parís. El cantautor francés de origen armenio Charles Aznavour, que el próximo mayo cumplirá 90 años y defiende 80 años de carrera musical, dijo ayer haber llegado a ese momento de la vida en el que hay que empezar a contar los meses, los días y las horas que le quedan. Lo que no le impide seguir trabajando, pues reconoció en la emisora France Info que si bien abandonó definitivamente las galas que le mantenían alejado de su casa durante mucho tiempo, sigue con las cortas, de las que ofrece "cuatro o cinco al mes".

"Prevengo al público de que tiene suerte y van a escuchar mi voz como era al principio", añadió el intérprete de La Bohème, quien no olvida que en sus inicios tuvo que afrontar muy iracundas reacciones por parte del público, que le llegaba a injuriar y tirar "todo tipo de objetos". "A veces también monedas, muchas, que recogía", explicó Aznavour, convencido de que en sus comienzos, "un hombre que triunfaba debía ser, en general, rubio, con el pelo un poco rizado, ojos azules, bastante grande, delgado y con una voz a lo Julio Iglesias". "Yo no tenía el físico apropiado para el éxito, ni la voz, ni la escritura del éxito", añadió esta leyenda viva de la chanson que el pasado agosto, en Narbona, volvió a topar con la ira de una parte del público, descontento por haberle escuchado cantar demasiado poco.

Preguntado por su residencia en Suiza, justificó haberse paseado durante mucho tiempo con la prueba de que pagaba puntualmente sus impuestos en Francia. "No me exilié por razones fiscales. Hubo sobreseimiento. Lo que contaron no era cierto", pero lo que costó más caro fueron los abogados, lamentó. Agregó, no obstante, haber gastado también mucho dinero en entregas a "gentes de la política", de "todas las tendencias, izquierda, derecha y centro", que "aparentemente podían arreglar" la cuestión en caso de ganar las elecciones.