EN la mayoría de los cuadros de Javier Riaño (Bilbao, 1959), se percibe el mismo reflejo. "Es el de la ventana de mi estudio. Me levanto siempre muy pronto, antes de las siete de la mañana, y me pongo a pintar delante de esta cristalera. Me gusta trabajar con luz natural, con la luz del norte. Es la más homogénea, no hay variación, no hay sol. Básicamente, me interesa la esencia de la luz", confiesa este pintor bilbaino, que hace tres años tomó una valiente decisión al dejar el espacio BilbaoArte, que había dirigido desde su apertura en 1998, para dedicarse plenamente a lo que realmente le apasiona: "Pintar, es lo que más me gusta. De hecho, cuando no puedo hacerlo en dos semanas por cuestiones de trabajo, me bloqueo, hasta me cambia el carácter. Necesito pintar tanto como respirar".

Javier Riaño emergió en el contexto artístico del País Vasco de los años 80 dentro de una corriente de pintores que desarrollaban una obra figurativa-realista que hacía de las arquitecturas industriales, de los edificios en ruinas y de los callejones oscuros de la ciudad de Bilbao el motivo principal de su obra. Cuidaba cada detalle del cuadro y trabajaba lentamente, con minuciosidad. Desde entonces, su obra ha evolucionado mucho. Su pincelada se ha hecho más suelta y se deja llevar por las sensaciones, por su deseo de plasmar el color en naturalezas, arquitecturas, e incluso en las figuras humanas, con las que nunca había trabajado hasta este momento. "Estoy metiendo color poco a poco; hace años era muy monocromático, trabajaba con tierras y gamas de grises, que aún siendo difícil, me resultaban más sencillas. Ahora, me cuesta más, tengo que hacer más pruebas, dar una pequeña capa, dejar que respire, dar capas hasta conseguir los tonos que quiero". Y prueba de ello, Riaño va desplegando en el suelo varios cuadros de gran formato del Jardín Botánico de Madrid, que el pintor llevó al lienzo tras la exposición que presentó en febrero de 2012 en la galería Ansorena de esta ciudad. "Pasaba horas y horas en los jardines dibujando bocetos en pequeños cuadernos de dibujo, que llevo siempre conmigo a todas las partes. Luego, llegué a mi estudio en Bilbao y comencé la creación de estas obras de gran formato, en algunas de las cuales se une la naturaleza con la arquitectura. Los previos para mí son muy importantes: el dibujo sobre papel, las tintas, el estudio... Cuando comienzo el cuadro, suelo tenerlo muy claro, aunque tengo que reconocer que luego hay algunos que te sorprenden, te van superando. En alguna ocasión, he tenido que abortar, abandonar alguna obra".

Son óleos sobre lienzos donde el pincel del artista parece describir de forma sublime los detalles - porque Javier Riaño ha sido toda la vida un buen dibujante-, pero que, con una mirada más serena, se descubre que tras esa realidad tan aparente se esconde un mundo de misterios. En su última serie, una modelo posa para él durante diferentes momentos del día, una figura que parece nítida, pero sus rasgos ocultan su identidad; sus silenciosos paisajes envuelven al espectador y le sobrecogen...

La mayoría de sus obras son de gran formato "porque el tamaño de mi estudio afortunadamente me lo permite. Al principio, era un estudio-vivienda, ahora poco a poco las obras han ido devorando los muebles hasta que prácticamente no queda más que una cama", explica Riaño que ocupa un luminoso y amplio espacio en pleno centro de Bilbao desde hace más de 14 años.

pintor de tiempo completo A Javier Riaño se le ve contento, satisfecho. "Cuando dirigía BilbaoArte pude realizar varias exposiciones, pero era pintor de fin de semana. Llegaba el viernes a la tarde y desaparecía, no veía la hora de volver a mi estudio para coger el pincel. Me pasaba toda la noche trabajando, acabando algunos cuadros... Durante la semana, pintaba un poco, aunque no lo que me hubiera gustado, porque me servía para mantenerme psicológicamente bien. La gestión del espacio de arte curiosamente me mató artísticamente. Cuando empecé el proyecto de BilbaoArte me propuse estar tres años y luego dedicarme a lo mío; al final, permanecí catorce. De todos modos, me quedo con un montón de cosas positivas de mi paso por este espacio bilbaino, he conocido a artistas y amistades muy interesantes que perdurarán en el tiempo".

Desde entonces, Javier Riaño ha expuesto en la Fundación Gabarron en Nueva York, en México, en Madrid... "Lo de Nueva York era una exposición de imagen, no estaba pensada para vender nada porque es una fundación sin ánimo de lucro. Pero, me sorprendió el gran interés que despertó, nunca me lo hubiera imaginado", asegura Riaño, que obtuvo unas críticas estupendas con sus obras en la Gran Manzana. Luego sus obras se trasladaron a México DF, donde ha expuesto en el Centro Fox junto a Gorka Larrañaga.

Y más recientemente presentó una selección de sus trabajos en la galería Ansorena de Madrid, con la que sigue trabajando en la actualidad. Algunas de las obras que está ultimando también viajarán a México. "Me siguen pidiendo obras para vender. Soy consciente de que son malos tiempos para volver a la pintura. Pero, la verdad, no me puedo quejar. Soy un trabajador de la pintura y voy vendiendo, lo que en esta época es casi un milagro. En estos momentos, estamos viviendo una crisis que influye en todos los sectores, pero si otros panoramas laborales lo tienen mal, el mundo de la cultura lo tiene fatal", señala categóricamente Riaño.

El artista bilbaino cree que "es precisamente ahora cuando las instituciones tienen que echar una mano para que el mundo del arte logre sobrevivir a esta crisis tan brutal. Las ventas son mínimas, se regatea, se bajan los precios... Los costes de mantenimiento de un estudio para un creador son muy altos. Ahora es cuando más becas y esfuerzo social se necesitan, porque si algo queda en un futuro a la sociedad es el arte, la arquitectura, la literatura, el cine... Hay una problemática social muy fuerte, pero dejar a una sociedad sin arte es amputarla".