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artista del alambre, especialista en remar contra corriente y músico capaz de dotar de estilo propio al mundo del rock, el tango, la rumba o el bolero, Andrés Calamaro, líder de Los Rodríguez en los 90, ha publicado esta semana su 17º disco, On the rock (Wea), que, a pesar de su nombre, dista mucho de ser un disco de rock. Al menos no únicamente de rock con guitarras poderosas y sucias. También suenan flamenco, rap, boleros, country... La gira de presentación, en el que colaboran El Langui, Pereza, El Cigala y Calle 13, entre otros, se iniciará precisamente en el Kursaal donostiarra, el 4 de septiembre, y recalará el 11 del mismo mes, en el RockStar Live de Barakaldo. Las entradas están a la venta.

Calamaro es un artista instintivo, de esos que se dejan llevar. Parece hacer lo que quiere a cada momento. O lo que le exige el cuerpo. Sin barreras. Ni estilísticas, ni comerciales. Y aunque los resultados no siempre son redondos debido a su elevada productividad estajanovista, ha dejado ya varias obras maestras, con Honestidad brutal como faro creativo propio y del rock en castellano de las dos últimas décadas. Su disco nuevo, Calamaro on the rock, toma el relevo de La lengua popular, su último trabajo con canciones nuevas, editado hace algo más de dos años, aunque por el camino hay que destacar Andrés. Obras incompletas, una caja antológica con 6 discos, repletos de inéditos, y 2 Dvd, que buscaba "unir las partes del espejo" que sus desvaríos químicos y sus dolores de amor rompieron hace años.

Si de esa caja Calamaro hablaba como de un espejo que mostraba "una década épica, con el apogeo y la épica del rock and roll", en sus canciones nuevas se muestra más humilde. De hecho, su aureola mística se difumina en el trabajo de los músicos que le acompañan, no sólo el de sus múltiples y reputadas colaboraciones, sino de su banda, capitaneada por la sección rítmica que forman el bajista Candy Caramelo y el batería José Niño Bruno, y las guitarras que aportan Julián Kanevsky y Diego García. "Entre todos encontramos el origen, el sentido y el destino de este disco. Quería involucrar a todos en el proceso", según Calamaro, para quien "la combinación entre arte y amigos sólo se puede celebrar".

Aunque Calamaro on the rock no es un disco de rock incluye algunas de las canciones más rudas, eléctricas y fieras de su carrera, como Me envenenaste, El pasodoble de los amigos ausentes, el casi punkarra Flor de samurai y el airado El perro, con ecos de himno futbolero incluido y riffs cercanos al hard rock. También está muy presente su gusto por la simplicidad rítmica de los Stones en cortes como el single, Todos se van, y ese Los divinos donde los Pereza, Rubén y Leiva, con sus voces y coros, hacen flotar los efluvios acústicos y camperos de su último disco, Aviones.

Pero hay mucho más. En este caso, Calamaro huye de sus trabajos de corte monográfico y se confirma como un alquimista de las canciones, independientemente de los estilos. Por ello, abre el Cd con Barcos, donde Diego El Cigala -"extraños pero hermanos", canta- aporta su saber flamenco a un corte que acaba sonando a rumba rock con la aportación de Niño Josele. Y la trompeta de Jerry González, con aportación del dúo Calle 13, dibuja efluvios negroides en Insoportablemente cruel, que oscila entre el funk, el jazz y r&b.

El gran Vicentico, ex cantante de Fabulosos Cadillacs, a quien Andrés homenajea en el Cd adicional de 6 canciones con una versión estremecedora de Vasos vacíos, aporta aires de ska rumba a Tres Marías. El buen amigo Enrique Bunbury comparte ranchera country en Te solté la rienda, guiño a José Alfredo Jiménez, y cierra colaboraciones El Langui con su rapeado -"confieso esa debilidad", cantan- en Te extraño. "A El Langui le conocí la noche antes de grabar, y cuando llevaba escuchándolo una hora me quedé con la boca abierta porque derrocha energía y es un ejemplo maravilloso", confiesa.

Genio y figura, Calamaro, que dice haber elegido el título del álbum porque sería el nombre que pondría a su barco, si lo tuviera, escribe con finura, cuando quiere. Como cuando es capaz de comparar los barcos con la amistad, "se compromete o se oxida con los años"; se dedica a lanzar dardos y reproches, como en Insoportablemente cruel; o le canta al amor y a la amistad, y a la dolorosa ausencia. En otras ocasiones, en las que remite a su ya lejano pasado "en pedo", cuando estaba más "empastillado" que el doctor House, se vuelve críptico y retorcido, caso de Gomontonera o La flor de samurai, o, sencillamente, ataca vitriólico contra su país, Argentina, "antes un bizcochuelo, ahora sos gelatina".