bilbao
LA apertura de un nuevo espacio de exposiciones siempre es una noticia importante y con no pocos interrogantes. Su inauguración supone la presentación de la obra de tres profesores de la facultad de Bellas Artes. Una propuesta plural en torno a la pintura y la figuración. Más allá de intereses personales y gustos estéticos, confrontación de estrategias diferentes.
La pintura de David García establece un diálogo entre el orden del sistema y la individualidad de cada trabajo. Todos los retratos tienen el mismo formato, luces semejantes y similar disposición icónica. Se trata en todos los casos de bustos sobre fondos claros, uniformemente intemporales y sin otra cosa que leves y matizadas sombras. Los matices de los rostros se convierten en manchas que no sólo singularizan el parecido sino ponen el acento pictórico de una síntesis constructiva cuyo origen se sitúa en Paul Cézanne. Las cabezas están rectas, miran al frente y en la mayoría de los casos tienen los ojos abiertos. Una mirada lacónica que se oculta en otras piezas a las que dota de una expresividad más intensa y enigmática. La estructura compositiva y el planteamiento serial recuerdan a la estrategia de las instantáneas de Thomas Ruff, cuyo minimalismo objetual parte de la noción documental de la foto carnet. En cualquier caso, la cara como sello distintivo de autenticidad y el reconocimiento de una identidad.
El universo es algo apagado y grisáceo en la pintura realista de Iñaki Bilbao propiciando sensaciones enigmáticas. Los cuatro panoramas son bien distintos y tienen luces diferentes. Desde el panorama extasiado de la naturaleza hasta el romántico escenario de una arquitectura religiosa en descomposición. Del contraluz en el núcleo fabril de Altos Hornos a la artificial iluminación nocturna de una calle en un ámbito sereno y apacible. Todos los tipos de paisaje son alegorías que están invadidas por un piano de cola que se sitúa en primer plano. Efecto de extrañamiento cuyas narrativas abiertas y evocadoras se acompañan de detalles como un graffiti o el letrero de un hotel. Las paradójicas e inhabituales conjunciones generan perturbaciones y promueven diversas sinestesias. Ofrecen, asimismo, el paralelismo existente entre un icono propio de la élite cultural y un lugar cotidiano que proviene del trabajo y el esfuerzo humano. Instantes atrapados de un itinerario cuyas estaciones son proyecciones de otras tantas secretas e inesperadas vivencias.
Fito Ramírez-Escudero lleva a cabo un trabajo plástico tenso y dinámico. Pone la materia en movimiento sobre el plano de superficie y crea una trama compleja de texturas y direcciones cromáticas cuyos fogonazos lumínicos conforman la escena de una manera distorsionada y existencialmente trágica. De la materia emerge el eco de un rostro, la huella de un perfil o un secreto retrato que parece estar atrapado en la vorágine, siendo embebido por los colores. Un trabajo que nace de una necesidad impulsiva. La energía y el pulso al proceso. Un modo de sumergirse en lo más íntimo. La manera de filtrar lo instintivo e incluso de encontrar al oculto y soterrado subconsciente. El desafío del encuentro. Una puesta en relación de la pulsión del momento con el recuerdo y el saber acumulado. La experiencia de la pintura y su camino de conocimiento. Work in progress que no termina nunca y va ocultando posos de sentimiento y emoción. Mientras subyace la vía corrosiva del paso del tiempo, el instante atrapado de la lucha. Consigo mismo y con la pintura.
En los tres casos, visiones distintas, nada de extravagancias ni elucubraciones conceptuales. Tampoco una conciencia crítica, sino una total confianza en los medios pictóricos. Desde el sereno gozo de un auténtico diálogo con los rostros ajenos, hasta el secreto de los escenarios extrañados de cada día y la inesperada asunción del magma pictórico. Como se viene a decir en el catálogo, una selección de lo mejor que saben hacer.