bilbao
COMO el sistema del arte está en manos de comisarios y gestores institucionales, se necesitan alternativas cuyos únicos intereses sean artísticos. Iniciativas como Haz en la que participan Manu Uranga (1980), Lorea Alfaro (1982), David Martínez (1984) y Jon Otamendi (1978), quienes han habilitado un espacio en la calle Fontecha y Salazar nº 3 y lo han convertido en taller y ámbito expositivo. La actividad está llegando a su fin: dio comienzo hace seis meses y termina el próximo 15 de abril. Una ocasión para ver sus obras y de conocer sin intermediarios cuáles son las ideas y los propósitos que les guían.
Si bien la divulgación cultural está dominada más por los nombres que por las obras que se están haciendo, su trabajo merece mayor atención social. El seguimiento de lo que surge fuera del medio habitual y en los márgenes de lo establecido, ni siquiera lo hacen aquéllos que por su puesto tienen la obligación de informarse. Existen tantos puntos de atención institucionales que son éstos los que atraen, en detrimento de la mirada propia que se está forjando. Un contexto que está necesitado de abrirse a la confrontación de ideas.
La primera exposición terminó el pasado viernes. Reunía un importante conjunto de cinco audiovisuales, así como un par de fotografías, tres esculturas e impresiones fotográficas en papel y sobre chapa de acero.
Intensidad Se trata de un itinerario por una diversidad cargada de consciente intensidad. En los vídeos de los cuatro la percepción resulta incompleta y siempre en espacios dominados por la penumbra y la oscuridad. De la memoria que documenta un concierto de Amy Winehouse a unas acciones performativas, universo metafórico y fragmentado, habitado de sospechas y negadores de toda evidente certeza. Mientras que las fotografías de Alfaro ofrecen una mirada lateral a cuerpos de espaldas, las imágenes de Martínez remiten a acciones grabadas y ofrecen el contrapunto de la convulsa belleza de protestas radicales.
Los trabajos tridimensionales hablan de territorialidad y se relacionan con el lugar. En la obra de Martínez, Erizo checo, tres versiones, los elementos son disuasorios y de control, como los que se colocan para impedir el paso y en el cierre de caminos y carreteras. Hecha de superposiciones, Fontecha 3 de Otamendi tiene un frágil equilibrio y se sitúa en vertical junto a un misterioso audiovisual que contiene el pertinaz eco de una pelota de goma. Y Cerco, la instalación de Uranga, plantea el cierre de un espacio alrededor de una columna y junto a una alcantarilla abierta, mientras una cámara emite en tiempo real lo que ocurre en su interior.
También se ha producido la intervención del músico alemán Alexander Bruck, una propuesta de Mikel García dirigida escénicamente por Elena Aitzkoa. A su vez, Sahatsa Jáuregi confeccionó un buen cartel y Ander Lauzirika hizo un interesante fotografía de la inauguración, una piedra convertida en pelota arrojadiza. Colaboraciones que se prolongan en textos como el de Txemi García Mediero que hace una presentación de la zona, así como por los trabajos documentales de los dibujos de Raúl Domínguez y la filmación expositiva de Cristian Villacencio. En la actualidad el espacio está ocupado por catorce pinturas de la navarra Lorea Alfaro. Están colgadas en medio de la sala y han sido hechas en los últimos años entre China y Bilbao. Pintadas por los dos lados, pierden la diferencia que habitualmente existe entre delante y detrás. La colocación proporciona que no puedan verse individualmente, sino formando parte de un conjunto. Cada mirada está vinculada con el contraste y la matización. Siempre hay detrás otra u otras piezas y se crea la sorpresa del trasvase.
tensión Desde la tensión de lo que es inabarcable, son abstracciones que en la línea de la magia de Mark Rothko asumen el encuentro desvaído de cambios tonales que funcionan de modo monocromático o se disponen en composiciones de bandas verticales o estructuras diagonales. Algunas obras sirvieron en origen como fondo fotográfico para el retrato de personas. Ahora se muestran exentas, sin nada delante y como auténticas protagonistas, valorando la importancia de lo que suele quedar fuera de la máxima atención. El proceso de restar recuerda al que digitalmente realizó José Manuel Ballester, quien elimina las figuras de algunos de los cuadros más importantes de la historia del arte. Planteamiento en el campo de la imagen digital que aquí se explicita en el medio pictórico. Tampoco los telones los pinta nadie ajeno sino la propia autora. Fondo que remite a la espiritualidad del arte en el que la desmaterialización formal se desliza exquisitamente hacia la esencia de los recuerdos y las asociaciones que Alfaro sitúa en la recuperación de ciertos mundos vividos.