HAY lugares que sobreviven, como huellas de un gigante, al paso de los años y los tiempos perdidos. Son emblemas de un pasado que está presente. Ya el viejo bardo y dramaturgo inglés, William Shakespeare, nos lo advirtió con su proverbial clarividencia: el pasado es un prólogo. ¿Volverán los viejos tiempos? No parece que ese ayer tenga un mañana pero la ciudad se resiste a enterrarlo. Así, aquella escultura de un tigre de hormigón esculpido por el escultor Javier Lucarini en 1942 para la empresa Correas el Tigre en la Ribera de Deusto; la grúa Carola que, con sus pies de cigüeña, era utilizada en la construcción de embarcaciones para los astilleros Euskalduna (el nombre, lo habrán escuchado, procede de uno de aquellos botes de pasaje de la Misericordia que usaba una mujer a diario. Su gran belleza era piropeada continuamente por los trabajadores de Euskalduna, hasta el punto de que bautizaron la grúa con dicho nombre...); la fachada principal y la fachada trasera del viejo Depósito franco del muelle de Uribitarte o la chimenea de la fábrica Echevarría, un hito que recuerda la prehistoria industrial de Bilbao, como si fuese un viejo dolmen en pie, testimonio de la fábrica que tanto peso tuvo en la ciudad.

Allá donde nacían los humos llamados a enredarse con los cielos de Bilbao (la vieja txapela negra, recordarán...) hoy respira un pulmón verde que oxigena la ciudad. Es una suerte de justiprecio medioambiental pero no sería justo achacar a la antigua fábrica de Echevarría los venenos sin recordar el peso y la trascendencia que tuvo en Bilbao. Crucificar aquel floreciente pasado sería pecado de desmemoria. Como también puede considerarse un error de hoy no potenciar el elevado enclave como atalaya desde la que otear el horizonte de la ciudad. No en vano, aunque el lugar no está explotado como mirador turístico, sin duda es uno de los mejores lugares para contemplar la villa desde lo alto. Por algo la marca de refrescos Big cola, una de las empresas más importante de bebidas gaseosas de América Latina, eligió este emplazamiento como escenario principal para su spot publicitario del 2014.

Antes de que la fábrica diese allí con sus huesos cuentan los viejos cronicones que aquella tierra descampada era conocida como campo de Cruce Verde, donde comenzó jugando el Begoña. En 1878 José Echevarria y sus hijos Federico y José adquirieron el caserío Rekalde y sus terrenos, en tierras de Begoña, muy cerca de donde estuvo el convento de San Agustín (en 1833, con motivo de la Primera Guerra Carlista los carlistas se acuartelaron en el convento desde donde llevaron a cabo el sitio de Bilbao. Tras estos eventos bélicos sólo quedaron en pie unas ruinas, y el solar fue expropiado por el concejo bilbaino que, en 1863, mandó construir un edificio para que albergara el ayuntamiento de Bilbao...) y situados en un desnivel próximo a la Basílica.

Tras vender la parte más baja de dichos terrenos a la Fábrica Municipal de Gas y adquirir otros colindantes la familia inició la construcción de un modesto taller de laminación y estampación de hojalata, ampliado después para la fabricación de calderería y baños galvanizados. Hacia 1885, Federico y José Echevarría Rotaeche, asociados en la compañía Echevarría Hermanos, se hicieron cargo de los negocios industriales de su padre (que falleció en 1896). Pero muy pronto, Federico Echevarría emprendería nuevos proyectos. Así, junto con Juan de Zuricalday, compró, en nombre de Echevarría Hermanos, nuevos terrenos y, tras una ampliación de la fábrica de Rekalde, comenzaría en 1886 la fabricación mecánica de clavos de herrar, que comercializaría a todo el mundo. En 1894, como propietario de la fábrica de Rekalde, suscribió con Frederick Siemens el contrato de colaboración técnica que le permitió instalar el primer horno de acero Siemens montado en España, además de varios trenes de laminación. Desde el núcleo original de la fábrica fue ampliando sus terrenos hasta llegar hasta el límite del Cementerio de Mallona. En los tiempos de a Primera Guerra Mundial patentó los aceros HEVA, primeros aceros especiales del Estado.

Los casi 23000 metros cuadrados de los terrenos Rekalde comenzaban a ser insuficientes, por lo que Echevarria adquirió las fábricas de alambres Santa Ana en Castrejana y la Fundición de hierro de Santa Águeda. En 1963 ya se hacía imposible trabajar en este espacio que era totalmente insuficiente, así que decidieron su traslado a Basauri.

A partir de 1980, en pleno estallido de la reconversión industrial, ya no hubo actividad y siete años más tarde, siendo alcalde de Bilbao José María Gorordo, el consistorio bilbaino compró estos terrenos que, tiempo después, pasarían a ser como se dijo anteriormente, uno de los pulmones de Bilbao. La chimenea que se encuentra y da nombre al Parque Etxebarria es la única superviviente e la fábrica metalúrgica. Construida con hierro y ladrillo, la chimenea que sobrevive se levantó en 1943 para darle salida a los homos procedentes de un horno de acero y, posteriormente, atender las evacuaciones de un tren de laminación. Con sus 25 metros de altura y su piel de ladrillo, la chimenea es testimonio de aquel poderoso desarrollo industrial. Un huella más del gigante.

La adquisición de aquellos terrenos por parte del Ayuntamiento de Bilbao fue controvertida. Algunas voces críticas demandaban la construcción de viviendas mientras que otras cuestionaban la decisión de la compra para parque de los 128.000 metros cuadrados de terreno. El importe fue de 1.000 millones de pesetas, más 50 para escrituras y otros gastos de cambio de titularidad. Hoy no cabe duda sobre la decisión. Allí se organizan las barracas en Aste Nagusia y los viejos fuegos de la fundición se han convertido en los fuegos artificiales con los que se bombardea la ciudad en fiestas. En un rincón cercano al cementerio de Mallona hay un skatepark y la vegetación va cogiendo fuerza. Lo que era un páramo será un bosque con el transcurrir del tiempo.

Existen varias formas de llegar a pie. Las más habituales son las Calzadas de Mallona, que requieren coger aire habida cuenta que son 311 escaleras de un viacrucis que asciende desde la plaza de Unamuno hasta la Basílica de Begoña y la ascensión por la Plaza del Gas, mediante una cuesta que permite disfrutar de las vistas de forma gradual.