¿Qué puede llevar a una ibicenca a ambientar sus libros en el Otxandio del siglo XIX? Casi 600 kilómetros en línea recta separan la isla balear de Mallorca, donde vive, del pueblo euskaldun, pero para Helena Tur ha sido necesario recorrer esa distancia en busca de su última obra. No será la última; prepara ya su próximo novela, que estará ambientada en Durango.
¿Cómo nace su novela ‘El caso de la mujer del estanque’? ¿Por qué ambientarla en Otxandio en 1897?
—Bueno, yo estaba buscando el norte. Tengo tendencia a huir hacia allí, quizá por cansancio del Mediterráneo o por fascinación con la belleza del Mar Cantábrico. Buscaba un pueblo pequeño con unas características concretas –que no puedo revelar para no desvelar la trama– y di con un libro de Sergio del Camporazo, un restaurador de órganos. Me interesó lo que contaba sobre Otxandio. Visité el pueblo, me hice amiga de él y de su mujer. Fue como si el lugar me hubiera llamado.
¿Cómo fue tu paso por Bizkaia?
—Solo estuve en Otxandio, venía de Asturias. Me pareció más cercano a Gasteiz que a Bilbao. Es como una meseta algo apartada, que quedó aislada cuando el ferrocarril dejó de pasar por allí. Dejó de ser zona de comercio y eso hizo que se mantuviera estéticamente casi intacta en el tiempo.
Cuando visita esos lugares para ambientar sus novelas, ¿a qué suele recurrir?
—A la gente local, por supuesto, y si son historiadores o relacionados con el arte, mejor. Aunque no han inspirado personajes aún, me acompañan mucho en el proceso. Si alguien de allí me da el visto bueno, me quedo más tranquila. También me fascinó la generosidad de los vascos. Sois muy familiares y cercanos. Enseguida abrís las puertas de su casa.
¿Tiene planificados sus personajes antes de comenzar a escribir?
—No, en absoluto. Yo escribo el primer manuscrito sin escaleta, sin planificación previa. A partir de ahí descubro qué personajes sobran, cuáles aparecen tarde o deberían hacerlo antes. Escribo muchas versiones y muchas veces los personajes no tienen personalidad definida hasta que avanza la historia.
¿Cómo nace su pasión por la escritura?
—Soy hija única. No tenía con quién jugar y me pasaba el día leyendo. De ahí surgió todo. Luego estudié la carrera de Filología, así que siempre he estado rodeada de libros. Quizá podría vivir sin escribir, pero no sin leer. Eso lo tengo clarísimo.
¿Cree que la literatura que tiene relación con la soledad?
—La soledad nunca ha sido un problema para mí; al contrario, la disfruto. Soy una persona sociable, pero no temo estar sola. Durante la pandemia, si me hubieran quitado los libros, habría sido insoportable. Leer me permite vivir otras vidas, conocer personajes, empatizar, imaginar... Es una forma de evasión, aunque nunca comparable con la intensidad de una experiencia real.
En una sociedad saturada de estímulos, ¿qué papel juega la lectura hoy?
—La lectura exige un esfuerzo. Hay quien viaja sin aprender nada; lo mismo pasa con la lectura. No se trata solo de leer, sino de cómo se lee. Y la soledad –que tanto se estigmatiza hoy– es necesaria para pensar, aburrirse, ser creativo, leer...
¿Ha dejado de escribir bajo el seudónimo de Jane Kelder?
—Sí. Al principio me gustaba la idea de estar detrás de las cámaras. Era una forma de esconderme, una doble vida interesante, como algo muy típico en los hijos únicos. Pero con el tiempo lo dejé.
¿Qué nos puede decir sobre el protagonista de la obra?.
—El investigador es un guardia civil vasco, bajito y algo enclenque, al que llaman Media Hostia. Es un poco particular. Me gustaría desarrollar una serie con él como protagonista.
¿Tiene en mente más libros ambientados en Euskadi?
—Sí. El siguiente está ambientado en Durango, me enamoré de los soportales de la basílica. Y algún día caerá Lekeitio, porque el protagonista es de allí.
¿Cómo compatibiliza su papel de profesora con la escritura?
—Me cuesta escribir cuando doy clases. Necesito tiempo y espacio mental. Ahora mismo tengo una excedencia por cuidado de mis padres y eso me ha permitido hacerlo. Aun así, prefiero que mis alumnos no lo sepan. Lo bonito es cuando alguno aparece con un libro para que se lo firme.
¿Cómo se inspira?
—No creo en la inspiración. Creo más en el trabajo. Para un cozy crime parto del móvil de algún crimen y a partir de ahí se construyen los personajes. Reescribo mucho. A veces me atasco y la solución es borrar 30 o 40 páginas, volver atrás, asumir que me equivoqué. Hay que saber tachar.
¿Cómo suele organizarse para escribir?
—Soy de luz solar: madrugo y escribo mientras haya sol. En invierno hasta las 17 horas, en verano hasta las 21. Tengo un balcón donde trabajo y la luz me influye mucho. Eso sí, me interrumpen mis gatos, me fumo un cigarro en el balcón, me tomo un café... Pero mi cabeza sigue ahí. Aunque parezca que descanso, sigo dentro de la historia.
¿Tiene planes futuros?
—Sí, seguir con el cozy crime. Y cuando me jubile, me gustaría escribir una novela más filosófica. Me encanta la filosofía. Tendrá su momento.
¿Teme perder la inspiración al jubilarse? ¿Algún reto que le ilusione especialmente?
—Ideas me sobran. Lo difícil es el compromiso con una idea que no sea efímera. No soy de apuntar ideas, sino de trabajar la que me obsesiona. Lo que más me ilusiona es escribir.