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Histórico olvidado

Un ‘matrimonio’ de Bilbao en la tierra amena de los txirenes

Una célebre taberna del viejo Bilbao, ‘Paloca’, fue testigo de cómo ‘Penetre’ y ‘Matauco’, dos almas gemelas, juraron no casarse jamás

Un ‘matrimonio’ de Bilbao en la tierra amena de los txirenesJose Mari Martínez

Ambos hicieron un juramento juntos en la taberna de Paloca, uno de los últimos reductos de la zona de txikiteo de aquellos años en Bilbao y templo donde Anastasio Bergara Echave servía superior vino de Rioja y otros que vaya usted a saber cómo debieran ser si uno escucha aquella estrofa de la bilbainada de la época que decía “(...)Vaya al diablo Paloca,/que tiene cosas de timador(...)”. Ambos eran Penetre (Bonifacio Santamaría Jáuregui para los papeles...) y Matauco, dos txirenes de selebres cantos y vida licensiosa, según se decía entonces. Penetre nació en 1873 y contribuyó, en compañía de su inseparable amigo Matauco y de la cuadrilla formada por personajes como Talento, Sipri, Susje, Txabiri”, “Txatarra, Garrutxel”, “Krispin” y Víctor Arana, famoso acordeonista, a engrandecer el patrimonio de la canción bilbaina. Juraron no casarse jamás. La suya era la vida golfa.

Cuentan las crónicas que Penetre era un hombre culto e inteligente que ocupaba un alto cargo en la Junta de Obras del Puerto, tocaba la guitarra y derrochaba simpatía. La memoria le recuerda siempre risueño, sobre todo cuando cantaba sus jotas predilectas. Oigámosla. “A la txanela de Rufo / le van a poner motor / con un jamón en la proa / y en la popa un garrafón”. Rufo era uno de los célebres boteros de la villa, un cargo de importansia en aquel Bilbao a caballo entre los siglos XIX y XX.

Caricatura de Penetre realizada por K-Toño Frade en el periódico ‘Bilbao’.

Matauco era un transportista de postín que lo mismo trasladaba un baúl, que un maletín. Su carácter afable y su agradable trato, al decir de Julián Alegría, le hicieron merecedor de una numerosa clientela, la cual le proporcionaba pingües beneficios que le permitían sobrellevar una vida de lo más alegre y de farra continua. Por este motivo, alternaba con gentes de categoría y se permitía algunas expansiones que no estaban al alcance de mucha otra gente de su oficio. Habitó durante muchos años en la popular posada El Retiro, donde fue huésped distinguido por su trato afable y su pronto pago. Falleció en una mañana de 1917, con un traguito de vino y una sonrisa en los labios, en brazos de Penetre. De aquellas últimas horas quedó un susedido, que vaya cualquiera a saber si fue veraz o jaranero.

Resulta que ambos formaban el dúo de solteros más codiciado de la villa, pero eso de casarse o beber agua para ellos era pecado. Cuando Matauco iba a fallecer le dijo: “Penetre, diviértete, como ya me he divertido yo con las chavalas, que ya conoces el dicho: sardina que lleva el gatua, galdua. Y Penetre le cantó al oído aquella tonada que decía:

“Una novia tuve yo, todas las efes tenía era fea, flaca, floja fregona, frágil y fría”

Penetre no pudo disfrutar de los consejos de su gran amigo por mucho tiempo, ya que pronto empezó a notar que la barriga aumentaba; no le dio importancia hasta que los amigos le recomendaron que fuera al médico. Poco después ingresó en la clínica del doctor Zarza para operarse de hidropesía aguda; para él fue mortal y todo el Botxo comentaba, “¡pobre Penetre! toda la vida bebiendo vino y acaba donde Zarza para que le saquen catorce litros de agua”. Llegó el comentario a oídos de Penetre y casi moribundo, exclamó: “¡Que me han hecho estos tasqueros traidores!, ¡me han engañado!; sacarme a mi agua del bandullo cuando en mi vida la he probado!”. Fallecía poco después. Era diciembre de 1917, apenas tenía 43 años.

Eran los días, ya ven, donde había gloria y fatigas para el pueblo de Bilbao, de eso no cabe duda. Pero eran días, también, donde Bilbao gastaba una personalidad a prueba de bombas. Bombas que no tardarían en caer, ¡snif!