PARA el poeta Leopoldo María Panero Blanc (Madrid, 1948 - Gran Canaria, 2014), la vida era "una mierda". Un "inmenso cenicero" del que solo le rescataba la literatura, ese oficio "siniestro" que desarrolló gran parte de su vida en varios manicomios, a los que se refería como "sitios crueles, circos romanos".

Desde que a los 17 años le diagnosticaran esquizofrenia, la vida -y obra- de Panero ha estado supeditada a "aludes de pastillas", drogas de la medicina legal que no consiguieron, empero, acallar su voz atormentada y desarraigada. "Aquí estoy yo, Leopoldo María Panero, hijo de padre borracho y hermano de un suicida, perseguido por los pájaros y los recuerdos que me acechan cada mañana escondidos en matorrales, gritando porque termine la memoria y el recuerdo se vuelva azul y gima, rezando a la nada por temor", se sinceraba en el documental Un día con Leopoldo María Panero, de Carlos Ann y Enrique Bunbury.

Consumidor empedernido de Coca-cola y cigarrillos, le obsesionaban la soledad, el sexo, el caos y la muerte. Esta última le alcanzó la noche del miércoles en el Hospital Rey Juan Carlos I de Las Palmas de Gran Canaria, donde residía desde hacía 15 años, sin más compañía que la lealtad de unos pocos amigos. El hospital tenía la tutela de Panero al carecer este de familiares directos, si bien la relación con sus parentescos fue tan tormentosa como su propia vida solitaria, derivada, quizá, de su espíritu de piel roja y su deseo de no ser "un hombre civilizado". Con todo, el autor de Así se fundó Carnaby Street y miembro de la célebre antología Nueve novísimos poetas españoles, reconocía sentirse "cansado de estar siempre solito".

Abandonó la carrera de Filosofía y Letras en segundo curso, en protesta contra "el conocimiento formal y sin conexión". A los 19 años, comenzó su particular calvario encerrado en hospitales psiquiátricos, entre ellos el de Mondragón, donde permaneció una década. Nunca dejó de escribir, y fruto de su estancia en el centro guipuzcoano son sus Poemas del Manicomio de Mondragón (1999). En euskera se pueden leer unos pocos poemas suyos, traducidos por Josu Goikoetxea y que pueden consultarse en el portal web Armiarma.com.

Renegaba del sambenito de poeta maldito -para malditas, las etiquetas-; "yo no soy un poeta maldito. En España me creen loco. Podré ser un monstruo pero no estoy loco", se defendía.

Medio en broma medio en serio, lamentaba el escritor que no le premiaran con el Nobel de Literatura. "Siempre he pedido el Nobel para (Pere) Gimferrer, pero ahora creo que lo debo pedir para mí, porque qué tiene Miguel Delibes, para quien lo piden, que no tenga yo", comentaba en una entrevista concedida a Efe, en 2005. Maldición o no, parece que no estaba destinado a las mieles del éxito y reconocimiento social en forma de estatuillas. En 1984, su cuento Paradiso o le revenant le valió el Premio Gabriel Miró, pero le fue retirado porque había sido publicado antes en la revista literaria La luna de Madrid.

Más que cualquier galardón, lo que de verdad preocupaba a Panero era la muerte, siempre al acecho. "Tengo un miedo cerval a la muerte, mucho miedo", confesaba en 2007.

"En la infancia vivimos y después sobrevivimos". Con esta sentencia se dirigía a su madre, la actriz y escritora Felicidad Blanc, en una escena del filme de culto El desencanto (Javier Chávarri, 1976). La cinta, rodada tras la muerte de su padre Leopoldo Panero y que fue objeto de la censura franquista, retrataba -desnudaba- a la atípica familia Panero.

La editorial Huerga & Fierro anunciaba ayer la publicación en otoño de un poemario inédito de Panero, Rosa enferma, "su libro más negro, de carácter lapidario", apuntó la editora Charo Fierro. Quizá entonces llegue el ansiado reconocimiento. El Nobel póstumo. "¡Qué solos están los muertos!", decía el poeta.