viena. Maestría, precisión y sensibilidad derrochó ayer el director argentino-israelí Daniel Barenboim al frente de un Concierto de Año Nuevo convertido en un canto a la paz y a la celebración de la vida. Decorada con decenas de miles de rosas traídas desde la ciudad italiana de San Remo, la monumental Sala Dorada del Musikverein acogió la tradicional bienvenida al nuevo año que la Filarmónica de Viena ofrece cada 1 de enero.

Barenboim (Buenos Aires, 1942) se subió por segunda vez al atril del concierto más mediático del mundo con un mensaje musical a favor de la paz, en recuerdo de la tragedia inaugural del siglo XX, la Primera Guerra Mundial (1914-1918). El maestro, reconocido activista en favor de la paz entre israelíes y palestinos, ya dirigió el recital en 2009 y con el de 2014 la Filarmónica quiso homenajear los 25 años que el maestro lleva colaborando con la orquesta vienesa.

El recital comenzó con un enérgico fragmento de La bella Elena, de Eduard Strauss, que los filarmónicos escogieron para rendir homenaje a la esposa de Barenboim, la reputada pianista Elena Bashkirova. Y con motivo del centenario del comienzo del conflicto bélico, la Filarmónica atacó el vals Palmeras de paz, que Josef Strauss compuso en rechazo a la sangrienta batalla de Königgrätz, en 1866, entre Prusia y el Imperio Austríaco. En la misma línea siguieron las piezas de Johann Strauss hijo La marcha egipcia, que los filarmónicos escogieron para reconocer los esfuerzos de Barenboim por promover la concordia en Oriente Medio, y Abrazaos por millones, con un mensaje pacifista.

El programa del concierto, compuesto en su mayoría por obras de la dinastía Strauss, ofreció también piezas del francés Leo Délibes, y de los austríacos Joseph Lanner y Joseph Hellmesberger, que los filarmónicos supieron interpretar con su legendaria brillantez y precisión.

Química Como cada año, el concierto fue un canto al optimismo, un ritual que cada año arranca las sonrisas de millones de espectadores de todo el mundo (el recital fue retransmitido en más de 90 países) con la interpretación de polkas como Fogoso en el amor y en la danza, de Johann Strauss hijo. La química entre la Filarmónica y Barenboim funcionó a la perfección y los registros y el humor del director argentino-israelí cautivaron desde el inicio a un público entregado.

En la segunda parte destacó especialmente la delicada interpretación con cítara del vals Cuentos de los bosques de Viena, de Johann Strauss hijo, y Música a la luz de la luna de la ópera Capriccio de Richard Strauss, a quien la Filarmónica rindió tributo por cumplirse en 2014 los 150 años de su nacimiento.

Durante la interpretación de Los Románticos de Joseph Lanner y el Pizzicato del ballet Sylvia de Leo Délibes, la realización ofreció la coreografía de cinco parejas de solistas del Ballet Estatal de Viena desde los salones barrocos del palacio de Liechtenstein. Mientras que la coreografía corrió a cargo de Ashley Page, el vestuario de los bailarines lo diseñó Vivienne Westwood, conocida por sus trabajos inspirados en la estética punk, y que no ha estado exento de polémica por su carácter innovador.

Tras el receso ofrecido con el ballet de Délibes, la obra de Josef Strauss siguió dominando hasta el final del concierto, con el vals Dynamiden y la polka Sin angustia, que siguieron con la estela optimista del concierto justo antes de los esperados El Danubio Azul y la Marcha Radetzky, acompañada por las palmas del público.