Bilbao. Quizá para hacer frente a las inclemencias meteorológicas, el Museo de Bellas Artes de Bilbao se vistió ayer de bronce y acero inoxidable. El escultor Vicente Larrea (Bilbao, 1934) presentó en la pinacoteca bilbaina las siete esculturas que acaba de donar para la colección de la sala 32, dedicada a la escultura vasca de la posguerra.
Con la donación de estas piezas, el museo bilbaino completa la más importante colección pública de esta temática, compuesta por 66 obras de Chillida, Oteiza, Nestor Basterretxea, Remigio Mendiburu y el propio Larrea, tal y como destacó el director del Bellas Artes, Javier Viar.
Por su parte, la diputada foral de Cultura, Josune Ariztondo, presente en la presentación de estas obras, subrayó que se trata de "una generosa aportación que dota al museo, a la ciudadanía y al patrimonio artístico e histórico de nuestro país, de una importante muestra de arte vasco".
Las siete esculturas donadas, fechadas entre 1967 y 2002, son piezas de mediano tamaño procedentes de la colección propia de Larrea, y están valoradas en 645.000 euros, según informaron fuentes del museo. Salvo una escultura en acero inoxidable (Proyecto para una cárcel deshabitada, 1969), el resto están realizadas en bronce.
La mayoría de las piezas son estudios de esculturas de gran tamaño que están expuestas en lugares públicos de Bizkaia. Por citar un ejemplo, la obra Dodekathlos -que forma parte de esta colección de escultura vasca desde 2003- tiene su versión de gran tamaño junto al Palacio Euskalduna de Bilbao. Larrea quiso homenajear con esta escultura a los atletas que realizaban las doce pruebas del dodecatlón y también a los trabajadores del astillero Euskalduna.
"Las obras de preparación y su versión definitiva son ejemplo de los materiales preferentes del artista, el hierro y el bronce, ambos en fundición", puntualizaron desde la pinacoteca bilbaina.
El conjunto se muestra desde ayer en la sala 32 del museo, acompañado de otras cuatro piezas del mismo autor que ya pertenecían a la colección: Homenaje a Kirikiño (1966), Formas concéntricas (1968), Cepa 2 (1967) y la citada Dodekathlos (1997-1998). Estas dos últimas obras también fueron donadas por Larrea.
Evolución En las siete esculturas se puede apreciar la trayectoria del artista, desde sus inicios en escultura constructiva y geométrica hace más de 40 años, hasta alcanzar en sus últimas obras "un estilo basado en una lámina continua, de espesor variable, que fluye a un ritmo ondulante y barroco".
Esta evolución se plasma en las esculturas Espacio para una vida I y Formas concéntricas, ambas realizadas en 1967. Larrea explicó que se trata de sus dos primeras obras no figurativas, en las que unas esferas superpuestas e inacabadas "envuelven el aire". El mismo concepto, pero en líneas rectas, se puede observar en Proyecto para una cárcel deshabitada, de 1969, donde el acero inoxidable forma un espacio vacío, "porque la cárcel tiene que estar desocupada", aclaró el artista.
En cuanto a las tres obras Achúcarro, Alzola y Hoffmeyer, Churruca y Bastida, son maquetas en bronce para las piezas homónimas y en mayor tamaño que, entre 2003 y 2004, se situaron en la plaza San José de Bilbao, "y que constituyen un homenaje a los ingenieros, urbanistas y arquitectos que contribuyeron a la definición urbanística de la ciudad", precisaron desde el Museo de Bellas Artes.
Las tres piezas muestran la penúltima tendencia del artista, con esculturas cada vez más cerradas hasta esconder el interior. Si antes era el espacio interior lo dominante, ahora es el material -bronce o hierro- el que comprime el aire mediante pliegues, dejando un interior en sombra que apenas se ve. "Las retuerzo porque me cuesta mucho terminarlas", comentó el artista sobre estas obras. Como la evolución no se detiene, añadió que ahora ha vuelto a realizar esculturas "mucho más abiertas".
Con todo, Larrea aún echa en falta algunas obras de su época intermedia, "pero a lo mejor van llegando", avanzó.
Exhuberancia Según recoge el director del museo Javier Viar en su Guía de artistas vascos (Museo de Bellas Artes de Bilbao, 2008), Larrea forma parte de una generación -junto a Mendiburu y Balerdi-, que dentro del arte vasco abstracto "se caracterizó por su interés por las apariencias y las descripciones naturales, y por la exhuberancia de las formas y la intensidad de la expresión".