GASTEIZ. Viven su presente entre Boston, Basilea y Madrid. La maleta no descansa. No quiere. El paréntesis navideño les ha devuelto a casa, a una Gasteiz a la que los tres hermanos nacidos en Mendaro les trajo después de pasar sus primeros años en Deba. Pero tampoco los días aquí están siendo tranquilos. Vuelta a la carretera para pasar, por ejemplo, la Nochebuena en Bilbao, donde reside buena parte de su familia. No es algo nuevo para ellos. La música les ha llevado por no pocos escenarios y lo que les queda por delante, puesto que Iñigo, Unai y Olatz Ruiz de Gordejuela Agirre están todavía dando los primeros pasos de una trayectoria que, eso sí, ya acumula unos cuantos premios y reconocimientos obtenidos tanto cuando han actuado juntos como por separado.

Tras pasar por las aulas del Conservatorio Jesús Guridi, donde su madre, la pianista Marta Agirre Goitia, es profesora, cada uno se ha desperdigado por el mapa para seguir con su aprendizaje en algunas de las instituciones académicas más importantes a nivel estatal e internacional. Iñigo, el mayor de los tres con 19 años, lleva ya curso y medio dejando que sus teclas se curtan en los entresijos del jazz en el Berklee College of Music (Boston, Estados Unidos). Unai, de 18, ha iniciado este 2013 que ahora termina su particular aventura en el Hochschule für Musik (Basilea, Suiza) junto a su inseparable cello. A Olatz, con 16, el violín la ha llevado, también este curso, a la Escuela Superior de Música Reina Sofía situada en Madrid.

Aquí, el hábito de los tópicos de la prensa llevaría a hablar de los hermanos virtuosos, de jóvenes promesas, de familia superdotada... "Puedes decir que somos bichos raros", sentencia con una sonrisa Iñigo. Y es que más allá de todo lo conseguido y demostrado hasta ahora, su futuro es todavía una partitura con mucho por escribir. "Hemos intentado tantas veces adivinar lo que iba a venir después para luego no acertar, que lo que tenga que pasar, pasará", apunta el pianista.

Su presente pasa por tres ciudades diferentes. En el caso de Olatz, la llegada a Madrid vino condicionada por su edad. "En teoría no puedo hacer el Grado Superior con menos de 18 años y como ya había terminado el Grado Medio, no había otra opción". Esa puerta sí se la abrieron en el conservatorio fundado por Paloma O'Shea, un centro referencial por el que han pasado músicos estatales y extranjeros que hoy son figuras de la escena internacional. "Buscas otras ideas sobre la música", dice la joven violinista, que empieza bien pronto su jornada diaria para acudir primero a las clases de Bachiller para después ir a la escuela de música hasta bien entrada cada noche. "La única vida fuera de eso que tengo son las horas que paso en la residencia", dice con cierto tono de resignación.

Encuentra la complicidad ante una agenda tan apretada en su hermano Unai. "Yo ahora tengo una época en la que todos los días tengo mi horita para otras cosas", comenta, aunque recuerda que a su llegada a Basilea lo peor vino por el idioma. "El alemán ha sido una lucha pero ahora me voy arreglando mejor", apunta el cellista, que tiene claro qué le atrae de su estancia en el Hochschule für Musik, una de las instituciones más prestigiosas de Europa en la formación musical: "conoces a gente de todas las partes del mundo y eso es brutal. Es importante encontrar un entorno que te motive, que te levante a todos los niveles porque no sólo nos formamos como músicos, también como personas".

Eso, el ambiente, compaginado con una educación de calidad, es lo que Iñigo fue buscando al Berklee College of Music, la universidad privada de música más grande del mundo. "Para mí, el hogar ya está en Boston", asegura el pianista, aunque tiene claro que la ciudad norteamericana no es el final de ningún camino, sino una etapa más. De hecho, no esconde que le gustaría volver para "aportar lo que pueda y mejorar lo que hay aquí".

esfuerzo económico Salir supone también encontrarse con otros planteamientos académicos con respecto a la cultura, y también un esfuerzo económico importante. En lo primero, Iñigo y Unai coinciden al señalar que tanto en Norteamérica como en Suiza la música es una parte importante de la educación en la escuela, al tiempo que el estudio específico de una carrera musical "está considerado de la misma forma que si haces Medicina o una ingeniería, mientras aquí es más bien un hobby". Y en eso tal vez también influyen las pocas ayudas económicas disponibles. Los tres cuentan con becas de sus respectivos centros y además, en el caso del pianista, de la Sociedad de Artistas Intérpretes o Ejecutantes de España (AIE). "El problema con las ayudas que da el Gobierno Vasco es que, para empezar, es muy poco dinero, pero es que además si te dan esa beca no te pueden dar otras. No merece la pena", apunta el mayor de los hermanos.

