Bilbao
El pintor, dibujante y fotógrafo Nikolas Lekuona (Ordizia, 1913) apenas vivió 23 años, un corto período que fue suficiente para dejar tras de sí un prolífico legado. El próximo mes de diciembre se cumplen cien años de su nacimiento, pero lo cierto es que pasó prácticamente inadvertido hasta 1979; fue entonces cuando su familia consiguió realizar varias exposiciones conmemorativas en ciudades vascas, con el fin de redescubrirlo. A día de hoy "es muy valorado, sobre todo, entre los artistas y críticos implicados en el arte más actual", señala Adelina Moya, historiadora de arte, responsable de ordenar y catalogar la obra del creador vanguardista en dos volúmenes que vieron la luz entre 1982 y 1983.
Desde muy joven, Lekuona desarrolló un profundo interés por la fotografía y el dibujo, disciplinas que lo indujeron a ingresar en la Escuela de Artes y Oficios de Donostia en 1932. La cercanía de la capital guipuzcoana con Francia propició que los círculos artísticos de la ciudad se impregnasen de las nuevas vanguardias de la época. El cubismo, el dadaísmo o el surrealismo no fueron movimientos desconocidos para los artistas vascos. "Cuando Lekuona comenzó a aparecer en el escenario artístico guipuzcoano era el momento inicial de la II República española, y un momento interesante para las personas (escritores, artistas, intelectuales, profesores etc.) que estaban realmente interesados por el arte moderno, o por los beneficios que un mayor desarrollo cultural podía producir", explica Moya.
El artista ordiziarra participó activamente en la exploración de nuevas vías creativas e incluso llegó a familiarizarse con las enseñanzas de la Escuela de la Bauhaus.
La obra de Lekuona "destaca por lo avanzado de su conocimiento respecto a los nuevos movimientos de las vanguardias históricas. Pero también por el talento con que él supo adaptarlo a su modo de expresión", comenta la historiadora de arte. El creador guipuzcoano estuvo influenciado -mediante todo tipo de publicaciones, conferencias, exposiciones y proyecciones- por las corrientes artísticas más actuales y las aplicó a las múltiples disciplinas que desarrolló: fotografías y fotomontajes, dibujos, pinturas, carteles publicitarios o representaciones arquitectónicas. Destacan entre todos los fotomontajes, en los que incluía dibujos realizados por él y fotografías elaboradas con diversos materiales. Desde paisajes vascos a retratos de familia, las temáticas representadas por el artista fueron variadas; aunque sí que mostró fijación especial por la fisonomía femenina, a la que dedicó una parte importante de sus creaciones a través de referencias líricas.
En palabras de Moya, "hacía sus propias síntesis de lo que conocía de la llamada Nueva Fotografía, de lo que conocía de distintos artistas surrealistas, pero también se interesaba por la arquitectura moderna y por el cine; lo que en su tiempo interesaba como más representativo de las transformaciones que se estaban produciendo". Quizás por eso, no se conformó con indagar en las artes plásticas, sino que "leía mucha literatura, poesía, filosofía, ensayo, y se movía en el mundo de otros artistas jóvenes, como Jorge Oteiza".
legado importante La primera exposición de Lekuona fue en su pueblo natal, en 1932, donde consiguió mostrar su trabajo junto a otros artistas vascos. Ese mismo año se mudó a Madrid para continuar con sus estudios en la Escuela de Aparejadores. En los tres años siguientes, el creador ordiziarra amplió su círculo de amistades y tuvo oportunidad de relacionarse con otros artistas que compartían sus inquietudes mientras participaba en la actividad cultural madrileña. Quienes fueron "amigos suyos o vivieron con él han hablado de cómo se movía por el Madrid de las tertulias y fiestas del Círculo de Bellas Artes; de cómo decoraba su habitación con un maniquí, máscaras, etc. Y de su actitud hacia el momento mágico que pudiese capturar con la cámara", señala Adelina Moya. Tras finalizar sus estudios en 1935, Lekuona volvió a Donostia, donde comenzó a trabajar con el arquitecto Florentino Morocoa, compaginando dicha ocupación con sus proyectos personales. Según la historiadora de arte, en lo que respecta a su talante, los hermanos del artista aseguran que "era un joven alegre, muy interesado por la educación infantil y, sobre todo, feliz cuando trabajaba en lo suyo, que era el arte".
Sin embargo, su vida se truncó demasiado pronto. Tras la caída de Gipuzkoa, el artista fue movilizado por los nacionales y murió en un bombardeo en la localidad vizcaina de Fruiz, el 11 de junio de 1937.
"Especular con lo que hubiese podido ser Lekuona si hubiese vivido muchos años no me parece tan importante como pensar en el valor real de una obra tan interesante realizada por alguien que murió sin haber cumplido 24 años, y apoyar o defender su aportación", reflexiona la investigadora. Conscientes de la importancia de la obra de Lekuona, son varias las pinacotecas vascas que poseen piezas suyas (el Museo de Bellas Artes de Bilbao, el Artium o el Museo de San Telmo). No obstante, el interés acerca del pintor guipuzcoano ha trascendido las fronteras vascas. "El Museo Reina Sofía, por ejemplo, tiene una pintura de Lekuona en la línea de La Escuela de Vallecas expuesta permanentemente, junto a obras del escultor Alberto Sánchez, Benjamín Palencia y Maruja Mallo", explica la investigadora.
En ese sentido, Moya recalca también los guiños realizados a la obra de Lekuona por artistas jóvenes y reconocidos como Asier Mendizabal, quien ha elaborado "una serie de fotomontajes que traen a Lekuona a nuestro tiempo, o lo actualizan". A pesar de dichos reconocimientos, la historiadora muestra su recelo sobre lo que ocurrirá en un futuro con el legado fotográfico del ordiziarra: "Pienso que se debería intentar reunir un conjunto de su obra lo más representativo posible, junto con otras obras de la vanguardia vasca de los años treinta".