito, Chucho Valdés o Tony Bennett, y con múltiples orquestas de jazz y clásicas. ¿Han merecido la pena aquellas diez horas diarias que ensayaba cuando llegó a Nueva York?

-Fue lo que llamo el efecto Nueva York. Allí la competitividad es inmensa porque está llena de grandes músicos. Vas a cualquier club de jazz y el nivel es enorme. “¿Cómo entro yo aquí?”, me preguntaba. La única manera es practicar, estudiar y dar lo mejor de ti mismo. Además, en la audiencia suele haber siempre un montón de músicos .

A pesar de lo conseguido, el buen músico no deja de aprender nunca, ¿verdad?

-Claro, es algo que nunca debe parar porque hay que seguir creciendo. Es lo que yo llamo el proceso de autodescubrimiento. Hay que buscar nuevas armonías para evitar tocar siempre igual la misma pieza. En el escenario deben surgir cosas maravillosas porque la magia del jazz está en la improvisación. Esa creatividad no se puede parar nunca pero es necesario salir al escenario confiado porque has lavado bien la ropa sucia en casa (risas). Sentir arriba que no hay bloqueos y atreverse a arriesgar lo permiten el trabajo y el estudio.

En Getxo Jazz no está su amigo Tomatito, pero sí Diego el Cigala. ¿Qué le hace disfrutar tanto del flamenco a un músico de formación clásica como usted?

-Me apasiona por su sentimiento profundo. Lo que llaman el cante jondo. Es como el blues y el soul. Ahí está el punto de encuentro entre el flamenco y las músicas negras. Les une el lamento y ese punto de ansiedad creativa, de libertad y surrealismo.

¿Le hace ascos al pop?

-No, no? De vez en cuando he hecho mis pinitos. Recuerda que colaboré con Ana Belén en un disco sobre poemas de Lorca y con el francés Nilda Fernández, que es como un nuevo Jacques Brel. Y me gustan mucho Elton John y Billy Joel, son grandes pianistas. Ahora estamos rodando una película en homenaje al gran maestro cubano Ernesto Lecuona, en clave de latin jazz, con Chucho Valdés y Gonzalo Rubalcaba, en la que participa Ana Belén con Siboney. Se estrenará en el Festival de Berlín.

Su personalidad inquieta casa muy bien con el espíritu de su primer disco, aquel ‘Why not!’ (Por qué no). ¿Todo es posible?

-Era eso mismo, es uno de mis lemas. No me gustan las barreras, ni que me encasillen. Por eso alterno el piano solo con mi formación de trío y, además, toco con orquestas sinfónicas en todo el mundo. Y tengo dos conciertos de piano y orquesta. El segundo, llamado Tenerife, todavía no lo he grabado pero lo he tocado ya 13 veces. Y al finalizar esta gira de verano iré a Chicago a tocar con su orquesta en el parque. Puede que vayan 50.000 personas.

¿Es difícil cambiar de clavija al cambiar de formato?

-Bueno? para mí lo más importante es el trío. Es como mi orquesta y compongo para él. Es como música de cámara para una sección de ritmo. No solo tocamos melodía sino interludios con sorpresas y puntos de encuentro.

¿Qué se gana o pierde con el cambio de formación?

-Lo principal es romper barreras y tabúes. ¿Dónde está escrito que un jazzista no puede tocar con una sinfónica? Y viceversa. Por ahí comienza todo. El riesgo es lo que nos hace crecer y seguir ampliando horizontes. Además, acerca a públicos diferentes: el de jazz y el de la música clásica. Estamos en el siglo XXI y los muros deben caer.

¿Se imagina una vida sin piano?

-(Risas). Sería muy infeliz. Una vez lo intenté y estudié tres años y medio de Medicina. Fue la época más infeliz de mi existencia. Definitivamente, tengo que tocar el piano todos los días. Si no lo hago, me pongo nervioso y no me encuentro. Tengo que tenerlo cerca siempre (risas). A veces, con acariciarlo basta. Es parte de mi ser.

¿Qué me cuenta del trío actual?

-Lincoln ya estaba en el quinteto de Paquito D’Rivera, así que le conozco desde hace 30 años. Tocó en mi primer disco y es un bajista conocedor de todos los géneros. Destaca por su faceta eléctrica, pero conmigo toca el contrabajo. Y Cliff Almond es uno de los grandes baterías de esta generación, que toca también con Manhattan Transfer. Cuando llegó a la audición se sabía todo mi repertorio de memoria (risas). Con mirarles a ambos basta porque la química es especial.