Aún así a ellos no parece que haya nada que pueda detenerlos. Y eso que sus primeros días en cada uno de sus respectivos destinos dieron para mucho. "Yo desembarqué allí y, claro, no conocía a nadie. Pero nunca hemos tenido una sensación de agarrarnos a nada. Así que marchar fue normal, como algo que tenía que pasar", recuerda Iñigo, mientras Unai reconoce que "antes de ir a Basilea ya sabía a lo que iba, tenía claro el profesor con el que iba a estudiar. Aunque todo sea nuevo, tienes a una persona que sabes que va a ser tu docente, con el que tienes un trato personal directo". Por su parte, Olatz describe que "no había oído hablar ni siquiera de algunas asignaturas ni que iba a poder estudiar tanto; además, a eso se unió el hecho de dejar de estudiar en euskera. Así que terminas hablando inglés y lo que caiga. Por ejemplo, mi profesor de violín me habla en ruso".

Son circunstancias de una vida unida a la música, a una expresión en la que Unai e Iñigo reconocen haber pasado etapas más restrictivas con respecto a los estilos que escuchar, "pero cuanto más te formas te das cuenta de que incluso de la cosa más simple puedes aprender", dice el pianista.

El origen Pero llegar hasta aquí no viene de la nada. Los tres empezaron en la música desde muy niños. ¿La culpable? No hay duda, su madre. "En vez de poner la tele nos llevaba al cuarto de la música. Nos dio ese juguete que es la música", comenta Iñigo, aunque ninguno de ellos oculta que hubo momentos complicados. "Imagina que a un chaval de 8 años le diga su madre a las siete de la mañana que tiene que tocar y después ir a la ikastola", rememora. "Recuerdo sufrir", "y llorar", "sí, muchas mañanas", dicen.

Pero en sus palabras no hay ni reproche ni rencor. Incluso cuando entre risas describen que fue ella quien adjudicó a dedo qué instrumento tenían que tocar. "Ella decía que los escogió porque cada uno iba con nuestras personalidades, pero no sé yo", ríe Olatz.

"A veces te pasa que tienes un problema burocrático, le llamas a ama y está como una secretaria. En la puerta del salón hay una lista con las cosas de cada uno", explica Iñigo, a lo que Unai añade: "es infalible, no se le escapa nada. Le llamas y antes de descolgar ya sabes que lo va a arreglar. Puede con todo". Así empezaron a trabajar un mañana, "y las hemos tenido de todos los colores", según la violinista. "Siempre ha habido guerra, pero a la hora de tocar siempre he sentido una gran seguridad con ellos. Aunque Olatz me rompa un arco o alguno se vaya del ensayo...", dice Iñigo.

Entre los tres, además, han conseguido armar una larga lista de reconocimientos que, sin embargo, ellos ponen en su sitio. Los premios están bien, igual que los halagos, pero ya está. "La satisfacción es algo que te labras día a día, no golpes de éxito de una tarde", sentencia el cellista.

Unai volverá a Suiza para el día 6. Olatz hará lo propio en Madrid para el 8 e Iñigo cruzará el Atlántico para estar en Boston el 17. Regresarán, por tanto, a contactar entre ellos vía Skype "aunque Olatz no se pone mucho", ríen sus hermanos. Será el momento de retomar la marcha intentando no olvidar el gusto de Iñigo por ir al monte, las ganas de estar un poco tranquilo para pensar de Unai y el poder buscar un hueco para que la violinista esté con las amigas. "Es como esa frase en euskera que dice que en el monte que te gusta no hay cuestas. Sí, es mucho trabajo y esfuerzo, pero es que es algo que queremos hacer", concluye el pianista.