Fue el rey de la noche y la noche de Bilbao fue suya. En el último tercio del siglo XX no hubo un nombre que manejase mejor las cartas, no hubo nadie que le superase en el arte de ponerle vida a la noche, un tema más vigente hoy que nunca, cuando Bilbao pierde sus zapatitos de cristal a partir de la medianoche. Fue suya la noche y eso que no era murciélago sino Chimbo, así con mayúsculas, como los grandes. Les hablo de Ramón Vergara, el hombre al que Bilbao ya apenas recuerda pese a que parecía inolvidable. Quizás porque no tomó ejemplo de Frank Sinatra en el Wadford Astoria, algo así como el Hotel Carlton yankee... Se acercó a un botones y, tras enterarse de que la propina más grande que había recibido era de 100 dólares, le dio 500, “para que te acuerdes de mí toda la vida...”. Unos a la posteridad, otros a la prosperidad y todos tan contentos.
Dinero sí que se movía en aquel Pumanieska donde llegó a trabajar Ramón. Era el Hollywood de la villa. El mismo Ramón que durante los años cuarenta formó parte del trío Acapulco antes de dar paso al trío Los Chimbos echando a suertes la elección de este nombre ya que había otros en la lista como el Nervión. En aquellas épocas las bilbainadas traspasaban fronteras y hasta Japón llego Ramón con su trío y su buen hacer. Ramón cantaba y tocaba la guitarra, Ramón emocionaba con su arranque y entusiasmo. Ramón recorrió cinco veces el mundo de escenario en escenario. Como anécdota el hombre recordaba que tenía que correr de un local a otro, cambiando de vestuario por el camino porque si en uno cantaban bilbainadas, en el otro eran más partidarios de las rancheras, y ahí les ven a Los Chimbos metamorfoseándose en mariachis mexicanos.
Y en uno de estos escenarios conoció a Christie. A principios de los setenta dejó el trío y siguió recorriendo escenarios con aquella francesa confite, como se decía entonces. Son muchos los que recuerdan a Ramón y a Christie, porque fueron ellos los que animaban aquellas cenas-camp que se celebraban en el Hotel Avenida, y quienes, durante muchos años, fueron anfitriones e introductores de embajadores en la deustoarra Tiffany’s. Los chistes de él y las versiones de las canciones de Edith Piaff que hacía ella, todavía resuenan en las paredes de la memoria.
Eran tiempos en los que una decena de establecimientos hosteleros de cierre nocturno como Garden, Oboe, Tiffany’s o Lidos entre otros ofrecían espectáculos todos los días del año desde la 1.30 hasta las 3.30 horas. Les contrató la inteligente empresaria de Tiffany’s, Marimer. Ramón calentaba la noche para los artistas en momentos en los que un lunes o martes a esa hora solo había “policías, putas, bingueros o camareros que mangaban dinero. Al resto no le llegaba para estar ahí”, decía. Ramón podía lidiar con todo: fuera un espectáculo sexy, de humor, de canción, de magia. Y pudo también, desde las aterciopeladas butacas del Tiffany’s con Sara Montiel, Lola Flores, Arévalo, Bigote Arrocet o Mariano 1.85 y hasta Susana Estrada o un sinfín de personajes que la tele encumbró en los 70 y 80.
El matrimonio que no tuvo hijos, sí se hizo cargo de un sobrino, Rodolfo, cuando murió la madre de este. Vivían en Alameda Mazarredo, en un ático que también fue academia de los artistas de Bilbao. Enseñaban o corregían espectáculos y lo hacían gratis. Fueron como progenitores artísticos para quien empezara en el mundo del espectáculo. Allí tenían su casa. Y un corazón inconmensurable. Mediados los años 80, con la noche ya en cierto declive, empezaron a pensarlo: el retiro sería en las Landas. En 2013 Ramón pasó a ese otro retiro eterno. En la noche de Bilbao ya ni se respiraba.