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El vaivén de la mirada

obtener fotografías no es disparar a todo lo que hay delante, sino pensar un proyecto, tener ideas, saber qué captar y cómo disponerlo. Es, en esencia, lo que el autor gallego Vari Caramés (1953) viene haciendo desde sus comienzos en los ochenta. Una trayectoria que se recoge en la Sala Rekalde de Bilbao. La muestra puede verse hasta el 8 de julio. Se titula Ritmo mareiro (Ritmo del mar) y cada serie temática se presenta con unas breves pero clarificadoras frases introductorias.

Tiene sensibilidad pictoricista, fija rincones con desenfoques y muestra ángulos en los que no siempre es posible saber qué esconden. Comienza en el blanco y negro y realiza virados sepias que subrayan la sensación de misterio que evoca cada pieza. Los encuadres son próximos y no se circunscriben a las grandes distancias sino a unos planos que dejan percibir sólo una parte del lugar. Las imágenes son de tamaño pequeño y obligan a acercarse con una relación de íntima cercanía. Un descubrimiento humilde y sincero que es como un susurro. En ocasiones, la exposición temporal es prolongada, mientras que en otras suena el tic de lo momentáneo. Aunque trabaje en la línea de otros significados fotógrafos, en la noche coruñesa es consciente de evocar al París de Brassai. Una primera parte en la que ofrece también el viaje a la humedad pétrea de Compostela, el romántico despertar de los Castelos de Galicia, la emergencia de la movida viguesa o una sugerente perspectiva del mundo animal.

Avanzada la década de los noventa, surge el color. Las obras son de mayor tamaño y muchas se distancian de aquello que captan sin perder la cualidad de la confesión del yo lo vi y así lo viví. Los tonos son desvaídos como los que han sufrido un desgaste por su exposición al sol o aquellos que van perdiendo luminosidad con el paso del tiempo. Algunas obras se objetualizan, eliminan la frontera del cristal y son montadas sobre soportes que sobresalen de la pared. Una pluralidad en la que convive la inestabilidad visual de objetos sumergidos o de cuerpos en el interior del agua. Con el tema de Tránsitos genera atentos diálogos entre representaciones, así como entre lo que se percibe y lo que está borroso. También hace un homenaje a la infancia mostrando columpios y otros elementos para el juego, cuyos fragmentos cortados y faltas de nitidez tienen cualidades abstractizantes.

Caramés acepta la cercanía de las cosas para congelar instantes cotidianos y celebrar el paso del tiempo con calma y sin los agobios de las prisas. Genera paradojas y acerca dualidades que son capaces de propiciar sensaciones evanescentes y el vaivén de la mirada entre lo real y su percepción interior.